La belleza oculta de las hierbas marchitas

Invierno de febrero. El paisaje del bosque vira de los verdes oscuros de pinos y carrascas a los ocres de hayedos y quejigales, todavía dormidos.

Semillas secas del olmo

Deambulo por un sendero de hierbas secas, espinosas, grisáceas… Están arrugadas o contorsionadas por el frío y las heladas, sin vida ya, aunque bajo el suelo las raíces y los bulbos esperan latentes a la primavera.

Podría decir que camino entre feos hierbajos que no merecen mi atención, pero por instinto me acerco a un cardo reseco y ahí está de nuevo la magia de lo cercano: una flor marchita con una arquitectura asombrosa. Coloco la cámara en el trípode y comienzo la “caza” de los diseños vegetófilos de las hierbas marchitas, de las semillas olvidadas, de las hojas que perdieron su verdor, un contrapunto de belleza a la aridez del invierno y que os muestro en esta entrada.

Una umbelífera helada
Semillas de la acedera caídas en el suelo
Hojas secas de un cardo
Flor marchita de la cardencha
Espinas de la rosa canina
Frutos espinosos vacíos de semillas
Tallo muerto de la zarzamora

Walt Whitman escribió en Hojas de hierba: “Vago e invito a vagar a mi alma. Vago y me tumbo a mi antojo para ver cómo crece la hierba en el estío “.

Creo que, al igual que él, somos muchos los que disfrutamos vagando en el estío o en el invierno mientras contemplamos los pequeños e infinitos detalles de la Naturaleza.

Arce de Montpellier, el pintor de los roquedos

En breve la otoñada cambiará el paisaje del valle. Los protagonistas no serán las carrascas y los pinos silvestres, claro, sino los hayedos y un variopinto plantel de especies que tornarán el color de sus hojas hacia los amarillos, naranjas y rojos. Fresnos, avellanos, quejigos, arces campestres, serbales… pero de entre ellos, yo me descubro ante el arce de Montpellier, desapercibido cuando permanece verde pero exultante de color en octubre y noviembre.

Hojas otoñales con sus 3 lóbulos característicos

Y a él le dedico esta entrada del blog, pues en mis paseos otoñales siempre está ahí, solitario o en pequeños grupos, pincelando el paisaje con unos colores casi imposibles.

Mide hasta 10 m y sus hojas, con 3 lóbulos, son inconfundibles, lo que permite distinguirlo del habitual arce campestre, que tiene cinco.

Florece en primavera, aunque sus flores pasan desapercibidas (al contrario que las explosivas flores de los cerezos, por ejemplo, que pretenden atraer a los insectos, las de los arces delegan en el viento el transporte del polen). De ellas surgirán los dobles frutos alados, llamados samaras, que caen girando al suelo cual helicópteros.

A la izquierda, hoja del arce campestre con 5 lóbulos

Estos arces habitan en diversos bosques de la región mediterránea pero parecen gustarles las pedreras y zonas rocosas, lo que nos permite disfrutar de ellos a distancia.

Iglesia de Ribera entre arces de Montpellier y otras especies

Cuando llega la estación de los colores, abandona la humildad del verde y se viste de amarillo, naranja, rojo, granate y de todas las gamas intermedias, como si celebrara el cambio de estación acudiendo a la fiesta del paisaje con sus adornos más provocativos!

Su uso etnobotánico ha sido muy reducido por ser un arbolillo disperso y de pequeño porte, aunque con su madera se han tallado utensilios de cocina y otros objetos pequeños. En algunas zonas de Castilla los pastores hacían cruces con sus ramitas, que ponían sobre el zurrón, pues pensaban que les protegían del rayo y del trueno. También se utilizó para hacer las piezas del encaje de bolillos. El significado textil y alegórico de ese término lo dejo a la curiosidad del lector. Ambos tienen su interés, aviso.

Bien, paro aquí para cederle el protagonismo cromático que merece. Espero que disfrutéis de él tanto como yo, año tras año…

Arce de Montpellier en el otoño
Tonos amarillos y naranjas bajo la Sierra de Artzena
Arce de Montpellier adornado con líquenes
Arce e iglesia de Ribera en Valderejo
Hojas caídas sobre un arroyo
Tonalidades diversas

Nombres en euskera:

Arce de Montpellier: ehiar frantsesa/ Arce campestre: astigarra

La belladona, una hierba de brujas y frutos letales

Estaba realizando una ruta primaveral por un hayedo de la Sierra de Artzena cuando encontré unos cuantos ejemplares de belladona que me alegraron el día. Estaban sin flor y he tenido que volver tres veces más hasta conseguir fotografiar sus flores y sus frutos, unas 10 horas de caminata en total.

Flor y fruto maduro de la belladona

Y es que la belladona (Atropa belladonna en latín y belaikia en euskera) es para mi una de esas plantas rodeadas de misterio por su alta toxicidad y capacidad alucinógena, cualidades que comparte con sus compañeras estramonio ( Datura stramonium) y beleño negro (Hyoscyamus niger), las tres de la familia de las solanáceas (patata, tabaco, tomate…), las tres presentes en Valdegovía y las tres provistas de un arsenal mortífero rico en hiosciamina, escopolamina y atropina, cuyos efectos describí en este artículo sobre la burundanga.

Flor de la belladona

Mide unos 150 cm, sus hojas son ovaladas, de 15-20 cm de largo, con unas flores acampanadas de tonos amarillentos y púrpura. Sus frutos son como pequeñas cerezas negras, dulces pero mortales. Tienen un aspecto estrellado debido a los 5 sépalos verdes del cáliz situados en su base y son dispersados por mirlos y zorzales, inmunes a su toxicidad.

Habita junto a hayedos y otros bosques, en tierra húmeda, y florece desde mayo hasta septiembre. Encontrarla no es raro pero si difícil, lo que aumenta su interés.

Belladonas junto a un hayedo

Considerada como una de las plantas más tóxicas del Viejo Mundo, contiene abundante atropina, una molécula que le da el nombre y que los oftalmólogos utilizan para dilatar la pupila (midriasis) de los pacientes.

Al igual que todo veneno, también se le han encontrado aplicaciones muy interesantes en la medicina moderna: como antídoto en casos de intoxicación por insecticidas agrícolas, para aliviar los espasmos de los cólicos renales o para el tratamiento del colon irritable.

Fruto maduro y verde de la belladona

Sin embargo, si se toma sin control o accidentalmente, produce, además de alucinaciones desagradables, delirio, coma y muerte (unas pocas bayas negras son suficientes para matar a un niño, los más vulnerables debido a la atraccion que les supone su sabor dulzón).

Baya madura de la belladona

A pesar de que en pueblos y aldeas se conocía bien su toxicidad, en otros tiempos se utilizó para curar diversas enfermedades, como las paperas (un uso bastante extendido), contusiones, eliminar los callos o calmar los nervios de los niños, entre otras afecciones.

Pero su aura mágica proviene de tiempos pretéritos: en Siria y en las orgías griegas en honor al dios Dioniso se usaba como afrodisíaco y en la Edad Media era una de las llamadas “hierbas de las brujas” por sus propiedades enteógenas (alucinógenas).

También usaron como colirio el jugo de sus bayas las damas romanas y venecianas para dilatar sus pupilas, lo que aumentaba su belleza (“donnas bellas”). De ahí belladonna, que el botánico C. Linneo utilizó para darle a la planta su nombre específico.

Termino con el nombre genérico, Atropa, que Linneo eligió por este curioso motivo: Átropos era una divinidad griega, una de tres hilanderas llamadas Moiras (las Parcas son su equivalente romano) que decidían el destino de los humanos.

Las tres Moiras, o El triunfo de la Muerte. Tapiz flamenco 1520 d. C. aprox. Victoria and Albert Museum, Londres (tomado de Wikipedia)

La Moira Cloto hilaba con su uso y rueca el hilo de la vida de una persona; Láquesis medía con una vara la longitud del hilo, la duración de la vida; y Átropos, que se traduce por la “inmutable” o “inflexible”, decidía cuándo y cómo debía morir esa persona y, llegado el momento, cortaba con sus tijeras el hilo de la vida.

Linneo quiso resaltar así la naturaleza mortal de la belladona llamándola Atropa. No me digáis que la historia no es bella.

Si por un casual la encontráis en el valle, decídmelo, por favor.

La poesía de los musgos

Esta no es una entrada sobre la botánica de los musgos (algún día la haré pues tienen una curiosa historia que contar); esta vez os ofrezco una mirada (la mía) a sus estilosos diseños acompañados de las palabras que algunas escritoras y escritores les han dedicado.

Esporófitos de un musgo con las cápsulas donde maduran las esporas

Los musgos son los hermanos pequeños de las plantas, de cuerpo sencillo y talla humilde. No tienen flores ni frutos ni semillas, pero cuando los veo sobre un muro o en el tronco de un árbol siempre me acerco por ver si de nuevo me sorprenden. Afortunadamente mi pronóstico se cumple casi siempre.

Esporófitos de un vistoso color rojo

He dicho que no hablaré de la botánica de estos liliputienses pero he de hacer una salvedad: en la mayoría de las fotografías veréis unos filamentos que terminan en una cabezuela alargada cerrada por una cápsula afilada o no. Se trata del esporófito, una fase del musgo que crece sobre el que podemos llamar musgo “normal” (el verde que todos conocemos) y que se encarga de producir y liberar esporas. Es decir, en el ciclo vital de un musgo se alternan dos individuos: el “normal”, verde, y otro, el esporófito, que da a estas plantitas la elegancia que quiero transmitir con las imágenes.

Rocas cubiertas de musgo junto a un salto de agua

Tal como he indicado antes, he seleccionado algunos textos que recurren a los musgos para expresar emociones (alegría, calma, nostalgia) o sencillamente la fascinación por la naturaleza. Comienzo con dos escritores vascos. Jon Gerediaga, en su poemario Uztaroak eta zeinuak, escribe: “Bailara zahar goroldioz betea zeharkatuz bagoaz bide-bazterretik erreka eta biok astiro-astiro hurrengo presarantz” (A través del viejo valle cubierto de musgos, el arroyo y yo, despacio por la orilla, vamos hacia la siguiente presa).

Musgos con gotas de lluvia

Por su parte Hasier Etxebarria le dedicó unas palabras al escultor Koldobika Jauregi, pidiéndole que observara con su mirada creativa la vida que bulle sobre un tronco caído y cubierto de musgo:

“Begiraiozu goroldioari, ihintzaren biltegi itzel horri. Ikusi nola dabilen belaki horretan milazangoa, eta apur bat ezkerrerago zizare txiki arre bat, armiarma sareko borrokan” (Observa el musgo, ese inmenso almacén de rocío. Mira cómo camina sobre esa esponja el milpiés, y un poco a la izquierda, un pequeño gusano pardo lucha con la tela de araña…)

Rocío sobre musgo

Si vamos a oriente, este poema anónimo japonés del siglo VII dice: “Eternas montañas verdes y a su pie el musgo eterno e inmutable, verde claro bajo la lluvia de primavera”.

A su vez, el poeta chino Li-Po (siglo VIII) le dedicó a su amada: “Te añoro, y de los árboles caen hojas amarillas. Lloro, y sobre el verde musgo brilla el rocío”.

Musgos sobre una rama en la ribera de un arroyo

El escritor estadounidense M.L. Kiser expresa : “En un amanecer temprano, mientras la niebla se eleva entre los árboles, el musgo divaga…”.

Musgo sobre un muro

Mientras que el británico William Barnes (siglo XIX) les dedicó todo un poema con frases como estas:

“¡Oh musgo criado por la lluvia que ahora ocultas la corteza de la madera y el costado de la roca mojada, brillando hacia el sol! … ¡Oh musgo de invierno, avanza, avanza, y adviérteme del tiempo que se ha ido!”.

Los esporófitos parecen observarnos…

También las letras castellanas aluden a los musgos para expresar emociones parecidas. Como Antonio Machado al hablar sobre la belleza de un paisaje: “Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas”.

Rosalía de Castro a su vez dejó escrito: “Para el pájaro el aire, para el musgo la roca, los mares para el alga, mayo para las rosas”.

Musgos soportando la helada

Termino con Isabel F. Bernaldo de Quirós, que en La senda hacia lo diáfano escribe: “Un petirrojo canta sus abriles entre los incipientes frutos del cerezo. Le responde la lluvia sobre el camino y la nostalgia de unos rayos que intentan filtrarse entre las nubes. ¿Te has fijado como llora el musgo de la orilla del tejado?¿La vida se le va?”

Esporófitos maduros de un musgo

Como veréis he omitido los escritos pesimistas que asocian a los musgos con la tristeza o la desolación, un recurso también habitual por crecer en lugares oscuros y sobre ruinas; pero me niego, pues para mi los musgos siempre serán bellos y saludablemente bucólicos.

Un ramo de helechos para Oliver Sacks

De caminata invernal por el bosque veo que algunos helechos como el Blechnum spicant comienzan a desarrollar nuevas hojas que antes de desplegarse del todo toman el aspecto del báculo de un obispo, o si se quiere, el de un matasuegras festivo, una forma grácil que siempre me ha gustado contemplar.

Dos frondes u hojas jóvenes con aspecto de báculo de obispo del helecho Blechnum spicant
Frondes (hojas) en desarrollo de Blechnum spicant, llamado fenta o en euskera, orrazi-iratzea (helecho peine, por la forma de sus frondes adultas). En este caso se trata de frondes fértiles que producirán esporas.

Y me he acordado de Oliver Sacks, el neurólogo que sentía pasión por estos vegetales primitivos y cuyo libro Diario de Oaxaca he comentado recientemente en la sección de Mis libros.

Pues bien, ahora que los nuevos helechos de nuestros bosques comienzan a exhibirse con sus curiosas formas espirales o retorcidas como orugas que se contornean, algunas velludas, otras lampiñas, aprovecho esta entrada más visual que explicativa para reivindicar la belleza de estas plantas a pesar de que carecen de flores y de paso recordar al bonachón de O. Sacks.

Fronde u hoja del helecho común con aspecto espiral
El crecimiento en forma de báculo se denomina circinado y en él la nueva hoja se va desenrollando a la par que crece. En la imagen, parte de un fronde del helecho común (Pteridium aquilininum) o iratze arrunta o garoa en euskera.
Fronde u hoja del helecho hembra con aspecto espiral y cubierto de escamas
Athyrium filixfemina, llamado helecho hembra y en euskera iratze emea o sorgin-iratzea (helecho de brujas) desarrolla unos bonitos frondes en espiral cubiertos de escamas llamadas páleas. Se trata de un helecho muy común y llamativo, tanto por su tamaño (hasta 1,5 m) como por el aspecto de corona que tienen sus grupos.
Frondes u hojas jóvenes con aspecto espiral del helecho Blechnum spicant
Frondes jóvenes de Blechnum spicant, pero en este caso se trata de hojas estériles pues no producirán esporas.
Frondes u hojas jóvenes con forma espiral del helecho real
Frondes jóvenes de Osmunda regalis, el helecho real o en euskera S. Joan iratzea (helecho de S. Juan). Aunque en la franja cantábrica es localmente habitual, escasea en Valdegovía.
Hojas jóvenes del helecho común con formas espirales
El helecho común Pteridium aquilinium es, además de la más abundante, una especie muy tóxica para el ganado, que lo come en verano cuando el pasto escasea, pudiendo enfermar y morir, pues crea tumores. Eventualmente, la leche de las vacas que lo hayan comido puede intoxicar a las personas.

Una mirada fotográfica a ras de suelo (en el Día Mundial del Suelo)

Hongos mixomicetos de color granate sobre madera
Hongo mixomiceto sobre madera muerta en el bosque

Desde el año 2007 la FAO celebra el 5 de diciembre el Día Mundial del Suelo, una manera de reivindicar la importancia de esa fina capa fértil de la superficie terrestre de la que obtenemos el 90% de los alimentos. Paradójicamente, mientras ya habitamos en el planeta 8.000 millones de personas un tercio de los suelos está degradado por nuestra actividad: erosión, contaminación, salinización, en definitiva, destrucción. Frenar esa pérdida y recuperar un suelo saludable debería ser un objetivo prioritario a nivel mundial especialmente para atender a la enorme demanda de alimentos que el aumento de la población supone.

En esta entrada del blog no hablo sobre esa problemática sino que, modestamente, me limito a ofrecer una visión curiosa del suelo y de algunos de sus habitantes. Y es que el suelo me depara muchas sorpresas en mis caminatas naturalísticas. Camuflado en la hojarasca, escondido en el musgo o aferrado a la madera muerta siempre encuentro un detalle que me asombra. Son mis pequeños paisajes a ras de suelo, en los que cada protagonista cumple su papel en la salud de esa capa terrosa llena de vida. Estos son algunos de ellos.

Un liquen amarillo sobre una roca

Los líquenes de las piedras, como este liquen geográfico (Rhizocarpon geographicum), deshacen lentamente las rocas por los desechos ácidos que expulsan de su organismo. La fina capa de polvo rocoso que se libera será el inicio de un nuevo suelo.

Un grupo de musgos con gotas de lluvia

Los musgos siguen a los líquenes en la génesis del suelo; son poco exigentes y una delgada capa de tierra les vale. Muchos diminutos invertebrados se refugian y alimentan en los musgos. Los restos orgánicos de todos ellos enriquecen un suelo cada vez más maduro y profundo.

Una bellota con tonos rojizos se abre por la mitad cuando germina

Cuando el suelo ha evolucionado lo suficiente llega el momento de plantas más exigentes, primero las herbáceas y finalmente los árboles, que formarán bosques. En la fotografía superior una bellota de roble está germinando. En las inferiores hacen lo mismo una recién brotada haya y unas herbáceas.

Una joven planta de haya creciendo
Varias hierbas germinando entre musgos

La pequeña fauna del suelo forma redes alimenticias complejas: los hay que comen plantas vivas, otros las muertas y todo tipo de cadáveres y restos, y otros sencillamente son carnívoros. Entre todos perforan, airean, oxigenan el suelo; trituran, deshacen y descomponen la materia muerta que lentamente va liberando nutrientes al suelo. En las imágenes inferiores algunos invertebrados del suelo de un bosque.

Un caracol se desliza sobre hojas del suelo
Una pequeña babosa de color amarillo sobre una ramita
Un opilión de largas patas sobre un tronco
Una cochinilla amarilla sobre una hoja del suelo

No sería posible la formación de un nuevo suelo (ni siquiera de la vida) sin la actividad de hongos y bacterias, pues ellos transforman definitivamente lo orgánico en materia mineral, el alimento imprescindible, junto con el agua y el CO2, para que las plantas comiencen un nuevo ciclo.

Dos hongos amarillos y su cuerpo filamentoso sobre hojas muertas
El verdadero cuerpo de un hongo es el micelio, esa maraña de finos hilos que se extiende bajo el suelo digiriendo todo lo orgánico que encuentra, desde madera hasta hojarasca, excrementos, plumas o cadáveres de animales.
Dos hongos crecen desde el interior de una bellota
Todo resto de un ser vivo es posible alimento para los hongos, como en el caso de esta bellota.
Un grupo de hongos crece en el suelo de un hayedo con colores otoñales
Los hongos, junto con las bacterias, son los grandes descomponedores de la materia muerta. Sin ellos los suelos no recuperarían los nutrientes minerales cedidos a las plantas.

Madroños, te embriagarán por su color y algo más…

Sigo con la descripción y curiosidades sobre los arbustos de Gaubea – Valdegovía y esta vez le toca al siempre verde madroño (Arbutus unedo) que en euskera se denomina gurbitza y que ya comienza a ofrecer sus coloridos frutos.

Es un arbolillo que puede alcanzar los 8 m de altura, con un tronco de madera dura y corteza rojiza de aspecto agrietado.

Varios frutos del madroño de color rojo en una rama
Frutos maduros del madroño

Sus hojas, perennes y duras, son verde brillantes por el haz y mates por el envés, con el borde aserrado.

Las flores, de color blanco o rosado, son pequeñas, con forma de campana cerrada y forman bonitos grupos colgantes. Surgen a finales de otoño e inicios de invierno. Los frutos, que aparecen en otoño, son redondos, de unos 2-3 cm de diámetro, granulados y carnosos, con bellos tonos que van del amarillo al rojo intenso pasando por el naranja según su madurez. Curiosamente, como tardan un año en madurar pueden coincidir con las flores del siguiente año; o sea que en invierno podemos ver a ambos en la misma planta.

Ramas con hojas verdes del madroño con flores blanquecinas y frutos rojizos
Madroño con frutos y flores

Es una especie de tipo mediterráneo que de vez en cuando forma bosquetes llamados madroñales, como el que se ve en la última fotografía, tomada en el karst de Peñas Blancas (Barakaldo, Bizkaia). En Valdeovía no abunda y lo podemos ver principalmente en la foz de Angosto y en Sobrón, pues en ambos casos el madroño encuentra un entorno algo húmedo y soleado que le protege de las heladas, su mayor enemigo.

Flores de madroño de color rosáceo y forma de campana en una rama
Flores del madroño

Es bien conocido en toda la península ibérica por lo que sus usos etnobotánicos han sido extensos.

Su madera, por ejemplo, que es muy dura, se ha utilizado para obtener un buen carbón vegetal y para fabricar utensilios (cucharas, cuencos, aperos…). Sus hojas y corteza han servido para curtir pieles debido a que son ricas en taninos, unas sustancias vegetales que además de ese uso curtiente proporcionan un sabor amargo y seco a los alimentos (y sí, también al vino, pues se encuentran en la piel y pepitas de la uva). Dado que son astringentes, se han usado en medicina popular para combatir diarreas y también como diuréticas.

Varios frutos de madroño de color rojizo caídos en el suelo
Madroños caídos en el suelo

Pero el mayor uso se ha obtenido de sus frutos, comestibles y dulces en la madurez (si puedes, pruébalos sin miedo). Con ellos se siguen haciendo mermeladas y vinagres, y cómo no, el conocido licor de madroños por maceración de sus frutos. También se obtiene por destilación un recio aguardiente e incluso en Asturias siguen comercializando un anís de madroños.

Y si has oído alguna vez que comerlos en exceso produce dolor de cabeza o una ligera borrachera, pues es cierto. Los azúcares del fruto comienzan a fermentar en el propio árbol produciendo alcohol. Es por ese motivo que en algunos lugares les llaman borrachines y que su apellido latino “unedo” significa “de uno en uno“, un recordatorio para la prudencia a la hora de degustarlos.

Un ejemplar de madroño aislado
Ejemplar de madroño en Peñas Blancas
Pequeño bosque de madroños
Madroñal en Peñas Blancas

Ruta al monte Arrayuelas (1.119 m) desde Bóveda

Tiempo total: 3h 30 min Distancia: 13 km Dificultad: fácil Desnivel: 430 m

Esta vez toca ascender a esta cima que hace de frontera entre el valle de Bóveda y el Parque Natural de Valderejo. Una ruta sencilla de seguir que ofrece como premio las vistas al circo de Valderejo hacia el sur y la sierra de la Risca, muga entre Valdegovía y las tierras de Losa (Burgos) hacia el NO.

Campo de trigo amarillo y el pueblo de Boveda
Campos de cereal y Bóveda al fondo

Comienzo a caminar frente al centro social de Bóveda hacia una bifurcación de pistas agrícolas para tomar la de la izquierda. Tras un corto ascenso, llaneo por el paraje de San Pelayo entre campos de cultivo y la cima del Arrayuelas a la vista, a la izquierda de una antena repetidora.

En el paisaje domina el amarillo cereal y el verde oscuro de pinos y carrascas, y, ahora que la flora está marchita, el toque de color lo dan los frutos de la morrionera (Viburnum lantana) y las endrinas (Prunus spinosa), que ya azulean.

Tras un descenso, atravieso un arroyo y llego a una cancela metálica, tras la que surge una bifurcación. Por la izquierda iríamos a Tobillas por el GR-1 Histórico; yo continúo por el de la derecha que señala hacia el Portillo de la Sierra y al pueblo de Lalastra, ya en Valderejo.

En un ambiente fresco donde además de las hayas abundan los avellanos, arces y algún que otro tejo, camino junto a la fuente de La Tejera y al riachuelo (ahora seco) que ya describí en esta entrada invernal. Entonces el agua saltaba por el estrecho cauce de color hueso; ahora, con el estío, está seco.

Llego a un claro donde confluyo con una pista que asciende por mi derecha. Giro a la izquierda camino de Lalastra y con el cambio de ladera, ahora sur, las carrascas que aguantan bien el sol, se adueñan del paraje.

Dos mariposas del tipo de las zygaenas están copulando sobre una flor azul
Cópula de las mariposas zygaenas

Veo también algunas zygaenas (Zygaena spp.) libando en las pocas flores que quedan. Su diseño alar me sigue recordando a un bonito papel de regalo.

Comienza la pendiente, que se hace notar, aunque de nuevo el hayedo me reconforta con su sombra.

Y así, poco a poco, y con el espliego ya en flor, llego al Portillo de la Sierra. Un cartel advierte de la prohibición de caminar hacia el monte Recuenco entre el 1 de enero y el 15 de agosto para no molestar a los buitres leonados, que en esa época sacan adelante a sus pollos

A mis pies está el pueblo de Lalastra y hacia el oeste veo una antena repetidora hacia la que me dirijo por una buena pista.

Panorámica del circo de Valderejo y el pueblo de Lalastra bajo el cielo azul
Circo de Valderejo coronado por el monte Vallegrul y el pueblo de Lalastra

Llegado al repetidor, ahora se trata de caminar paralelo al corte de la sierra buscando la zona herbosa, más cómoda y con algunos hitos de piedra que conducen hacia una pequeña masa boscosa en el horizonte.

Flores moradas del espliego
Espliego (Lavandula latifolia) en flor

Llegado a ese bosquete cerrado, hay que prestar atención pues a escasos metros a la izquierda, en un promontorio rocoso, se encuentra la cima del Arrayuelas (2 h) con su vértice geodésico y el buzón colocado por la Sociedad Recreativa Manuel Iradier, de Gasteiz.

Contemplo hacia el sur todo Valderejo y hacia el norte los pueblos que se asientan en las laderas de la sierra de La Risca con la Sierra Salvada en la lejanía. Además, cuando me vuelvo hacia el oeste, allí veo la cima del Recuenco y, con prismáticos, el colosal menhir de El Gustal. ¡Todo un espectáculo panorámico!

Un montañero observa el paisaje desde la cima del monte Arrayuelas
Cima del Arrayuelas (1.119 m)
Un buitre leonado planeando
Buitre leonado

Tras contemplar el vuelo pausado de los buitres leonados, comienzo el retorno a Bóveda desandando el camino de ascenso.

Mapa de la ruta
Mapa de la ruta

Nombres en euskera de las especies mencionadas:

Morrionera: marmaratila / endrino: elorri beltza / endrina: basarana / espliego: izpilikua / buitre leonado: sai arrea

Caminando por la Metrópoli Verde: ruta circular desde San Zadornil a Los Barrucales y los pinos resineros (Pinus pinaster)

Observación: en esta entrada describí la Metrópoli Verde. Puedes consultarla para tener una idea general de la ruta que describo a continuación.

Tiempo total sin atajos: 3 h Distancia: 11 km Dificultad: fácil. Desnivel: 340 m

Esta vez partiremos de La Casa de San Zadornil para conocer el paraje de Los Barrucales y su bosque de pinos resineros (algo inusual en el valle) para lo que dejamos el vehículo en el aparcamiento frente al Centro de Interpretación de la Metrópoli Verde.

Nos dirigimos a la plaza del pueblo. A la izquierda de una fuente un callejón desciende hasta el río. Atravesamos el puente y aprovechamos para observar dos molinos provistos de paneles que explican su historia.

Las señales verdes indican hacia Los Barrucales y otros lugares; las seguimos por una senda agradable limitada por un muro de piedra y el rumor de un arroyo.

Poco después confluimos con una ancha pista forestal y giramos a la izquierda. Además de los omnipresentes pinos silvestres, comienzan a verse ya castaños centenarios con sus enormes troncos retorcidos o ahuecados.

En el siguiente cruce de caminos una señal indica a la fuente del Coño, que utilizaremos en otras rutas, pero nosotros tomamos el camino de la izquierda (Barrucales 2,5 km/ Orgulloso Resinero 1,1 km), hasta otra bifurcación en la que seguimos las indicaciones de 0,4 km al Orgulloso Resinero.

15 minutos después aparece un claro con varios caminos. En él se eleva un ejemplar del pino resinero, negral o marítimo (Pinus pinaster), el varias veces mencionado ya Orgulloso Resinero, acompañado por un monolito de cemento con un texto literario.

Es el momento de tomar la senda de la derecha e introducirnos en el “barrio de los Pinaster” camino de Los Barrucales. El terreno es arenoso debido a los bloques de arenisca de la zona; esto conlleva que el suelo sea ácido y que podamos ver especies botánicas casi ausentes en las tierras calcáreas de Valdegovía, que cubren casi todo el territorio.

Y entre ellas, claro, el pino resinero, de largas acículas (hojas con forma de aguja) y enormes piñas, ambas muy diferentes de nuestro habitual pino silvestre, que las tiene mas cortas y pequeñas.

Este pino es muy raro en Euskal Herria (es una especie mas mediterránea) y crece de forma natural en algunos barrancos arenosos. De él se obtiene la mejor resina para elaborar la trementina, un aguarrás natural. Cuando se quema su madera resinosa, se obtiene la pez que sirve para impermeabilizar el interior de las botas de vino y para calafatear las uniones de los barcos de madera. Y además, su resina, una vez seca, es ideal para suavizar los arcos de violines, violas y violoncellos.

Caminar por esta senda arenosa es un placer: arándanos silvestres (Vaccinium myrtillus) con fruto, brezos en flor (Erica cinerea), roble melojo (Quercus pyrenaica), roble albar (Quercus petraea), y multitud de serbales de cazadores (Sorbus aucuparia), muchos de ellos casi “recién nacidos”. Un sinfín de sensaciones para el naturalista inquieto, una anomalía areniscosa en un territorio de calizas.

Frutos del serbal de cazadores
Frutos de arándano

En el siguiente cruce tenemos dos opciones para visitar Los Barrucales y los Robles de Piedra, pues se trata de una senda circular. Tomamos la de la derecha y poco después llegamos al enclave de Los Barrucales y su mirador a la sierra de Artzena, aunque en este momento no se ve por la niebla.

Continuamos para dar el rodeo y conocer los Robles de Piedra pero atencion!!: el cartel indica hacia la derecha pero se trata de descender por un camino muy difuso hasta dar con una pista que seguimos hacia la izquierda. Llegamos así a un nuevo panel que señala a varios robles albar que crecen en las moles de rocas de arenisca (su nombre, petraea, alude a su preferencia por lugares rocosos).

Volvemos poco a poco hasta el cruce del Orgulloso Resinero por la misma senda. Descartando la pista de la derecha, continuamos algo recto por otra provista de un cartel que indica hacia el Mirador de Peña Carrias.

En un momento la pendiente se hace mayor y el camino parece más bién un cortafuegos que poco después se llena de maleza, por lo que caminamos por la izquierda del mismo pegados al bosque.

Peña Karria desde el mirador

Confluimos con otra pista donde se ubica el Mirador de Peña Carrias, que efectivamente ofrece una buena imagen de ese descomunal peñasco. Tras tomar la foto de rigor, llega el momento de tomar una decisión para retornar a San Zadornil:

1.- del mirador continuamos hacia la izquierda por la ancha pista que nos lleva al cruce con la Fuente del Coño que ya conocemos. Más largo pero muy cómodo.

2.- continuamos también hacia la izquierda hasta encontrar un cartel verde que indica un camino difuso para atajar por un hayedo y castaños centenarios hasta el cruce de la Fuente del Coño. Más corto pero algo resbaladizo aunque sin peligro (Google Maps ayuda mucho).

3.- frente al mirador, el cortafuegos desciende recto pero cubierto de maleza. Penetramos por su lado izquierdo en el bosque (hayas y castaños) y en poco tiempo estamos en la pista de retorno tal como se ve en el mapa. Se ahorra tiempo pero no hay camino, aunque Google Maps indica a la perfección la dirección a seguir para llegar a la pista.

Solo queda volver a San Zadornil, eso si, con algunos ejemplares elegantes de piñas y con un puñadito de arándanos para enseñar a los amigos, pues la especie silvestre sigue siendo bastante desconocida.

Mapa de la ruta. En amarillo, ida. En rojo, vuelta. Nº 1: retorno por pista Nº 2: atajo balizado Nº 3: atajo no balizado
En verde, la ruta realizada

Nombres en euskera de nuevas especies mencionadas:

Pino resinero o marítimo: itsas-pinua / Arándano: ahabia / Brezo: txilarra / Roble rebollo o melojo: ametza / Roble albar: haritz kandugabea / Serbal de cazadores: otsalizarra

El té de roca, una planta delicatessen de los peñascos

Deambulaba hace poco por las peñas calizas que se encuentran en el puerto de La Horca, frontera entre Araba y Burgos, cuando vi una pequeña mata de té de roca (o de monte) afianzada en una fisura. Conseguí acercarme para fotografiarla y decidí no recolectarla por el momento. Pero cambié de opinión al ver más ejemplares y me lleve un ramillete para probar su famosa infusión (afortunadamente, el tallo casca muy bien y la raíz no sufre, lo que posibilita que vuelva a crecer).

Planta de color verde con flores amarillas entre las rocas
Mata de té de roca en un roquedo

El té de roca (Chiliadenus glutinosus o hasta hace poco Jasonia glutinosa), que en euskera se llama harkaitzetako tea, es una planta que alcanza los 30 cm de longitud y pertenece a la familia de las asteráceas (margaritas, txiribitas, girasoles…).

Tiene multitud de glándulas que desprenden un líquido pegajoso (es el significado de glutinosa) que se nota cuando se toca. Sus pequeñas flores son amarillas y surgen entre julio y septiembre. Toda la planta desprende un aroma delicioso, motivo por el que se ha utilizado de numerosas maneras y variados motivos desde hace siglos.

Crece en los roquedos soleados de roca caliza a cierta altitud. En Euskal Herria se encuentra en la zona central del territorio, Valdegovía incluida, aunque siempre de manera dispersa.

Detalle de las flores amarillas del té de roca
Flores del té de roca

Respecto al nombre, si bien es cierto que el auténtico té (Camellia sinensis) es una planta originaria de China y del sudeste asiático, no es menos cierto que en la península ibérica se le ha dado esa denominación a unas 70 plantas silvestres diferentes por ser aromáticas y haberse consumido en tisanas. De todas ellas, una de las más populares es el té de roca.

Con ella se elaboran infusiones y licores digestivos y hasta helados. Sus usos medicinales atribuidos son múltiples: para curar la apendicitis, en algunas zonas para combatir la diarrea y en otras, paradójicamente, para evitar el estreñimiento, contra las piedras del riñón, para adelgazar, pues se dice que “deshace las grasas”, para sanar catarros y bronquitis, como relajante y antidepresiva…

Los emplastos y ungüentos hechos con esta hierba se consideran eficaces para las lesiones de la piel, pues cicatrizan las heridas y quemaduras y evitan infecciones posteriores. Incluso en alguna zona se han utilizado para blanquear los dientes frotándolos con ella.

Pequeño ramo de plantas de té de roca sobre una tabla para ser utilizadas en infusión
Ramillete del té de roca

Una planta multisuos, como podéis ver. Si aún no la conocéis, deberíais buscarla en los peñascos del valle aunque sólo sea para degustar su aroma. No os defraudará.