Invierno de febrero. El paisaje del bosque vira de los verdes oscuros de pinos y carrascas a los ocres de hayedos y quejigales, todavía dormidos.
Deambulo por un sendero de hierbas secas, espinosas, grisáceas… Están arrugadas o contorsionadas por el frío y las heladas, sin vida ya, aunque bajo el suelo las raíces y los bulbos esperan latentes a la primavera.
Podría decir que camino entre feos hierbajos que no merecen mi atención, pero por instinto me acerco a un cardo reseco y ahí está de nuevo la magia de lo cercano: una flor marchita con una arquitectura asombrosa. Coloco la cámara en el trípode y comienzo la “caza” de los diseños vegetófilos de las hierbas marchitas, de las semillas olvidadas, de las hojas que perdieron su verdor, un contrapunto de belleza a la aridez del invierno y que os muestro en esta entrada.
Walt Whitman escribió en Hojas de hierba: “Vago e invito a vagar a mi alma. Vago y me tumbo a mi antojo para ver cómo crece la hierba en el estío “.
Creo que, al igual que él, somos muchos los que disfrutamos vagando en el estío o en el invierno mientras contemplamos los pequeños e infinitos detalles de la Naturaleza.