Espino albar, paisaje blanco con aroma de miel

De los pequeños árboles silvestres del valle y de toda Euskal Herria, tal vez sea el espino albar (Crataegus monogyna), junto con el laurel, el más venerado de la etnobotánica (el uso popular de las plantas).

Espino albar en primavera

Se le conoce con los nombres de espino albar, espino blanco y majuelo, y en euskera, elorri zuria o arantzazuria.

Mide entre 4-6 m de altura; sus ramas tienen unas duras espinas, origen de su nombre; las hojas son pequeñas y con 3-7 lóbulos irregulares.

Pero lo más llamativo son sus flores, que tienen un ligero olor a miel (es una especie melífera); son blancas, tan abundantes que recubren del todo el árbol. Todo un espectáculo primaveral especialmente cuando se encuentra en terreno clareado, lo que le permite desarrollar una copa semi redonda muy estética.

Flores del majuelo

Habita en los claros forestales y bordes de caminos; también forma, junto con endrinos y rosales silvestres, setos vivos, unos refugios importantes para la fauna.

A sus frutos se les llaman majuelas, guindas de pastor… y en euskera, abilurriak. Son del tamaño de un guisante y parecen manzanitas de color rojo, de carne harinosa (son comestibles) y con un huesecillo en su interior (como otras rosáceas tales como la ciruela, cereza, melocotón…). Surgen en otoño y su abundancia es vital para las aves y demás especies silvestres.

Majuelas o abilurriak (frutos del espino albar)

Como ya he comentado al inicio, es una especie muy valorada que tiene una variedad de usos enorme.

Como medicinal, sus flores se siguen usando (y vendiendo) en infusión para regular el sistema circulatorio (hipertensión, ritmo cardíaco, colesterol).

También ha valido para rebajar la ansiedad y calmar los nervios; y si queréis quitar un dolor de muelas, deberíais utilizar un remedio cordobés: cocer una rama de 9 nudos y aplicar la cocción en la zona dolorida.

Majuelas junto con otras plantas medicinales

Sus frutos han paliado el hambre en épocas de escasez y tanto los pastores como los niños las han consumido como entretenimiento. También han valido para hacer mermeladas y aguardientes o incluso como café después de tostarlos.

Espino albar en flor y Salinas de Añana

Sin embargo, en algunas zonas los consideran peligrosos, pues afirman que “producen locura” o “apendicitis”. Esto es porque su hueso, al igual que las almendras amargas, contiene cianuro de hidrógeno, muy tóxico según la dosis.

Es también, junto con el laurel, una especie protectora de la casa y de las huertas frente al rayo y todavía es habitual ver ramos o cruces hechas con espino en las puertas de muchos pueblos. Se suelen colocar el día de San Juan.

Y hablando de proteger, en algunas regiones las madres solían poner ramos de majuelo en las habitaciones de sus hijas adolescentes para asegurar su castidad. Intuyo que el método no era eficaz pero el efecto placebo también es tranquilizador.

No terminan aquí sus usos, pues su madera, densa y dura, sigue siendo cotizada para hacer mangos de herramientas y cachabas. La Inquisición, conocedora de esa cualidad, la usó para construir sus inhumanos aparatos de tortura.

Termino con una utilidad curiosa: no hace muchos años, en algunas zonas rurales los niños lanzaban sus frutos con una cerbatana hecha con una ramita de saúco (que se ahueca bien). Al grito de ¡majuelas con canuto se disparan al minuto!, jugaban y corrían por el pueblo libres de las ataduras que hoy día impone el teléfono móvil.

Fue tal el éxito del juguete que había gente que los vendía gritando ¡majuelas con canuto!. Creo que la gente de cierta edad visualizará perfectamente ese ambiente callejero y feliz en nuestros pueblos y barrios urbanos, hoy en vías de extinción.

Paisaje de montaña con espinos en flor

Posdata: este año he de hacer una cerbatana de saúco y probarla con majuelas. Seguro que sonrío.

Rutas por los castros de Bóveda (II): Los Pozos (911 m)

Tiempo: 1h 30 min Distancia: 5,8 km Desnivel: 210 m Dificultad: fácil

En la entrada anterior describí una ruta al castro del Alto del Cueto en la que comentaba la existencia de pequeñas colinas algo cónicas llamadas castros o cuetos y que tenía la intención de conocer aquellas que se encuentran en Bóveda.

Pues bien, en esta ocasión visito el Castro de Los Pozos, al que la gente del lugar también llama de La Ozácar, vecino del Alto del Cueto.

Castro de Los Pozos. En primer plano, aulagas en flor

Inicio la caminata en la Calle Real (carretera de Bóveda, dirección al Puerto de la Horca) a la altura del frontón y continúo hasta el nº 60 donde cruzo el río Omecillo.

En la cercana bifurcación asciendo por la pista de la derecha, parte del GR1 Sendero Histórico, hasta los campos de cultivo que ya me ofrecen una buena vista del castro de Los Pozos y sus cuetos vecinos.

En un momento, cuando la pista agrícola vira bruscamente a la derecha hay que abandonarla para seguir las balizas del GR-1 por el pastizal, cuya flora primaveral mostré aquí, aunque ahora también han florecido los gamones (Asphodelus albus), que se hacen notar.

Los gamones en flor

Tras atravesar una zona de bosque hay que cruzar una alambrada y seguir por la izquierda hasta confluir con un camino bien definido que, por su derecha, atraviesa un hayedo y conduce a la fuente de Los Pozos. En el abrevadero, ahora sí, consigo ver un tritón palmeado (Lissotriton helveticus).

Toca seguir ascendiendo pocos metros hasta una bifurcación donde abandono el GR-1 y tomo la pista de la izquierda, que bordea el castro y asciende suavemente en un ambiente de pinar hasta un rellano herboso. Allí, un gran pino seco marca el punto donde hay que meterse en el bosque por el lado izquierdo de la pista para superar la ladera del cueto. El sendero es poco claro pero el ascenso es sencillo. Además encuentro a la la bonita genciana azul (Gentiana occidentalis), una sorpresa que agradezco.

Gentiana occidentalis

Al de poco tiempo llego a la cresta rocosa de la cima, que se supera fácilmente.

Caminando hacia al derecha, busco la cota más alta con el GPS y ¡voilà!, estoy en la “cumbre” del castro de Los Pozos con un bonito hayedo primaveral en el que los hayucos ya están germinando (imagen adjunta).

Hayedo en la cumbre de Los Pozos

Vuelvo al collado para continuar por el mismo camino, ahora en descenso, hasta un punto en el que me desvío a la izquierda para tomar una pista que bordea la ladera opuesta del monte por el barranco del Cotillo (con el track de Wikiloc al final, esta bifurcación se encuentra sin problema).

Bóveda

Tras pasar junto a la cueva de La Ozácar, llego a una pista agraria que sigo por su tramo derecho para regresar con rapidez de nuevo a Bóveda.

Track en Wikiloc

https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/castro-de-los-pozos-desde-boveda-167665367?utm_medium=app&utm_campaign=share&utm_source=1965485

Mapa de la ruta

Nombres en euskera de las especies mencionadas: Gamón o asfodelo: basaporrua / genciana: gentziana / tritón palmeado: uhandre palmatua

Rutas por los castros de Bóveda (I): El Alto del Cueto (894 m)

Tiempo: 1h 40 min Distancia: 6,3 km Desnivel: 215 m Dificultad: fácil

Nota: para facilitar la ruta, al final del texto tenéis un mapa y un track de Wikiloc.

De derecha a izquierda los castros de El Alto del Cueto, Los Pozos y La Ozácar

Si bien la palabra castro puede significar un poblado prerromano, su otra acepción, junto con la de cueto, sirve para nombrar a pequeños montes, algo cónicos, con restos de una cresta rocosa y aislados de otros por collados.

En el caso de Bóveda hay varios, todos alineados bajo la ladera de la Sierra Gobea, desde el monte Recuenco a Peña Karria, y que de norte a sur son los siguientes: Alto del Cueto, Los Pozos, La Ozácar (o La Sota), La Tejera y San Andrés

El bosque recubre sus cimas (sin buzón) desde las que apenas hay vistas. Podríamos decir que frente a las altas cumbres, estas colinas son como obras menores de la naturaleza, pero ahí están y yo las quiero conocer, pues son parte del paisaje natural del valle. Si eres un amante del silencio (humano) pero fan de los sonidos de la naturaleza, no dudes en recorrer estos modestos cuetos.

Castro Alto del Cueto desde La Valleja

En esta ocasión visito el castro del Alto del Cueto (894 m), para lo que inicio la marcha en la Calle Real de Bóveda a la altura del frontón. Continúo por la carretera A-2622 (dirección al Puerto de la Horca) 800 m hasta el paraje de La Valleja, donde, por la izquierda, cruzo el río Omecillo y asciendo por la pista hasta una cancela metálica.

Nada más pasarla, el Alto del Cueto me muestra su perfil alargado; me dirijo hacia la derecha (oeste) para cruzar el pastizal, ya florido, y encontrar una antigua pista que penetra en el pinar y que discurre a lo largo de todo el monte cercana a su cresta, lo que facilita la marcha.

Pero yo quiero conocer su cota más alta y palpar su ambiente, por lo que tras un fuerte giro a la izquierda de la pista, la abandono y, bosque a través, me encaramo a la “arista”.

El canto del cuco y el repiqueteo del pájaro carpintero me acompañan en este ambiente boscoso y pronto el gps me dice que he llegado a la “cumbre” (896 m según el aparato) cubierta de pinos y carrascas.

Me muevo un poco y consigo ver los contrafuertes del Recuenco, tras lo que desciendo hasta la pista antes mencionada que me conduce a la parte baja del monte.

Allí confluyo con el camino que viene de La Valleja y lo sigo por la derecha para acercarme al abrevadero y fuente de Los Pozos con la intención de observar a los tritones palmeados. Pero no hay suerte, pues una masa de ova (algas verdes filamentosas) cubre todo el abrevadero.

Retrocedo para volver a Bóveda por la cancela de La Valleja (la del inicio) pero tras cruzarla y deleitarme con una gran encina de tronco ahuecado, giro a la derecha por otro camino en un ambiente de encinar adehesado.

Confluyo con una buena pista agraria (tramo del GR-1, Sendero Histórico) desde la que ya se ve Bóveda, a donde llego en poco tiempo. Mi próxima cita con los cuetos o castros será el de Los Pozos. Ya os contaré.

Mapa de la ruta

Flora del pastizal: (fotografías superiores)

Arriba: Fritillaria pyrenaica, Globularia vulgaris, Helianthemum apenninum Abajo: Ophrys tenthredinifera (orquídea), Genista scorpius (aulaga), Genista hispanica (aliaga)

Track en Wikiloc:

https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/alto-del-cueto-896-m-desde-boveda-167665407

El ombligo de Venus, una planta que lo cura todo

No hay persona en el mundo rural que no conozca el ombligo de Venus (Umbilicus rupestris), una de las plantas más habituales en los muros y los tejados de pueblos y aldeas.

Hojas y flores en un muro

Gracias a esa ubicuidad los nombres populares para designarla son tan abundantes como curiosos: campanicas de los tejados, cucuruchos, orejas de monje, sombreritos, hierba callera, curalotodo o tabaco de pared, estos últimos aludiendo a su utilidad. En euskera se le llama belarri-belar (hierba de la oreja) y perretxiko-belar (hierba de las setas), que, al igual que en castellano, se refieren a la forma de sus hojas.

Y efectivamente, las hojas del ombligo de Venus son, además de carnosas, redondeadas y deprimidas por el centro, como nuestro ombligo, lo que explica su nombre latino Umbilicus y donde rupestris significa que vive en las rocas.

Detalle de las hojas

Sus flores, de pétalos amarillo-verdosos, forman una espiga alargada que surge desde abril hasta agosto y que cuando se seca se ha utilizado como sustituto del tabaco.

Una cuestión interesante es su capacidad para aguantar la sequía veraniega de los muros y que consigue de la siguiente manera: durante el día la parte inferior de las hojas (el envés) cierra unos diminutos agujeros (los estomas) que le permiten coger CO2 y oxígeno del aire pero que provocaría una pérdida importante de agua. Cuando llega la noche y la humedad ambiental aumenta, se abren de nuevo para continuar con su producción de alimento.

El ombligo de Venus acompañado de fumarias, cimbalarias y celidonias

En cuanto a sus aplicaciones en la medicina popular son numerosas tal como indica su nombre de “curalotodo”: contra el dolor de muelas, de oídos o contra las hemorroides, para lo que en algunzas zonas peninsulares se ponían sus flores en el bolsillo trasero del pantalón y según se iban marchitando las hemorroides desaparecían.

Espiga floral del ombligo de Venus

Incluso el afamado médico de la Antigua Grecia, Hipócrates, recomendaba a las mujeres embarazadas que comieran sus hojas si querían tener niños (varones), aunque no sabemos qué lógica utilizaba para semejante afirmación.

Pero sin duda la mayor de las aplicaciones ha sido (y lo sigue siendo) la de curar afecciones de la piel: contra el acné, las quemaduras, como cicatrizante, antiséptico, contra callos y verrugas, usando para ello emplastos, infusiones, pomadas, o la aplicación directa de sus hojas frescas o su jugo.

La ciencia ha descubierto que es una planta rica en ácidos grasos omega 3 y antioxidantes y que también tiene propiedades bactericidas e incluso antitumorales. Esperemos que ese potencial se traduzca en nuevas terapias.

Ombligo de Venus en un muro

Siguiendo con la etnobotánica de esta planta, los niños y niñas jugaban a “comiditas” con sus hojas e incluso hacían por medio de un palillo dibujitos en ellas que servían luego para vestir muñecas.

Las carnosas hojas también se han comido como ensalada y algunos chefs en la actualidad las han incorporado a sus recetas. Dicen que las grandes son un poco amargas pero que las pequeñas son muy apetecibles.

En cuanto al nombre de Venus, también utilizado en francés, italiano, portugués o aleman, parece que podría deberse a que la diosa del amor y de la belleza tenía un ombligo perfecto (divino, diríamos) y nada mejor que utilizar su nombre para nombrar a esta especie.

Ruta a la Peña Cárabo (943 m) y la ermita de la Mellera desde Barrio

Tiempo: 2 h Distancia: 4,7 km Desnivel: 270 m. Dificultad: fácil Tipo de ruta: no circular

Si tienes un hueco de dos horas y media, quieres visitar una ermita incrustada en la roca y subir con rapidez a una cima para contemplar un espectacular paisaje, esta es tu ruta.

Comenzamos en el bonito pueblo de Barrio, en cuya entrada hay un aparcamiento de vehículos. Al fondo se impone el monte Bachicabo (1.200m) y en dirección SE las peñas de La Mellera y la del Cárabo, a donde iremos.

Barrio en primavera

Por encima del parking tomamos la Calle Real hasta unos contenedores, donde giramos a la derecha por una calle que asciende y nos saca del pueblo para continuar luego por una buena pista forestal en ambiente de pinar. En los bordes florecen las plantas tempraneras habituales: anémonas, primaveras, eléboros…

Después de 20 minutos de suave ascenso llegamos a una verja metálica a la derecha del camino. La cruzamos y vemos dos carteles amarillos. El de la izquierda indica hacia el pueblo de Nograro y el de la derecha, que seguimos, a la ermita de Nuestra Señora de la Mellera, enrocada en un agradable lugar dominado por una campa cubierta de primaveras (Primula veris). En su interior hay un retablo del siglo XVII y una talla de la virgen del siglo XIII y que da motivo a diversas romerías que celebran los pueblos del entorno.

Tras la visita, retrocedemos hasta las señales para seguir ahora dirección a Nograro por una pista boscosa que asciende hasta una zona de llaneo, momento en el que, tras caminar unos metros, hay que encontrar a la derecha una estrecha senda (a fecha de hoy marcada por unas ramas apiladas) que culebrea hasta la cima del Cárabo. En la subida veremos muchas sabinas negras (Juniperus phoenicea) y una bonita ranunculácea de flor amarilla, Adonis vernalis, especie no rara pero tampoco abundante.

Cuando terminamos el ascenso parece que no hay cima rocosa, pues nos rodean los árboles: hay que fijarse en un senderito que desciende por la derecha pero que luego sube al peñasco calcáreo donde se ubica la cima y su buzón.

Vistas del monte Bachicabo y el pueblo de Barrio desde la cima

Toca ahora disfrutar de unas vistas espectaculares: el monte Bachicabo y la Sierra de Artzena, Barrio, y la planicie cubierta del cereal, ahora verde, con los pueblos de Espejo, Villanañe, Villanueva, Salinas de Añana…

Panorámica desde Peña Cárabo

Satisfechos con esta corta pero apetecible ruta, regresamos a Barrio por el mismo camino.

Adonis vernalis en la ladera del Cárabo

Nombres en euskera de las especies:

Primaveras: udaberri-lorea / hepática: gibel-belarra / eléboro verde: otsababa emea / sabina negra: sabina feniziarra / endrino: basarana / Adonis vernalis: udaberriko adonia

Ruta en Wikiloc:

https://es.wikiloc.com/wikiloc/embedv2.do?id=165048629&elevation=off&images=off&maptype=H

La primavera blanca de los guillomos

Seguro que conduciendo por el valle o recorriendo algún sendero, allí donde las rocas calizas sobresalen del suelo, habréis visto unos llamativos arbustos repletos de flores blancas, tan repletos de blancura que las hojas casi quedan ocultas. Son los guillomos, mellomos o durillos agrios (Amelanchier ovalis), que en euskera se conocen como arangurbea y que parecen haber decidido que la primavera hay que celebrarla por todo lo alto.

Guillomos en el puerto de La Horca

Los guillomos son arbustos de la familia de las rosáceas (la de las rosas, obviamente, pero también de los ciruelos, cerezos, perales, manzanos….) que miden 1-3 m de altura. Sus hojas son ovaladas de margen aserrado, cubiertas de una fina pelusilla. Las flores tienen 5 pétalos blancos alargados que surgen en grupos en abril y perduran hasta junio. Luego, a finales del verano, de ellas saldrán los frutos (las guillomas), dulces y parecidos a guisantes, que en la madurez se tornan de color negro azulado (el epíteto ovalis se refiere a ellos por su aspecto ovalado aunque otros opinan que se debe al aspecto de las hojas).

Flores del guillomo

Le gustan los terrenos duros y soleados, de roca calcárea, tanto en los claros de carrascales y quejigales como en las crestas montañosas, y aunque en la franja cantábrica no es habitual, sí lo es desde los Pirineos hasta Andalucía. Es por tanto un arbusto bien conocido por la gente, lo que explica sus variados usos etnobotánicos.

Las guillomas, frutos del guillomo, madurando

Sus frutos maduros, por ejemplo, se han comido directamente de la planta como golosinas. También se han usado sus flores, junto con nueces y otras hierbas para hacer licores en el Pirineo catalán.

Entre sus virtudes medicinales ha destacado, por extendida, la de ser útil para “rebajar la sangre” (bajar la tensión arterial), para lo que se cocían flores, tallos y corteza del tronco.

Guillomo creciendo entre rocas calizas

Pero también han sido apreciados para sanar otras partes del cuerpo: la infunsion de las flores, para curar “espantos” ( según los curanderos, enfermedades causadas por grandes sustos); la maceración de sus frutos en anís aliviaba las contusiones y el reuma mediante friegas; la decocción de sus flores, hojas y tallos era útil contra el cólera, como laxante o, en mayor concentración, como purgante y también para curar catarros.

Flores del guillomo

Con sus abundantes ramas se hacían las escobas guillomeras con las que se barrían las eras tras la trilla, y con los troncos, flexibles y fáciles de domar, garrotes o cachabas.

Termino con la relación del guillomo con las abejas pues ha estado bastante extendida la creencia de que las abejas rechazan sus flores. Un par de curiosidades al respecto. En la comarca catalana de El Pallars se ha utilizado para repeler abejas y avispas en la elaboración de las pasas. Para ello, se cocían las ramas en agua y ceniza y luego rociaban con ese líquido los frutos.

Por otra parte, en la Serranía de Cuenca explican el rechazo de las abejas al guillomo con una leyenda: “la abeja dijo a Dios: flor de guillomo comeré y a quien pique mataré; a lo que Dios respondió: flor de guillomo no comerás y a quien piques tu morirás”. Tras esa amenaza, parece que las abejas decidieron prescindir del guillomo.

Si estos días tenéis la oportunidad de caminar por sendas donde abunden las calizas (la ruta del río Purón en el Parque Natural de Valderejo, por ejemplo) disfrutaréis de lo lindo con el espectáculo de los guillomos, a los que se suma la floración de otras dos rosáceas de flores blancas, los endrinos y los espinos albares.

Senderos de prímulas, caminos de color

Ha llegado la primavera y nada mejor que hablar de las plantas tempraneras que anuncian el cambio de estación. Me refiero a las prímulas o primaveras cuyas flores salpican ya los claros de los bosques, bordes de caminos y márgenes de arroyos.

Primula veris, de amarillo intenso, en un talud

En nuestro valle cohabitan tres especies del género Primula (del latín “la primera”): Primula veris, P. elatior y P. acaulis, las tres de flores amarillas y que todos conocéis al menos de vista.

Para su identificación no entraré en detalles botánicos y me basaré en sus diferencias más visuales, las necesarias para ayudar al senderista curiosón.

Para empezar, las tres coinciden en varios aspectos:

  • Tienen flores amarillas con forma más o menos acampanada
  • sus hojas se extienden como una roseta algo pegadas al suelo
  • se les conoce popularmente como primaveras, flores de San José, pan y quesos…En euskera, San Jose-loreak o udaberri-loreak (flores de primavera).
  • han tenido o tienen usos etnobotánicos parecidos de los que adelanto uno: los niños solían chupar sus flores de sabor azucarado debido al néctar que contienen.

Comencemos con las que tienen sus flores agrupadas en el extremo de un tallo (escapo) largo lo que les da una altura de 10-30 cm:

Primula veris (del latín, primavera) tiene flores olorosas de color amarillo intenso. Florece desde marzo hasta junio y se hace notar en prados, taludes y bordes herbosos de caminos. En Valdegovía es la más notoria y fácil de ver. Conocida también como manguitos o flores de cuquillo (su floración coincide con el canto del cuco) sus hojas tiernas se han comido en ensalada o como verdura. Sus flores, maceradas en agua, se han utilizado para obtener agua perfumada y en el sur de Araba/Álava se usaban las hojas y flores (junto con otras muchas especies) para elaborar la pomada sanjuanera, remedio para contusiones e inflamaciones de la piel.

P. veris en un claro forestal

También se ha tomado en infusión para aliviar catarros y bronquitis y para conciliar el sueño, utilidades que comparte con las otras dos especies.

Primula elatior (del latín, la más alta) es muy parecida a la anterior pero se le distingue muy bien por sus flores de color amarillo pálido. Florece de marzo a junio y no es tan habitual como la anterior. Vive dispersa en lugares sombríos de hayedos, claros de bosque y junto a arroyos. En Euskadi se han utilizado sus raíces para curar contusiones y esguinces y macerada en agua junto con violetas (Viola sp.) se obtenía una suave colonia.

Primula elatior con sus flores de color amarillo pálido

La tercera especie es Primula acaulis (del latín, sin tallo), muy fácil de distinguir de las anteriores pues sus flores, de color amarillo pálido y más abiertas que las otras, nacen independientes casi a ras de suelo, cada una de ellas con su pedicelo (rabillo). Es la más temprana en florecer pues ya en enero se ven algunos ejemplares cuya flor perdurará hasta mayo. Vive de forma dispersa en zonas húmedas y sombrías del bosque o márgenes de ríos.

Primula acaulis con sus flores cerca del suelo

Entre los nombres populares que le han dado a esta prímula me llama la atención uno de Menorca: las parejas de enamorados hacían ramitos con ellas y les llamaban “suegras y nueras”, pues sus flores parecen darse la espalda. Y como las anteriores, también se ha usado para perfumar el agua de baño.

Finalizo con una curiosidad de las tres primaveras: en el interior de sus pétalos hay unas zonas teñidas de amarillo intenso o naranja. Se les conoce como guías de néctar y sirven para atraer y guiar hacia esa sustancia dulzona a los insectos que las polinizan, que en este caso son abejas, abejorros y diversas mariposas diurnas.

Paseos de color entre azafranes silvestres y quitameriendas

Mi amigo Félix, cuya curiosidad por la naturaleza no parece tener límites, me propone que dado que el otoño ya está aquí, ayude a distinguir (sin entrar en demasiados detalles botánicos) dos bonitas flores que ya están en prados y bosques: las quitameriendas y los azafranes silvestres.

Flores de la quitameriendas
Flores del azafrán silvestre

Colchicum montanum (antes Merendera montana) es la habitualmente llamada quitameriendas y Crocus nudiflorus, el llamado azafrán silvestre. Las dos especies florecen desde finales de verano y durante el otoño y podemos verlas juntas o en zonas diferentes de una misma ruta. Se distinguen bien si nos fijamos en los siguientes detalles:

  • La quitameriendas (Colchicum montanum) florece en pastos pedregosos desde agosto hasta noviembre. Tiene 6 tépalos * abiertos de color rosáceo que dan a la flor una forma de estrella. Están unidos por un tubo blanco muy corto, casi a ras de suelo, de tal manera que si cogemos una, los tépalos se sueltan y la flor se deshace. Además tiene 6 estambres amarillos y tres estilos* blanquecinos.
  • El azafrán silvestre (Crocus nudiflorus) crece en suelos frescos de los bosques o bordes de los mismos desde septiembre hasta diciembre. Sus 6 tépalos, de bonitos colores entre violeta y púrpura, tienen forma de campanilla (no abierta en estrella) y alcanzan 10-20 cm de altura gracias a su largo tubo blanco. Si cogemos una, la flor se mantiene, no se deshace. Además tiene 3 estambres con anteras amarillas y un solo estilo con estigmas ramificados de color amarillo o naranja intenso.
Quitameriendas con 3 estilos blancos y 6 estambres amarillos
Azafrán silvestre con 1 estilo y estigmas ramificados (centro) y 3 estambres (izquierda)

A Colchicum montanum se le llama merendera, quitameriendas o zampameriendas pues su aparacion coincide con el acortamiento de los días, por lo que al adelantarse la cena se prescindía de la merienda. Ya lo dice un refrán rural: “Ya salen las merenderas, ya nos echan de las eras”, queriendo decir que para esa época del final del verano las labores de siega y recolección del cereal debían estar terminadas. También se le llama “espantapastores”, pues por el motivo anterior, sus flores anunciaban que llegaba el momento de la trashumancia en el que los pastores conducían (conducen) sus rebaños a tierras más bajas para pasar el invierno. Por lo demás, aunque en algunas zonas se han comido sus bulbos, la planta contiene un tóxico, la colchicina, por lo que su uso alimentario ha sido marginal y limitado a los bulbos como pasatiempo.

Izquierda, azafrán silvestre; derecha, quitameriendas

Crocus nudiflorus es conocida como el azafrán silvestre, azafrán loco o azafrán bastardo por su parecido con la especie cultivada, Crocus sativus, el conocido y cotizado azafrán. En algunos lugares han utilizado de forma esporádica los estigmas amarillos del silvestre para condimentar y colorear alimentos. Localmente también le llaman quitameriendas por lo que ya he explicado antes.

Para finalizar, hay otra especie, el cólquico (Colchicum autumnale), muy escasa** en nuestro valle, y cuyo aspecto exterior (color y forma acampanada de la flor) se parece al del azafrán silvestre PERO tiene 6 estambres y 3 estilos por lo que para identificarlo deberéis analizar cada flor que encontréis (¡ánimo!). Si lo encontráis os agradecería que me indicarais el lugar.

Colchicum autumnale. © Luc Viatour, from Wikimedia Commons

*Glosario:

Tépalos: partes de la flor equivalentes a pétalos y sépalos cuando no hay distinción entre ellos / Estilo: prolongación en forma de tubo que sale del ovario de una flor. En su punta se ubica el estigma, encargado de recibir el polen / Antera: parte superior del estambre donde se produce el polen

Nombres en euskera:

Colchicum montanum: askari-lorea (flor de la merienda) / Crocus nudiflorus: basa-azafrana (azafrán silvestre).

** En un estudio realizado en 2002 sobre la flora de Valdegovía, sólo encontraron esta especie en la ribera del río Tumecillo a la altura de Karanka.

La magia de las plantas y la teoría de los signos

En entradas anteriores ya he mencionado la llamada Teoría de las signaturas, signos o señales, teoría que propone que los animales y las plantas nos señalan con sus formas y colores la utilidad que tienen para curar enfermedades.

Interior de una nuez
El fruto de la nuez recuerda a la forma del cerebro

Ese pensamiento mágico surgió seguramente ya en la prehistoria y posiblemente todas las culturas lo han desarrollado de forma independiente puesto que en aquellos tiempos la explicación de los sucesos naturales (enfermedades, catástrofes…) no estaba apoyada por la ciencia que hoy lo explica casi todo.

La teoría de los signos referida a las plantas se hizo muy popular en la Edad Media europea y en épocas posteriores, porque sus propulsores, entre los que destacó el médico y botánico español Andrés Laguna (1510-1559, médico personal de Carlos I y de Felipe II, ahí es nada), propusieron que fue Dios quien, para cuidar de sus criaturas, marcó a los vegetales con marcas externas que nos advertían de sus virtudes sanadoras. Naturalmente, la iglesia católica asumió con placer esa teoría y le dio un impulso notable.

Pero no creamos que esa forma de pensamiento no racional es cosa de un pasado lejano. En las zonas donde el conocimiento científico no ha penetrado lo suficiente todavía se sigue pensando así e incluso en nuestra moderna sociedad hay vestigios de ello. Un buen ejemplo son las nueces, cuya cáscara “señala” al cráneo y su interior al cerebro. ¿Quién no ha oído decir que son buenas para la memoria y para evitar enfermedades mentales?. Por supuesto, las nueces son saludables en general, pero son especialmente beneficiosas para el sistema circulatorio y para el corazón. Su forma, obviamente, no indica nada.

Naturalmente, puede ocurrir que por casualidad una planta “señalada” posea sustancias medicinales para la enfermedad correspondiente, pero ese azar es posible por la enorme cantidad de moléculas que poseen los vegetales. Tarde o temprano la coincidencia ocurrirá.

Os presento a continuación varios ejemplos de plantas silvestres que fueron usadas para curar enfermedades debido a la “marca” o “señal” que contienen, todas ellas presentes en Gaubea – Valdegovía.

Comienzo con las orquídeas, nombre derivado del griego orchis y que significa testículo. Esto se debe a que poseen dos tubérculos cuya forma recordaría a esos genitales y que por tanto se relacionaron con la virilidad y con la procreación. Uno de los tubérculos suele estar más desarrollado que el otro lo que conlleva consecuencias curiosas: si un hombre ingiere el tubérculo grande tendrá un hijo y si una mujer come el pequeño, tendrá una hija. Además, debían de ser afrodisíacos pues tal como afirmaba el famoso botánico griego Dioscórides (años 40-90 de nuestra era): “(toma esta planta) si quieres satisfacer a la dama, porque segun dicen, despierta y aguijoneea la virtud genital”.

El trébol común (Trifolium pratense), al que en Cataluña llaman herba de la desfeta (hierba de las cataratas), curaría esa degeneración ocular pues sus hojas tienen una mancha blanquecina que recuerda al aspecto de las cataratas.

Flor del trébol de color rosa y hojas verdes con una banda balnquecina
Hojas del trébol con su característica banda blanquecina semejante a las cataratas oculares

Los frutos de los rosales silvestres, llamados escaramujos, evitan o curan las piedras que se acumulan en la vejiga urinaria, pues su forma es semejante a ese órgano y sus semillas “señalarían” a las molestas piedrecillas.

Varios escaramujos de color rojo uno de los cuales está partido mostrando sus semillas blanquecinas
Escaramujo mostrando en su interior las semillas que recordarían a las piedras vesicales

De la misma manera, las espinas de la Rosa canina, un rosal silvestre muy común, que parecen colmillos de perro (de ahí su nombre latino) valdrían para prevenir tanto la mordedura de los perros como la rabia que pueden transmitir. Para ello, debía tomarse una infusión de sus raíces.

Tallo y espinas de color vino del rosal silvestre
Espinas del rosal semejantes a los dientes de un perro

La viborera (Echium vulgare) debe su nombre (del griego Ekios, víbora) a sus semillas, que parecen la cabeza de una víbora. Se pensaba que sus raíces y semillas, tomadas con vino, podían prevenir la picadura de esos reptiles e incluso ahuyentarlos.

La ya mencionada nuez sería buena para el cerebro si atendemos a la curiosa forma de su parte comestible, dividida en “hemisferios” y con curvas que recuerdan a las circunvoluciones o repliegues cerebrales.

El escaso liquen pulmonaria (Lobaria pulmonaria), del que podemos disfrutar en nuestros hayedos, sería útil para combatir las enfermedades del pulmón debido a su aspecto, que recuerda al interior de esos órganos (todavía se publicita en internet semejante absurda utilidad).

El liquen de color verde Lobaria pulmonaria con aspecto de hojas creciendo sobre un tronco
El liquen pulmonaria en el tronco de una haya

La consuelda menor (Symphytum tuberosum), que florece en primavera, toma su nombre vulgar de la forma que tienen sus hojas de unirse (“soldarse”) al tallo, algo que indicaría su capacidad para restaurar fracturas óseas o curar esguinces.

Tallo, hojas verdes y flores amarillas de la consuelda menor
Las hojas de la consuelda menor se unen al tallo como si estuvieran soldadas a él

Y para terminar, varias plantas ya mencionadas en entradas anteriores (con sus links) por si os da pereza navegar por el blog:

La hierba hepática (Anemone hepatica) curaría las enfermedades del hígado tal como “señalan” sus hojas lobuladas de color vino por el envés.

Flores moradas y hojas verdes de la hierba hepática
Hojas trilobuladas de la hepática

Los helechos polipodios (Polypodium spp.) se utilizaban contra la viruela, pues la forma de sus esporangios, similar a las marcas que deja en la piel esa infección, “indicaban” esa virtud.

Un helecho polipodio mostrando sus soros de color marrón y el cielo azul en el fondo
Los círculos marrones de los polipodios, que producen esporas, recordarían a las marcas que deja la viruela

Otro helecho, el culantrillo de pozo (Adiantum capillus-veneris) posee raíces y finos tallos de color negro brillante, lo que indicaba a aquellas buenas gentes su utilidad para mantener un cabello lustroso y estupendo.

El helecho de color verde culantrillo de pozo
Un culantrillo de pozo junto a un arroyo

La celidonia menor (Ficaria verna), habitual en zonas húmedas durante la primavera, tiene en sus raíces unos pequeños abultamientos que recordarían a las hemorroides; pues está claro el uso que se le podía dar (de nuevo algunas webs insisten en esa inexistente virtud).

Abultamientos en las raíces de la celidonia menor
Engrosamientos “antihemorroidales” en las raíces de la celidonia menor

Como podéis ver, cada ser vivo (en esta caso cada planta) tiene una curiosa historia en su currículum, una mezcla de pensamientos ancestrales, mágicos y entrañables, y otros actuales y empíricos, que nunca dejan de sorprendernos.

Nombres en euskera:

Nuez: intxaurra / orquídea: orkidea / trébol: hirusta / escaramujo: arkakaratsa / rosal silvestre: basarrosa/ viborera: sugegorri-belarra / consuelda menor: zolda-belar txikia / hepática: gibel-belarra / polipodio: haritz-iratzea / culantrillo de pozo: iturri-belarra / celidonia menor: korradu-belarra

Ruta circular desde Bóveda al monte Peña Alta (1.022 m) y descenso por el Puerto de La Horca

Tiempo total: 4 h 30 min Distancia: 16 km Dificultad: fácil Desnivel: 330 m

Peña Ata de Losa (1.022 m) se encuentra en el extremo occidental de la sierra de S. Pedro de la Risca, en tierras del valle de Losa aunque pegado a los extensos pastizales de La Granja, en Bóveda (Araba).

Cumbre de Peña Alta de Losa

La ruta es algo larga pero no exige un gran esfuerzo pues la pendiente siempre es suave. ¡Arranquemos!

Comienzo a caminar a la altura del numero 60 de la Calle Real de Bóveda, pasando junto a la fuente- lavadero y tomando la pista asfaltada de la izquierda tal como indico en la toma de Google Maps al final del texto. Llego a una bifurcación con una construcción de ladrillo y continúo por la izquierda hasta dar con una barrera metálica. Varios arbustos han comenzado ya a exponer sus frutos a las aves, como los escaramujos del rosal silvestre (Rosa canina), el saúco (Sambucus nigra) y el espino albar (Crataegus monogyna).

Tras la barrera comienza una bonita zona de pastos y encinas clareadas con aspecto de dehesa, aunque poco después la pista se adentra en un pinar mezclado con hayas.

Camino sin esfuerzo y más arriba, en una curva, un camino que asciende se me une por la derecha y poco después, en una bifurcación con aspecto de Y prosigo por el camino de la izquierda hasta dar con la cruz de Leocadio (1891), hecha de hierro.

Más arriba, cuando acaba la pendiente, el camino se curva de nuevo y se une con otro. Es el momento de girar a la izquierda para encontrarnos ahí mismo el barrerón metálico de Muniteri, muga entre Bóveda y Losa.

Cruzo la barrera y tomo la ancha pista de la izquierda que limitada por una alambrada tiene aspecto de cortafuegos. Estoy en tierras burgalesas y sigo cómodamente hasta una nueva bifurcación, en la que tomo la opción de la derecha (si siguiera recto llegaría al portillo que utilizaré en el descenso). Y así, sin darme cuenta, llego a un pastizal cubierto de quitameriendas (Merendera montana) con algunos cardos azules (Eryngium bourgatii) a pocos metros de la cumbre de Peña Alta, a la que llego tras 1 h 40 minutos de caminata.

Disfruto de las vistas: frente a mí la mole del Recuenco, a mi espalda, los pastos de La Granja, hacia el oeste San Pantaleón de Losa y hacia el E, Peña Karria y la Sierra de Artzena.

Panorámica desde Peña Alta con Peña Karria y la Siera de Artzena al fondo

Para descender me dirijo hacia el E (izquierda según se mira al Recuenco) por un difuso sendero que discurre paralelo al corte con el barranco hasta encontrar un portillo con una puerta de madera. Lo atravieso para continuar por una buena pista balizada con señales blancas y amarillas del PRC-BU-62 que conduce a Río de Losa. La cómoda senda me permite descender por la ladera norte del monte camino al puerto de La Horca.

Siguiendo las balizas llego a la fuente de Camoro y su abrevadero, un lugar agradable entre elegantes encinas. Es el momento de dejar el PR y girar a la izquierda para seguir las señales rojas y blancas del GR-1 que me dejan en la carretera A-2622/ BU-553, a 350 m del puerto de La Horca.

Fuente y abrevadero de Camoro rodeado de encinas

Llego al puerto y cruzo un paso de alambrada ubicado en la margen derecha; asciendo un poco para retomar las marcas del GR-1 y comienzo ya a descender con la carretera siempre a la vista. Llego así a unos cultivos que atravieso hasta dar con un giro a la derecha que me aleja de la carretera para bordear una colina.

Tras el rodeo veo de nuevo la carretera a unos 200 m. Atención! (*): es el momento de meterse por la derecha en la espesura junto a un arroyo (ahora seco) para ver un paso de caballete de madera y la pintura roja y blanca. Después aparece un claro y una buena senda que asciende casi 1 km por un pinar y que posteriormente, en un giro balizado, desciende al abrevadero de Los Pozos. Una señal indica que sólo quedan 2,3 km por el GR-1 hasta Bóveda .

El aromático orégano en flor

Sigo las marcas atravesando un bonito hayedo y tras desembocar en unos pastizales con encinas, prosigo por una pista agrícola en cuyos bordes todavía perdura el oloroso orégano (Origanum vulgare). La pista me conduce con rapidez a Bóveda justo hasta el punto de inicio de la ruta.

Nota referida al asterisco del texto: si estamos ya cansados y sin ganas de ascender hasta el paraje de Los Pozos, podemos acceder en ese punto a la carretera A-2622 y volver cómodamente a Bóveda (1,9 km).

Detalle del inicio de la ruta en el nº 60 de la Calle Real en Bóveda
Mapa de la ruta

Nombres en euskera de las especies mencionadas:

Rosa silvestre: arkakaratsa / saúco : intsusa beltza / espino albar: elorri zuria / quitameriendas: askari lorea / orégano: oreganoa