Ruta por la Metrópoli Verde: paseo circular desde Villafría a Los Barrerones y el Gran Rebollo

Tiempo: 2h Distancia: 10 km Dificultad: fácil Desnivel: 250 m

Primeros días de un otoño luminoso, con una brisa templada que incita a la caminata que esta vez será un paseo sencillo entre bayas coloridas y frondosos hayedos.

Arranco con ganas desde Villafría de San Zadornil siguiendo las señales verdes que indican a Los Barrerones. En las campas las quitameriendas (Colchicum montanum), de las que ya hablé aquí, parecen haber sido cultivadas por algún paisano dada su abundancia.

Espectacular floración de la quitameriendas

La pista es horizontal y en los bordes muchas especies ya han fructificado: escaramujos, espinos albares, acebos, endrinos, zarzamoras… Nos acompañarán permanentemente en la ruta.

Tras 15 minutos el camino, siempre balizado hacia Los Barrerones, gira a la izquierda bajo la mole del Valdelamediana, peña calcárea de la Sierra de Artzena.

Monte Valdelamediana desde el camino

La pendiente aumenta suavemente entre pinos y hayas, que ya están cargadas de hayucos u obes, como se les conoce en el valle (en euskera, pagatxak). Imagino a las torcaces dándose el atracón de esos frutos ricos en aceites que les darán la energía necesaria para migrar al sur.

Poco después llego al área de Los Barrerones, con mesas y bancos para el descanso. Una señal indica que muy cerca se encuentra el Refugio del Boj. Al acercarme veo que en el hayedo, efectivamente, crece este arbusto (Buxus sempervirens y ezpela en euskera) como si fuera una especie escasa; sin embargo, los que han caminado por la cresta de la Sierra de Artzena saben bien que el boj allí arriba crece de manera tupida y se convierte en el dueño de esas alturas.

Retorno al camino que sigue en moderado ascenso y llego al Mirador Panorámico (50´), donde han situado un panel sobre la geología de estos parajes (es curioso enterarse de que el suelo que pisamos fue fondo marino hace unos 100 millones de años). Las vistas son amplias y dominadas por los montes Vallegrull, Recuenco, Peña Karria, El Raso… Además, un bonito mostajo (Sorbus aria y hostazuria en euskera) aporta color con sus frutos rojos.

Peña Karria desde el Mirador Panorámico
Frutos del mostajo

Vuelvo a la senda que ya comienza a descender bajo el monte Revillallanos y en breve llego a una bifurcación, donde giro a la izquierda dirección al Gran Rebollo y Villafría.

Monte Revillallanos desde el camino

A pocos metros se encuentra el camino que me conduce al Gran Rebollo, un ejemplar del roble rebollo o melojo (Quercus pyrenaica y ametza en euskera) que por sus dimensiones merece una visita.

El Gran Rebollo (Quercus pyrenaica)

Retorno a la senda principal y ya con mayor pendiente desciendo por un hayedo por el que discurre un arroyo; llego a un nuevo cruce y sigo las indicaciones a Villafría (hay que hacer lo mismo en la siguiente bifurcación).

El camino ya es llano, con numerosos rebollos y castaños, algunos centenarios, cargados ya de erizos de los que caerán las castañas.

Y así, con calma y disfrutando de la brisa y el sol, llego a la carretera que en pocos metros me devolverá a Villafría de San Zadornil.

En este enlace de Wikiloc podéis seguir la ruta:

https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/ruta-circular-desde-villafria-de-san-zadornil-por-los-barrerones-148217253

En verde, la ruta sobre el mapa de La Metrópoli Verde

La belladona, una hierba de brujas y frutos letales

Estaba realizando una ruta primaveral por un hayedo de la Sierra de Artzena cuando encontré unos cuantos ejemplares de belladona que me alegraron el día. Estaban sin flor y he tenido que volver tres veces más hasta conseguir fotografiar sus flores y sus frutos, unas 10 horas de caminata en total.

Flor y fruto maduro de la belladona

Y es que la belladona (Atropa belladonna en latín y belaikia en euskera) es para mi una de esas plantas rodeadas de misterio por su alta toxicidad y capacidad alucinógena, cualidades que comparte con sus compañeras estramonio ( Datura stramonium) y beleño negro (Hyoscyamus niger), las tres de la familia de las solanáceas (patata, tabaco, tomate…), las tres presentes en Valdegovía y las tres provistas de un arsenal mortífero rico en hiosciamina, escopolamina y atropina, cuyos efectos describí en este artículo sobre la burundanga.

Flor de la belladona

Mide unos 150 cm, sus hojas son ovaladas, de 15-20 cm de largo, con unas flores acampanadas de tonos amarillentos y púrpura. Sus frutos son como pequeñas cerezas negras, dulces pero mortales. Tienen un aspecto estrellado debido a los 5 sépalos verdes del cáliz situados en su base y son dispersados por mirlos y zorzales, inmunes a su toxicidad.

Habita junto a hayedos y otros bosques, en tierra húmeda, y florece desde mayo hasta septiembre. Encontrarla no es raro pero si difícil, lo que aumenta su interés.

Belladonas junto a un hayedo

Considerada como una de las plantas más tóxicas del Viejo Mundo, contiene abundante atropina, una molécula que le da el nombre y que los oftalmólogos utilizan para dilatar la pupila (midriasis) de los pacientes.

Al igual que todo veneno, también se le han encontrado aplicaciones muy interesantes en la medicina moderna: como antídoto en casos de intoxicación por insecticidas agrícolas, para aliviar los espasmos de los cólicos renales o para el tratamiento del colon irritable.

Fruto maduro y verde de la belladona

Sin embargo, si se toma sin control o accidentalmente, produce, además de alucinaciones desagradables, delirio, coma y muerte (unas pocas bayas negras son suficientes para matar a un niño, los más vulnerables debido a la atraccion que les supone su sabor dulzón).

Baya madura de la belladona

A pesar de que en pueblos y aldeas se conocía bien su toxicidad, en otros tiempos se utilizó para curar diversas enfermedades, como las paperas (un uso bastante extendido), contusiones, eliminar los callos o calmar los nervios de los niños, entre otras afecciones.

Pero su aura mágica proviene de tiempos pretéritos: en Siria y en las orgías griegas en honor al dios Dioniso se usaba como afrodisíaco y en la Edad Media era una de las llamadas “hierbas de las brujas” por sus propiedades enteógenas (alucinógenas).

También usaron como colirio el jugo de sus bayas las damas romanas y venecianas para dilatar sus pupilas, lo que aumentaba su belleza (“donnas bellas”). De ahí belladonna, que el botánico C. Linneo utilizó para darle a la planta su nombre específico.

Termino con el nombre genérico, Atropa, que Linneo eligió por este curioso motivo: Átropos era una divinidad griega, una de tres hilanderas llamadas Moiras (las Parcas son su equivalente romano) que decidían el destino de los humanos.

Las tres Moiras, o El triunfo de la Muerte. Tapiz flamenco 1520 d. C. aprox. Victoria and Albert Museum, Londres (tomado de Wikipedia)

La Moira Cloto hilaba con su uso y rueca el hilo de la vida de una persona; Láquesis medía con una vara la longitud del hilo, la duración de la vida; y Átropos, que se traduce por la “inmutable” o “inflexible”, decidía cuándo y cómo debía morir esa persona y, llegado el momento, cortaba con sus tijeras el hilo de la vida.

Linneo quiso resaltar así la naturaleza mortal de la belladona llamándola Atropa. No me digáis que la historia no es bella.

Si por un casual la encontráis en el valle, decídmelo, por favor.