La magia de las plantas y la teoría de los signos

En entradas anteriores ya he mencionado la llamada Teoría de las signaturas, signos o señales, teoría que propone que los animales y las plantas nos señalan con sus formas y colores la utilidad que tienen para curar enfermedades.

Interior de una nuez
El fruto de la nuez recuerda a la forma del cerebro

Ese pensamiento mágico surgió seguramente ya en la prehistoria y posiblemente todas las culturas lo han desarrollado de forma independiente puesto que en aquellos tiempos la explicación de los sucesos naturales (enfermedades, catástrofes…) no estaba apoyada por la ciencia que hoy lo explica casi todo.

La teoría de los signos referida a las plantas se hizo muy popular en la Edad Media europea y en épocas posteriores, porque sus propulsores, entre los que destacó el médico y botánico español Andrés Laguna (1510-1559, médico personal de Carlos I y de Felipe II, ahí es nada), propusieron que fue Dios quien, para cuidar de sus criaturas, marcó a los vegetales con marcas externas que nos advertían de sus virtudes sanadoras. Naturalmente, la iglesia católica asumió con placer esa teoría y le dio un impulso notable.

Pero no creamos que esa forma de pensamiento no racional es cosa de un pasado lejano. En las zonas donde el conocimiento científico no ha penetrado lo suficiente todavía se sigue pensando así e incluso en nuestra moderna sociedad hay vestigios de ello. Un buen ejemplo son las nueces, cuya cáscara “señala” al cráneo y su interior al cerebro. ¿Quién no ha oído decir que son buenas para la memoria y para evitar enfermedades mentales?. Por supuesto, las nueces son saludables en general, pero son especialmente beneficiosas para el sistema circulatorio y para el corazón. Su forma, obviamente, no indica nada.

Naturalmente, puede ocurrir que por casualidad una planta “señalada” posea sustancias medicinales para la enfermedad correspondiente, pero ese azar es posible por la enorme cantidad de moléculas que poseen los vegetales. Tarde o temprano la coincidencia ocurrirá.

Os presento a continuación varios ejemplos de plantas silvestres que fueron usadas para curar enfermedades debido a la “marca” o “señal” que contienen, todas ellas presentes en Gaubea – Valdegovía.

Comienzo con las orquídeas, nombre derivado del griego orchis y que significa testículo. Esto se debe a que poseen dos tubérculos cuya forma recordaría a esos genitales y que por tanto se relacionaron con la virilidad y con la procreación. Uno de los tubérculos suele estar más desarrollado que el otro lo que conlleva consecuencias curiosas: si un hombre ingiere el tubérculo grande tendrá un hijo y si una mujer come el pequeño, tendrá una hija. Además, debían de ser afrodisíacos pues tal como afirmaba el famoso botánico griego Dioscórides (años 40-90 de nuestra era): “(toma esta planta) si quieres satisfacer a la dama, porque segun dicen, despierta y aguijoneea la virtud genital”.

El trébol común (Trifolium pratense), al que en Cataluña llaman herba de la desfeta (hierba de las cataratas), curaría esa degeneración ocular pues sus hojas tienen una mancha blanquecina que recuerda al aspecto de las cataratas.

Flor del trébol de color rosa y hojas verdes con una banda balnquecina
Hojas del trébol con su característica banda blanquecina semejante a las cataratas oculares

Los frutos de los rosales silvestres, llamados escaramujos, evitan o curan las piedras que se acumulan en la vejiga urinaria, pues su forma es semejante a ese órgano y sus semillas “señalarían” a las molestas piedrecillas.

Varios escaramujos de color rojo uno de los cuales está partido mostrando sus semillas blanquecinas
Escaramujo mostrando en su interior las semillas que recordarían a las piedras vesicales

De la misma manera, las espinas de la Rosa canina, un rosal silvestre muy común, que parecen colmillos de perro (de ahí su nombre latino) valdrían para prevenir tanto la mordedura de los perros como la rabia que pueden transmitir. Para ello, debía tomarse una infusión de sus raíces.

Tallo y espinas de color vino del rosal silvestre
Espinas del rosal semejantes a los dientes de un perro

La viborera (Echium vulgare) debe su nombre (del griego Ekios, víbora) a sus semillas, que parecen la cabeza de una víbora. Se pensaba que sus raíces y semillas, tomadas con vino, podían prevenir la picadura de esos reptiles e incluso ahuyentarlos.

La ya mencionada nuez sería buena para el cerebro si atendemos a la curiosa forma de su parte comestible, dividida en “hemisferios” y con curvas que recuerdan a las circunvoluciones o repliegues cerebrales.

El escaso liquen pulmonaria (Lobaria pulmonaria), del que podemos disfrutar en nuestros hayedos, sería útil para combatir las enfermedades del pulmón debido a su aspecto, que recuerda al interior de esos órganos (todavía se publicita en internet semejante absurda utilidad).

El liquen de color verde Lobaria pulmonaria con aspecto de hojas creciendo sobre un tronco
El liquen pulmonaria en el tronco de una haya

La consuelda menor (Symphytum tuberosum), que florece en primavera, toma su nombre vulgar de la forma que tienen sus hojas de unirse (“soldarse”) al tallo, algo que indicaría su capacidad para restaurar fracturas óseas o curar esguinces.

Tallo, hojas verdes y flores amarillas de la consuelda menor
Las hojas de la consuelda menor se unen al tallo como si estuvieran soldadas a él

Y para terminar, varias plantas ya mencionadas en entradas anteriores (con sus links) por si os da pereza navegar por el blog:

La hierba hepática (Anemone hepatica) curaría las enfermedades del hígado tal como “señalan” sus hojas lobuladas de color vino por el envés.

Flores moradas y hojas verdes de la hierba hepática
Hojas trilobuladas de la hepática

Los helechos polipodios (Polypodium spp.) se utilizaban contra la viruela, pues la forma de sus esporangios, similar a las marcas que deja en la piel esa infección, “indicaban” esa virtud.

Un helecho polipodio mostrando sus soros de color marrón y el cielo azul en el fondo
Los círculos marrones de los polipodios, que producen esporas, recordarían a las marcas que deja la viruela

Otro helecho, el culantrillo de pozo (Adiantum capillus-veneris) posee raíces y finos tallos de color negro brillante, lo que indicaba a aquellas buenas gentes su utilidad para mantener un cabello lustroso y estupendo.

El helecho de color verde culantrillo de pozo
Un culantrillo de pozo junto a un arroyo

La celidonia menor (Ficaria verna), habitual en zonas húmedas durante la primavera, tiene en sus raíces unos pequeños abultamientos que recordarían a las hemorroides; pues está claro el uso que se le podía dar (de nuevo algunas webs insisten en esa inexistente virtud).

Abultamientos en las raíces de la celidonia menor
Engrosamientos “antihemorroidales” en las raíces de la celidonia menor

Como podéis ver, cada ser vivo (en esta caso cada planta) tiene una curiosa historia en su currículum, una mezcla de pensamientos ancestrales, mágicos y entrañables, y otros actuales y empíricos, que nunca dejan de sorprendernos.

Nombres en euskera:

Nuez: intxaurra / orquídea: orkidea / trébol: hirusta / escaramujo: arkakaratsa / rosal silvestre: basarrosa/ viborera: sugegorri-belarra / consuelda menor: zolda-belar txikia / hepática: gibel-belarra / polipodio: haritz-iratzea / culantrillo de pozo: iturri-belarra / celidonia menor: korradu-belarra

La celidonia menor, una flor tempranera que anuncia la primavera

La celidonia menor (Ficaria verna) es una pequeña planta de hasta 30 cm que crece formando grupos y florece en febrero y durante la primavera. Tanto las hojas como las flores tienen un peciolo o tallito largo; las primeras son verde lustrosas, de forma acorazonada. La flor tiene entre 7-13 pétalos alargados de un color amarillo brillante que le dan el aspecto del sol, motivo por el que ha recibido uno de sus nombres populares, botón de oro, que comparte con otros ranúnculos.

Conjunto de celidonias menores en flor
Celidonia menor o korradu-belarra (en euskera)

Vive en lugares húmedos, junto a zonas encharcadas y arroyos y puede formar grupos extensos en la zona cantábrica (en Norteamérica está considerada planta invasora pues no es originaria de allí).

Flores de celidonia menor a punto de abrirse
Flores de la celidonia menor a punto de abrirse

La cultura popular la ha conocido bien, tal como indica la cantidad de nombres que le han asignado, entre ellos hierba centella, verruguera y también hierba de las almorranas, nombre en el que me detengo.

Resulta que sus raíces tienen unos abultamientos o tuberosidades que le sirven como reserva alimenticia de almidón y que a la gente medieval les recordaban la forma de las hemorroides. Ya intuís lo que sigue: según la teoría de las señales o signaturas, esa planta debía ser útil para curar las molestas almorranas y lo curioso es que esa supuesta cualidad perdura hoy en día junto con la de ser eficaz contra el escorbuto por su alto contenido en vitamina C y también para detener hemorragias o para eliminar verrugas.

Raíces con abultamientos de la celidonia menor que recuerdan a las hemorroides
Raíces con tuberosidades que recuerdan a las hemorroides según la teoría de las señales

Independientemente de que posea sustancias de interés medicinal, hay que recordar que al igual que la hepática y demás ranunculáceas, es tóxica debido a la protoanemonina, una sustancia que produce dermatitis al contacto o lesiones más severas si se consume en fresco. Relacionado con esta cuestión, cabe indicar que en regiones de Francia se llegaron a utilizar sus pétalos para dar un color amarillo a la mantequilla, lo que además de ser un fraude causó más de una intoxicación (el color amarillo de la mantequilla depende de que la alimentación del ganado haya sido rica en flores y betacarotenos que pasan a la leche).

Detalle de tres flores de celidonia menor con pétalos amarillos y gotas de lluvia
Celidonia menor en flor

Pero volviendo a los nombres populares, los abultamientos de las raíces despertaron la imaginación de los paisanos europeos: en Holanda se le llamó “testículos de gallo”, en la antigua Yugoslavia, “testículos de gato”, en zonas de Francia, lo mismo pero de perro y también, no sin falta de sorna, “cojones de fraile”, aludiendo al efecto que tendría la abstinencia de los clérigos en el tamaño de sus genitales.

Detalle de un pétalo amarillo de celidonia menor con gotas de agua
Detalle de los pétalos
Detalle de una hoja de celidonia menor, de color verde y forma de corazón
Hoja de la celidonia menor

También me llama la atención que habiendo tenido un cierto prestigio medicinal en Europa el nombre en euskera, korradu-belarra o hierba del corrado indique que se le considera una planta poco útil. Corrado deriva de cornado (coronado, por llevar la imagen de un rey con corona en el anverso), una antigua moneda castellana de poco valor de la que surgió la locución “valer menos que un cornado”.

Más allá del valor que tenga, ver las flores de la celidonia junto a los arroyos nos indica que la primavera llega y que de nuevo volveremos a disfrutar de senderos repletos de vida y color.

Grupo de numerosas plantas de celidonia menor
Grupo de celidonias junto a un arroyo

La hepática, una planta señalada por el dedo divino

Esta florecilla me trae buenos recuerdos, lo admito. Cuando de muy joven descendía de los montes de Gorbeia y de Urkiola en los inicios de la primavera, traía conmigo un ramillete de hepáticas, a ser posible de color azul (su color preferido) para dárselo a esa persona especial que todos tuvimos en aquella época tan convulsa como eufórica. Y ahora que comienza a florecer y que esos recuerdos perduran con nitidez, pues hablaré de ella, qué menos.

Tres flores de color azulado de la hepática y varias hojas verdes cada una con tres lóbulos
Hepática en flor mostrando sus hojas trilobuladas. Valderejo

La hepática (Anemone hepatica o Hepatica nobilis) llamada en euskera gibel-belarra (hierba del hígado) es una pequeña planta que florece en invierno y primavera en los bosques o zonas sombrías, sobre todo en terrenos calcáreos, tan abundantes en Gaubea-Valdegovía.

La floración temprana se debe a que los árboles están desnudos y eso le permite conseguir más luz; además, así evita competir con plantas más tardías que tienen flores más vistosas y se aprovecha de los primeros insectos polinizadores que ya van despertando. Esta estrategia la utilizan también otras plantas tempraneras como narcisos, eléboros y primaveras, aunque el riesgo de las heladas tardías puede perjudicarles seriamente. Pero parece que la selección natural ha aceptado la relación coste beneficio de ese comportamiento y que el resultado les va bien.

Detalle aumentado de un flor azul de hepática. En el centro se ven los pistilos y en el exterior los estmbres
Detalle de una flor de hepática. En el centro, los pistilos y en la periferia los estambres.

La hepática alcanza poco más de 10 cm; sus delicadas flores azules, blancas o rosadas son solitarias pero muy bellas como pude verse en la fotografía superior. Las hojas tienen tres lóbulos, con el haz verde y el envés verde o de color vino por lo que recuerdan a la forma y color del hígado. Por este motivo, cuando en la época medieval estaba vigente la Teoría de las Signaturas se pensaba que Dios la había señalado con esos distintivos para avisarnos de su capacidad para curar enfermedades hepáticas (ya hablé de esta teoría en la entrada de los helechos polipodios).

Naturalmente, nunca se demostró esa virtud, aunque en medicina popular se sigue considerando útil para ese uso además de como cicatrizante ( los pastores de Aragón la freían y utilizaban ese aceite para sanar heridas). Pero como muchas otras ranunculáceas (su familia), es tóxica debido a la protoanemonina, una sustancia que la planta libera cuando sufre un ataque y que puede irritar la piel; si se ingiere fresca los efectos empeoran con vómitos, espasmos e incluso parálisis. Hay que reconocer que en lo que se refiere a la guerra química, la hepática y sus compañeras de familia han conseguido hacer frente a los herbívoros, humanos incluidos.

Y bien visto, mejor que sea así y que florezca con tranquilidad sin tener que soportar nuestro afán recolector.

Iturri-belarra, el helecho de la diosa Venus

Adiantum capillus-veneris, llamado cabello de Venus o culantrillo de pozo e iturri-belar (hierba de las fuentes) en euskera, es en mi opinión uno de los helechos más delicados y bonitos de nuestra geografía.

Imagen del helecho culantrillo de pozo mostrando sus hojas con forma de abanico sobre un fondo negro
Culantrillo de pozo con sus hojas (pínnulas) en forma de abanico

El nombre Adiantum proviene del griego y significa “lo que no se moja”, aludiendo a que sus hojas repelen las gotas de agua. Por su parte, capillus-veneris se refiere a la cabellera de la diosa Venus, tal vez por los abundantes tallos lustrosos del culantrillo o a que Venus nació de las olas del mar con su exuberante melena seca por lo dicho anteriormente.

Es una planta siempre verde, cosmopolita, que puede medir hasta 40 cm de longitud. Sus tallos son negros y finos. Las hojas (frondes) están compuestas por numerosas hojitas (pínnulas) con forma de abanico que le dan un aspecto grácil, motivo por el que se han obtenido variedades ornamentales de interior.

Vive en las paredes húmedas de fuentes, cascadas y cuevas y si te acercas a uno de esos sitios tal vez puedas disfrutar de la belleza de este pequeño helecho.

Imagen vertical del helecho culantrillo de pozo mostrando sus hojas
El helecho Adiantum capillus-veneris. Valderejo

En cuanto a sus abundantes propiedades medicinales, antaño gozó de prestigio un jarabe hecho con él y azúcar para aliviar la tos, el catarro y otras afecciones respiratorias, todavía en uso en algunas zonas de la península también como infusión. Y cómo no, tal como indica la teoría de los signos, sus abundantes tallos negros semejantes a pelos recios hicieron creer a aquellas buenas gentes que sería un eficaz remedio para fortalecer el cabello, evitar su caída, la caspa y curar la sarna del cuero cabelludo. Con tal fin, lo trituraban y mezclaban con aceite y vinagre obteniendo una especie de pomada. Desgraciadamente, aquel tónico capilar no resultó eficaz y la alopecia persiste en nuestros tiempos.

Grupo de numerosos culantrillos creciendo en una pared húmeda
Grupo de culantrillos de pozo en una pared húmeda. Valderejo

No puedo dejar sin relatar una creencia que se dió en aldeas de Valencia: pensaban que para aliviar la tristeza de una chica abandonada por su novio era recomendable que se pusiera las hojas de este helecho en las alpargatas. Desconozco si también valía para los chicos, pero si alguien decide hacer la prueba, mal no le va a hacer, desde luego.

Nota: si alguien conoce el nombre que se le da a este helecho en Valdegovía y zonas aledañas le agradecería que me lo comunicara.

Los polipodios, unos helechos contra la viruela

Por supuesto, el título es un juego de palabras que no se corresponde con la realidad, pero que tiene su miga.

Los polipodios, que en euskera se denominan haritz-iratzea y en catalán herba de la pigota (hierba de la viruela) son helechos que crecen en los troncos de árboles viejos pero también en muros y grietas. Su hoja (que en los helechos se llama fronde) está profundamente dividida en lóbulos y en su parte posterior o envés tienen unos grupos de círculos de color amarillo o marrón. Se trata de los soros, formados por numerosos esporangios que a su vez se encargan de producir miles de esporas que le servirán para reproducirse. Lo curioso es que en tiempos pasados, cuando la ciencia no estaba desarrollada, se creía que algunas plantas nos señalaban su utilidad medicinal a través de la forma de alguna de sus partes. Esa forma de pensar casi mágica recibe el nombre de Teoría de las Signaturas (o signos o señales) y volveré a ella en otras entradas. Pues bien, como los soros de nuestros polipodios recordaban a las marcas que dejaba la viruela en la piel, se pensó que podrían utilizarse para combatir esa enfermedad, algo que, obviamente, no resultó eficaz.

En nuestro valle conviven tres especies (P. vulgare, P. cambricum y P. interjectum) muy similares entre sí y que además se cruzan entre ellas por lo que su descripción escapa al objetivo de este blog