Aunque la salamandra (Salamandra salamandra y en euskera arrabioa) sea un anfibio que uno puede ver sin dificultad en los lugares adecuados, encontrarme con una de ellas siempre me produce una gran satisfacción.
No sé si será su coloración, su mirada aparentemente ingenua, su lentitud caminando por la hojarasca de un hayedo como si estuviera abstraída en sus pensamientos, pero algo tiene este anfibio urodelo (los que tienen cola, como los tritones también) que me alegra la jornada cuando doy con ella.
Mide hasta 15 cm y lo más llamativo de su cuerpo es, por supuesto, su mezcla de colores, un entramado de líneas y manchas amarillas sobre un fondo negro. Esa combinación cromática se llama coloración aposemática, es decir, una advertencia de peligro para sus depredadores, coloración que también poseen las avispas, abejas y serpientes, entre otras especies.
Efectivamente, el cuerpo de la salamandra está recubierto de glándulas que ante una amenaza expulsan un líquido irritante que posee samandarina, una toxina que irrita la piel y es capaz de envenenar a un depredador si osa comérsela (entre sus enemigos están los zorros, tejones, aves…).
Desgraciadamente esa circunstancia le ha dado una mala fama inmerecida en la cultura popular, llegándose a afirmar que emponzoña las aguas en las que se encuentra o que mata a quién la toca.
Por ejemplo, en la comarca del Urumea (Gipuzkoa) circula una leyenda sobre unos jóvenes que estando trabajando en el bosque pusieron a cocer unas alubias al fuego. Cuando fueron a comerlas vieron en el interior una salamandra muerta, a pesar de lo cual algunos comieron el cocido, pero murieron (algo imposible científicamente ) y los que se abstuvieron, no.
O este dicho de León, donde les llaman sacaveras: “si te pica la sacavera reza y compra cera”, dando a entender que la persona morirá. (Si queréis más información al respecto os recomiendo este artículo del blog Miradas Cantábricas de David Álvarez).
Nada que ver con la realidad de este bonachón nocturno que también se mueve de día cuando llueve, saliendo de sus escondrijos -como piedras, troncos caídos u hojarasca- para alimentarse de gusanos, caracoles e insectos. Eso sí, siempre cerca de arroyos, charcas o pozas en los que pueda desovar, pues aunque es terrestre precisa del agua para reproducirse. Bueno, no siempre. Veamos su llamativo ciclo reproductor:
En otoño los machos deambulan por el bosque rastreando olfativamente las feromonas que liberan las hembras. Pueden llegar a combatir por el apareamiento, tras lo que el vencedor se acercará a la hembra y si percibe que está receptiva, se situará por debajo de ella (si no es así, la hembra se aplasta contra el suelo y el encuentro amoroso quedará abortado). Entonces el macho expulsa un espermatóforo (un paquete de espermatozoides) desde su cloaca* que la hembra introduce en la suya y que guardará meses o incluso un año entero antes de que los utilice para fecundar sus óvulos.
Las hembras pueden aparearse con varios machos y en ese caso irán acumulando en su interior diversos paquetes de espermatozoides; es decir, son poliándricas, aunque parece que la mayoría de las crías serán del mismo padre.
Y ahora viene lo curioso. En general las salamandras son ovovivíparas, es decir, los huevos (hasta 30) se desarrollan en el útero de la madre (no como las ranas, que los ponen en el agua) y de ellos surgirán larvas con branquias que incluso pueden practicar el canibalismo para alimentarse; después, en primavera, ocurrirá el parto en una charca y las larvas comenzarán a comer invertebrados con voracidad. Les queda terminar la metamorfosis (desarrollo de pulmones, por ejemplo) antes de irse a vivir al bosque.
Sin embargo en el norte peninsular (nuestra zona incluida), donde habita la subespecie S. salamandra fastuosa, ocurre a menudo que la madre da a luz pequeñas salamandras ya metamorfoseadas, ¡con sus pulmones terrestres! Por tanto, son vivíparas y no son dependientes del agua. Por qué surgió esta estrategia es un asunto no del todo conocido.
Si quieres descubrir a esta bella especie, cualquier época del año es buena excepto el verano, pues se esconden hasta que la humedad ambiental retorne (no hay que olvidar que todos los anfibios tienen una piel húmeda poco resistente a la sequedad).
Acércate, pues, a los hayedos o a lugares sombríos en días húmedos y lluviosos, cerca de aguas limpias y tranquilas y curiosea sin prisa. Y si la encuentras en el valle, te agradecería que me lo comunicaras.
* Cloaca: en peces, anfibios, reptiles y aves, es la cavidad corporal abierta al exterior donde confluyen el tubo digestivo y los conductos urinario y reproductor, que además de expulsar desechos permite la introducción del esperma y la salida de los huevos.