Espino albar, paisaje blanco con aroma de miel

De los pequeños árboles silvestres del valle y de toda Euskal Herria, tal vez sea el espino albar (Crataegus monogyna), junto con el laurel, el más venerado de la etnobotánica (el uso popular de las plantas).

Espino albar en primavera

Se le conoce con los nombres de espino albar, espino blanco y majuelo, y en euskera, elorri zuria o arantzazuria.

Mide entre 4-6 m de altura; sus ramas tienen unas duras espinas, origen de su nombre; las hojas son pequeñas y con 3-7 lóbulos irregulares.

Pero lo más llamativo son sus flores, que tienen un ligero olor a miel (es una especie melífera); son blancas, tan abundantes que recubren del todo el árbol. Todo un espectáculo primaveral especialmente cuando se encuentra en terreno clareado, lo que le permite desarrollar una copa semi redonda muy estética.

Flores del majuelo

Habita en los claros forestales y bordes de caminos; también forma, junto con endrinos y rosales silvestres, setos vivos, unos refugios importantes para la fauna.

A sus frutos se les llaman majuelas, guindas de pastor… y en euskera, abilurriak. Son del tamaño de un guisante y parecen manzanitas de color rojo, de carne harinosa (son comestibles) y con un huesecillo en su interior (como otras rosáceas tales como la ciruela, cereza, melocotón…). Surgen en otoño y su abundancia es vital para las aves y demás especies silvestres.

Majuelas o abilurriak (frutos del espino albar)

Como ya he comentado al inicio, es una especie muy valorada que tiene una variedad de usos enorme.

Como medicinal, sus flores se siguen usando (y vendiendo) en infusión para regular el sistema circulatorio (hipertensión, ritmo cardíaco, colesterol).

También ha valido para rebajar la ansiedad y calmar los nervios; y si queréis quitar un dolor de muelas, deberíais utilizar un remedio cordobés: cocer una rama de 9 nudos y aplicar la cocción en la zona dolorida.

Majuelas junto con otras plantas medicinales

Sus frutos han paliado el hambre en épocas de escasez y tanto los pastores como los niños las han consumido como entretenimiento. También han valido para hacer mermeladas y aguardientes o incluso como café después de tostarlos.

Espino albar en flor y Salinas de Añana

Sin embargo, en algunas zonas los consideran peligrosos, pues afirman que “producen locura” o “apendicitis”. Esto es porque su hueso, al igual que las almendras amargas, contiene cianuro de hidrógeno, muy tóxico según la dosis.

Es también, junto con el laurel, una especie protectora de la casa y de las huertas frente al rayo y todavía es habitual ver ramos o cruces hechas con espino en las puertas de muchos pueblos. Se suelen colocar el día de San Juan.

Y hablando de proteger, en algunas regiones las madres solían poner ramos de majuelo en las habitaciones de sus hijas adolescentes para asegurar su castidad. Intuyo que el método no era eficaz pero el efecto placebo también es tranquilizador.

No terminan aquí sus usos, pues su madera, densa y dura, sigue siendo cotizada para hacer mangos de herramientas y cachabas. La Inquisición, conocedora de esa cualidad, la usó para construir sus inhumanos aparatos de tortura.

Termino con una utilidad curiosa: no hace muchos años, en algunas zonas rurales los niños lanzaban sus frutos con una cerbatana hecha con una ramita de saúco (que se ahueca bien). Al grito de ¡majuelas con canuto se disparan al minuto!, jugaban y corrían por el pueblo libres de las ataduras que hoy día impone el teléfono móvil.

Fue tal el éxito del juguete que había gente que los vendía gritando ¡majuelas con canuto!. Creo que la gente de cierta edad visualizará perfectamente ese ambiente callejero y feliz en nuestros pueblos y barrios urbanos, hoy en vías de extinción.

Paisaje de montaña con espinos en flor

Posdata: este año he de hacer una cerbatana de saúco y probarla con majuelas. Seguro que sonrío.

El ombligo de Venus, una planta que lo cura todo

No hay persona en el mundo rural que no conozca el ombligo de Venus (Umbilicus rupestris), una de las plantas más habituales en los muros y los tejados de pueblos y aldeas.

Hojas y flores en un muro

Gracias a esa ubicuidad los nombres populares para designarla son tan abundantes como curiosos: campanicas de los tejados, cucuruchos, orejas de monje, sombreritos, hierba callera, curalotodo o tabaco de pared, estos últimos aludiendo a su utilidad. En euskera se le llama belarri-belar (hierba de la oreja) y perretxiko-belar (hierba de las setas), que, al igual que en castellano, se refieren a la forma de sus hojas.

Y efectivamente, las hojas del ombligo de Venus son, además de carnosas, redondeadas y deprimidas por el centro, como nuestro ombligo, lo que explica su nombre latino Umbilicus y donde rupestris significa que vive en las rocas.

Detalle de las hojas

Sus flores, de pétalos amarillo-verdosos, forman una espiga alargada que surge desde abril hasta agosto y que cuando se seca se ha utilizado como sustituto del tabaco.

Una cuestión interesante es su capacidad para aguantar la sequía veraniega de los muros y que consigue de la siguiente manera: durante el día la parte inferior de las hojas (el envés) cierra unos diminutos agujeros (los estomas) que le permiten coger CO2 y oxígeno del aire pero que provocaría una pérdida importante de agua. Cuando llega la noche y la humedad ambiental aumenta, se abren de nuevo para continuar con su producción de alimento.

El ombligo de Venus acompañado de fumarias, cimbalarias y celidonias

En cuanto a sus aplicaciones en la medicina popular son numerosas tal como indica su nombre de “curalotodo”: contra el dolor de muelas, de oídos o contra las hemorroides, para lo que en algunzas zonas peninsulares se ponían sus flores en el bolsillo trasero del pantalón y según se iban marchitando las hemorroides desaparecían.

Espiga floral del ombligo de Venus

Incluso el afamado médico de la Antigua Grecia, Hipócrates, recomendaba a las mujeres embarazadas que comieran sus hojas si querían tener niños (varones), aunque no sabemos qué lógica utilizaba para semejante afirmación.

Pero sin duda la mayor de las aplicaciones ha sido (y lo sigue siendo) la de curar afecciones de la piel: contra el acné, las quemaduras, como cicatrizante, antiséptico, contra callos y verrugas, usando para ello emplastos, infusiones, pomadas, o la aplicación directa de sus hojas frescas o su jugo.

La ciencia ha descubierto que es una planta rica en ácidos grasos omega 3 y antioxidantes y que también tiene propiedades bactericidas e incluso antitumorales. Esperemos que ese potencial se traduzca en nuevas terapias.

Ombligo de Venus en un muro

Siguiendo con la etnobotánica de esta planta, los niños y niñas jugaban a “comiditas” con sus hojas e incluso hacían por medio de un palillo dibujitos en ellas que servían luego para vestir muñecas.

Las carnosas hojas también se han comido como ensalada y algunos chefs en la actualidad las han incorporado a sus recetas. Dicen que las grandes son un poco amargas pero que las pequeñas son muy apetecibles.

En cuanto al nombre de Venus, también utilizado en francés, italiano, portugués o aleman, parece que podría deberse a que la diosa del amor y de la belleza tenía un ombligo perfecto (divino, diríamos) y nada mejor que utilizar su nombre para nombrar a esta especie.

Arce de Montpellier, el pintor de los roquedos

En breve la otoñada cambiará el paisaje del valle. Los protagonistas no serán las carrascas y los pinos silvestres, claro, sino los hayedos y un variopinto plantel de especies que tornarán el color de sus hojas hacia los amarillos, naranjas y rojos. Fresnos, avellanos, quejigos, arces campestres, serbales… pero de entre ellos, yo me descubro ante el arce de Montpellier, desapercibido cuando permanece verde pero exultante de color en octubre y noviembre.

Hojas otoñales con sus 3 lóbulos característicos

Y a él le dedico esta entrada del blog, pues en mis paseos otoñales siempre está ahí, solitario o en pequeños grupos, pincelando el paisaje con unos colores casi imposibles.

Mide hasta 10 m y sus hojas, con 3 lóbulos, son inconfundibles, lo que permite distinguirlo del habitual arce campestre, que tiene cinco.

Florece en primavera, aunque sus flores pasan desapercibidas (al contrario que las explosivas flores de los cerezos, por ejemplo, que pretenden atraer a los insectos, las de los arces delegan en el viento el transporte del polen). De ellas surgirán los dobles frutos alados, llamados samaras, que caen girando al suelo cual helicópteros.

A la izquierda, hoja del arce campestre con 5 lóbulos

Estos arces habitan en diversos bosques de la región mediterránea pero parecen gustarles las pedreras y zonas rocosas, lo que nos permite disfrutar de ellos a distancia.

Iglesia de Ribera entre arces de Montpellier y otras especies

Cuando llega la estación de los colores, abandona la humildad del verde y se viste de amarillo, naranja, rojo, granate y de todas las gamas intermedias, como si celebrara el cambio de estación acudiendo a la fiesta del paisaje con sus adornos más provocativos!

Su uso etnobotánico ha sido muy reducido por ser un arbolillo disperso y de pequeño porte, aunque con su madera se han tallado utensilios de cocina y otros objetos pequeños. En algunas zonas de Castilla los pastores hacían cruces con sus ramitas, que ponían sobre el zurrón, pues pensaban que les protegían del rayo y del trueno. También se utilizó para hacer las piezas del encaje de bolillos. El significado textil y alegórico de ese término lo dejo a la curiosidad del lector. Ambos tienen su interés, aviso.

Bien, paro aquí para cederle el protagonismo cromático que merece. Espero que disfrutéis de él tanto como yo, año tras año…

Arce de Montpellier en el otoño
Tonos amarillos y naranjas bajo la Sierra de Artzena
Arce de Montpellier adornado con líquenes
Arce e iglesia de Ribera en Valderejo
Hojas caídas sobre un arroyo
Tonalidades diversas

Nombres en euskera:

Arce de Montpellier: ehiar frantsesa/ Arce campestre: astigarra

La belladona, una hierba de brujas y frutos letales

Estaba realizando una ruta primaveral por un hayedo de la Sierra de Artzena cuando encontré unos cuantos ejemplares de belladona que me alegraron el día. Estaban sin flor y he tenido que volver tres veces más hasta conseguir fotografiar sus flores y sus frutos, unas 10 horas de caminata en total.

Flor y fruto maduro de la belladona

Y es que la belladona (Atropa belladonna en latín y belaikia en euskera) es para mi una de esas plantas rodeadas de misterio por su alta toxicidad y capacidad alucinógena, cualidades que comparte con sus compañeras estramonio ( Datura stramonium) y beleño negro (Hyoscyamus niger), las tres de la familia de las solanáceas (patata, tabaco, tomate…), las tres presentes en Valdegovía y las tres provistas de un arsenal mortífero rico en hiosciamina, escopolamina y atropina, cuyos efectos describí en este artículo sobre la burundanga.

Flor de la belladona

Mide unos 150 cm, sus hojas son ovaladas, de 15-20 cm de largo, con unas flores acampanadas de tonos amarillentos y púrpura. Sus frutos son como pequeñas cerezas negras, dulces pero mortales. Tienen un aspecto estrellado debido a los 5 sépalos verdes del cáliz situados en su base y son dispersados por mirlos y zorzales, inmunes a su toxicidad.

Habita junto a hayedos y otros bosques, en tierra húmeda, y florece desde mayo hasta septiembre. Encontrarla no es raro pero si difícil, lo que aumenta su interés.

Belladonas junto a un hayedo

Considerada como una de las plantas más tóxicas del Viejo Mundo, contiene abundante atropina, una molécula que le da el nombre y que los oftalmólogos utilizan para dilatar la pupila (midriasis) de los pacientes.

Al igual que todo veneno, también se le han encontrado aplicaciones muy interesantes en la medicina moderna: como antídoto en casos de intoxicación por insecticidas agrícolas, para aliviar los espasmos de los cólicos renales o para el tratamiento del colon irritable.

Fruto maduro y verde de la belladona

Sin embargo, si se toma sin control o accidentalmente, produce, además de alucinaciones desagradables, delirio, coma y muerte (unas pocas bayas negras son suficientes para matar a un niño, los más vulnerables debido a la atraccion que les supone su sabor dulzón).

Baya madura de la belladona

A pesar de que en pueblos y aldeas se conocía bien su toxicidad, en otros tiempos se utilizó para curar diversas enfermedades, como las paperas (un uso bastante extendido), contusiones, eliminar los callos o calmar los nervios de los niños, entre otras afecciones.

Pero su aura mágica proviene de tiempos pretéritos: en Siria y en las orgías griegas en honor al dios Dioniso se usaba como afrodisíaco y en la Edad Media era una de las llamadas “hierbas de las brujas” por sus propiedades enteógenas (alucinógenas).

También usaron como colirio el jugo de sus bayas las damas romanas y venecianas para dilatar sus pupilas, lo que aumentaba su belleza (“donnas bellas”). De ahí belladonna, que el botánico C. Linneo utilizó para darle a la planta su nombre específico.

Termino con el nombre genérico, Atropa, que Linneo eligió por este curioso motivo: Átropos era una divinidad griega, una de tres hilanderas llamadas Moiras (las Parcas son su equivalente romano) que decidían el destino de los humanos.

Las tres Moiras, o El triunfo de la Muerte. Tapiz flamenco 1520 d. C. aprox. Victoria and Albert Museum, Londres (tomado de Wikipedia)

La Moira Cloto hilaba con su uso y rueca el hilo de la vida de una persona; Láquesis medía con una vara la longitud del hilo, la duración de la vida; y Átropos, que se traduce por la “inmutable” o “inflexible”, decidía cuándo y cómo debía morir esa persona y, llegado el momento, cortaba con sus tijeras el hilo de la vida.

Linneo quiso resaltar así la naturaleza mortal de la belladona llamándola Atropa. No me digáis que la historia no es bella.

Si por un casual la encontráis en el valle, decídmelo, por favor.

La primavera blanca de los guillomos

Seguro que conduciendo por el valle o recorriendo algún sendero, allí donde las rocas calizas sobresalen del suelo, habréis visto unos llamativos arbustos repletos de flores blancas, tan repletos de blancura que las hojas casi quedan ocultas. Son los guillomos, mellomos o durillos agrios (Amelanchier ovalis), que en euskera se conocen como arangurbea y que parecen haber decidido que la primavera hay que celebrarla por todo lo alto.

Guillomos en el puerto de La Horca

Los guillomos son arbustos de la familia de las rosáceas (la de las rosas, obviamente, pero también de los ciruelos, cerezos, perales, manzanos….) que miden 1-3 m de altura. Sus hojas son ovaladas de margen aserrado, cubiertas de una fina pelusilla. Las flores tienen 5 pétalos blancos alargados que surgen en grupos en abril y perduran hasta junio. Luego, a finales del verano, de ellas saldrán los frutos (las guillomas), dulces y parecidos a guisantes, que en la madurez se tornan de color negro azulado (el epíteto ovalis se refiere a ellos por su aspecto ovalado aunque otros opinan que se debe al aspecto de las hojas).

Flores del guillomo

Le gustan los terrenos duros y soleados, de roca calcárea, tanto en los claros de carrascales y quejigales como en las crestas montañosas, y aunque en la franja cantábrica no es habitual, sí lo es desde los Pirineos hasta Andalucía. Es por tanto un arbusto bien conocido por la gente, lo que explica sus variados usos etnobotánicos.

Las guillomas, frutos del guillomo, madurando

Sus frutos maduros, por ejemplo, se han comido directamente de la planta como golosinas. También se han usado sus flores, junto con nueces y otras hierbas para hacer licores en el Pirineo catalán.

Entre sus virtudes medicinales ha destacado, por extendida, la de ser útil para “rebajar la sangre” (bajar la tensión arterial), para lo que se cocían flores, tallos y corteza del tronco.

Guillomo creciendo entre rocas calizas

Pero también han sido apreciados para sanar otras partes del cuerpo: la infunsion de las flores, para curar “espantos” ( según los curanderos, enfermedades causadas por grandes sustos); la maceración de sus frutos en anís aliviaba las contusiones y el reuma mediante friegas; la decocción de sus flores, hojas y tallos era útil contra el cólera, como laxante o, en mayor concentración, como purgante y también para curar catarros.

Flores del guillomo

Con sus abundantes ramas se hacían las escobas guillomeras con las que se barrían las eras tras la trilla, y con los troncos, flexibles y fáciles de domar, garrotes o cachabas.

Termino con la relación del guillomo con las abejas pues ha estado bastante extendida la creencia de que las abejas rechazan sus flores. Un par de curiosidades al respecto. En la comarca catalana de El Pallars se ha utilizado para repeler abejas y avispas en la elaboración de las pasas. Para ello, se cocían las ramas en agua y ceniza y luego rociaban con ese líquido los frutos.

Por otra parte, en la Serranía de Cuenca explican el rechazo de las abejas al guillomo con una leyenda: “la abeja dijo a Dios: flor de guillomo comeré y a quien pique mataré; a lo que Dios respondió: flor de guillomo no comerás y a quien piques tu morirás”. Tras esa amenaza, parece que las abejas decidieron prescindir del guillomo.

Si estos días tenéis la oportunidad de caminar por sendas donde abunden las calizas (la ruta del río Purón en el Parque Natural de Valderejo, por ejemplo) disfrutaréis de lo lindo con el espectáculo de los guillomos, a los que se suma la floración de otras dos rosáceas de flores blancas, los endrinos y los espinos albares.

Senderos de prímulas, caminos de color

Ha llegado la primavera y nada mejor que hablar de las plantas tempraneras que anuncian el cambio de estación. Me refiero a las prímulas o primaveras cuyas flores salpican ya los claros de los bosques, bordes de caminos y márgenes de arroyos.

Primula veris, de amarillo intenso, en un talud

En nuestro valle cohabitan tres especies del género Primula (del latín “la primera”): Primula veris, P. elatior y P. acaulis, las tres de flores amarillas y que todos conocéis al menos de vista.

Para su identificación no entraré en detalles botánicos y me basaré en sus diferencias más visuales, las necesarias para ayudar al senderista curiosón.

Para empezar, las tres coinciden en varios aspectos:

  • Tienen flores amarillas con forma más o menos acampanada
  • sus hojas se extienden como una roseta algo pegadas al suelo
  • se les conoce popularmente como primaveras, flores de San José, pan y quesos…En euskera, San Jose-loreak o udaberri-loreak (flores de primavera).
  • han tenido o tienen usos etnobotánicos parecidos de los que adelanto uno: los niños solían chupar sus flores de sabor azucarado debido al néctar que contienen.

Comencemos con las que tienen sus flores agrupadas en el extremo de un tallo (escapo) largo lo que les da una altura de 10-30 cm:

Primula veris (del latín, primavera) tiene flores olorosas de color amarillo intenso. Florece desde marzo hasta junio y se hace notar en prados, taludes y bordes herbosos de caminos. En Valdegovía es la más notoria y fácil de ver. Conocida también como manguitos o flores de cuquillo (su floración coincide con el canto del cuco) sus hojas tiernas se han comido en ensalada o como verdura. Sus flores, maceradas en agua, se han utilizado para obtener agua perfumada y en el sur de Araba/Álava se usaban las hojas y flores (junto con otras muchas especies) para elaborar la pomada sanjuanera, remedio para contusiones e inflamaciones de la piel.

P. veris en un claro forestal

También se ha tomado en infusión para aliviar catarros y bronquitis y para conciliar el sueño, utilidades que comparte con las otras dos especies.

Primula elatior (del latín, la más alta) es muy parecida a la anterior pero se le distingue muy bien por sus flores de color amarillo pálido. Florece de marzo a junio y no es tan habitual como la anterior. Vive dispersa en lugares sombríos de hayedos, claros de bosque y junto a arroyos. En Euskadi se han utilizado sus raíces para curar contusiones y esguinces y macerada en agua junto con violetas (Viola sp.) se obtenía una suave colonia.

Primula elatior con sus flores de color amarillo pálido

La tercera especie es Primula acaulis (del latín, sin tallo), muy fácil de distinguir de las anteriores pues sus flores, de color amarillo pálido y más abiertas que las otras, nacen independientes casi a ras de suelo, cada una de ellas con su pedicelo (rabillo). Es la más temprana en florecer pues ya en enero se ven algunos ejemplares cuya flor perdurará hasta mayo. Vive de forma dispersa en zonas húmedas y sombrías del bosque o márgenes de ríos.

Primula acaulis con sus flores cerca del suelo

Entre los nombres populares que le han dado a esta prímula me llama la atención uno de Menorca: las parejas de enamorados hacían ramitos con ellas y les llamaban “suegras y nueras”, pues sus flores parecen darse la espalda. Y como las anteriores, también se ha usado para perfumar el agua de baño.

Finalizo con una curiosidad de las tres primaveras: en el interior de sus pétalos hay unas zonas teñidas de amarillo intenso o naranja. Se les conoce como guías de néctar y sirven para atraer y guiar hacia esa sustancia dulzona a los insectos que las polinizan, que en este caso son abejas, abejorros y diversas mariposas diurnas.

Frutos tóxicos de Valdegovía (I): la dulcamara y la hierba mora

Con la llegada del otoño los frutos de muchas plantas maduran y a menudo adquieren colores llamativos para atraer a los animales e incitarles a que los coman, pues así será como las semillas, resistentes a la digestión, caerán en diferentes lugares para que la planta se expanda, una aspiración de todas las especies.

Frutos de color rojo y verde de la dulcamara formando un racimo colgante
Frutos maduros (rojos) e inmaduros (verdes) de la dulcamara

Entre los frutos que maduran en esta época algunos son venenosos para los humanos y en esta primera entrada hablaré de dos especies hermanas: la dulcamara (Solanum dulcamara) y la hierba mora (Solanum nigrum), ambas habituales en el valle.

Las dos pertenecen a la familia de las solanáceas, que incluye a la patata (Solanum tuberosum), el tomate (S. lycopersicum) y la berenjena (S. melongena), todas ellas provistas de solanina, un potente tóxico presente especialmente en los tubérculos y frutos todavía verdes ( la solanina se descubrió en 1820 precisamente en las bayas de la hierba mora). Por este motivo, la intoxicación por comer las bayas de ambas especies es muy similar como luego explicaré.

La dulcamara, cuya conocida toxicidad le ha valido también los nombres de tomatera del diablo, matagallinas o uvas del diablo, es una planta trepadora que alcanza los 2 m y que vive en setos y bordes frescos del bosque.

Frutos rojos de la dulcamara formando un racimo colgante
Frutos de la tomatera del diablo o dulcamara

Florece desde marzo hasta septiembre. De sus flores de color violeta surgirán en otoño los frutos, unas bayas ovoides de unos 5 mm, que crecen en racimos colgantes; son primero verdes y luego de color rojo, muy cotizadas por los zorzales.

En la imagen, flor de la dulcamara con el típico aspecto estrellado de todo el género Solanum

A pesar de su toxicidad se ha usado mucho en medicina popular, eso si, por vía externa, sin ingerirla. En zonas de Lleida, por ejemplo, los frutos se maceraban en aceite que luego se utilizaba para aliviar las hemorroides. En Cantabria se maceraban en alcohol y luego ese líquido se friccionaba contra las extremidades para combatir el reuma. Incluso la medicina moderna está investigando sus aplicaciones contra algunos tipos de cáncer, lo que nos recuerda la doble cara de todas las sustancias por muy peligrosas que sean.

Es nativa del Viejo Mundo pero se ha extendido por todo el planeta. En Norteamérica se le considera especie invasora.

La hierba mora es una herbácea cosmopolita muy común en cunetas, huertas y escombreras de ambiente fresco, también en las ciudades.

Frutos negros de la hierba mora
Bayas maduras de la hierba mora

La gente de las aldeas la ha utilizado mucho para aliviar el dolor de muelas mediante vahos o para el dolor de huesos, exprimiendo los frutos sobre la zona dolorida. En Gistaín (Huesca) se partían y se frotaban contra las verrugas y en otras zonas se ha cocido la planta entera para utilizar la cocción como insecticida en las huertas, debido precisamente a que contiene solanina y otras sustancias tóxicas para insectos y otros invertebrados.

Alcanza los 40 cm de altura y tanto sus flores blancas estrelladas como sus frutos surgen durante todo el año. Estos últimos también forman racimos colgantes de bayas del tamaño de guisantes, primero verdes y negras cuando maduran; debido al veneno que poseen le han dado nombres tan sugerentes como tomatitos del diablo o uvas locas.

En la imagen, flores de la hierba mora

También en este caso la industria farmacéutica investiga alguna de sus sustancias para tratar lesiones del hígado por consumo de alcohol.

Frutos verdes de la hierba mora
Frutos verdes de la hierba mora semejantes a pequeños tomates

En cuanto a la toxicidad de las bayas de ambas especies hay que decir que son peligrosas sobre todo para los niños que las pueden consumir por curiosidad. También son venenosas para las mascotas (gatos y perros) y para todo tipo de ganado, algo bien sabido por los ganaderos.

Por fortuna hacen falta unas 200 bayas de cualquiera de las dos especies para que una persona se intoxique gravemente, en cuyo caso se producen convulsiones, alucinaciones, parálisis y eventualmente parada cardiorrespiratoria (en 1948 una niña británica de 13 años falleció por haber consumido frutos de la dulcamara). Sin embargo, en la mayoría de las veces el consumo es mínimo lo que produce diarrea, náuseas y vómitos que se superan con una adecuada hidratación.

En la actualidad el uso medicinal de estas dos plantas es marginal pero en todo caso su venta en mercados ambulantes y herboristerías está prohibida desde 2004 por una Orden Ministerial.

Nombres en euskera:

Dulcamara: azeri-mahatsa o uva del zorro / Hierba mora: mairu-belarra o hierba del moro

Paseos de color entre azafranes silvestres y quitameriendas

Mi amigo Félix, cuya curiosidad por la naturaleza no parece tener límites, me propone que dado que el otoño ya está aquí, ayude a distinguir (sin entrar en demasiados detalles botánicos) dos bonitas flores que ya están en prados y bosques: las quitameriendas y los azafranes silvestres.

Flores de la quitameriendas
Flores del azafrán silvestre

Colchicum montanum (antes Merendera montana) es la habitualmente llamada quitameriendas y Crocus nudiflorus, el llamado azafrán silvestre. Las dos especies florecen desde finales de verano y durante el otoño y podemos verlas juntas o en zonas diferentes de una misma ruta. Se distinguen bien si nos fijamos en los siguientes detalles:

  • La quitameriendas (Colchicum montanum) florece en pastos pedregosos desde agosto hasta noviembre. Tiene 6 tépalos * abiertos de color rosáceo que dan a la flor una forma de estrella. Están unidos por un tubo blanco muy corto, casi a ras de suelo, de tal manera que si cogemos una, los tépalos se sueltan y la flor se deshace. Además tiene 6 estambres amarillos y tres estilos* blanquecinos.
  • El azafrán silvestre (Crocus nudiflorus) crece en suelos frescos de los bosques o bordes de los mismos desde septiembre hasta diciembre. Sus 6 tépalos, de bonitos colores entre violeta y púrpura, tienen forma de campanilla (no abierta en estrella) y alcanzan 10-20 cm de altura gracias a su largo tubo blanco. Si cogemos una, la flor se mantiene, no se deshace. Además tiene 3 estambres con anteras amarillas y un solo estilo con estigmas ramificados de color amarillo o naranja intenso.
Quitameriendas con 3 estilos blancos y 6 estambres amarillos
Azafrán silvestre con 1 estilo y estigmas ramificados (centro) y 3 estambres (izquierda)

A Colchicum montanum se le llama merendera, quitameriendas o zampameriendas pues su aparacion coincide con el acortamiento de los días, por lo que al adelantarse la cena se prescindía de la merienda. Ya lo dice un refrán rural: “Ya salen las merenderas, ya nos echan de las eras”, queriendo decir que para esa época del final del verano las labores de siega y recolección del cereal debían estar terminadas. También se le llama “espantapastores”, pues por el motivo anterior, sus flores anunciaban que llegaba el momento de la trashumancia en el que los pastores conducían (conducen) sus rebaños a tierras más bajas para pasar el invierno. Por lo demás, aunque en algunas zonas se han comido sus bulbos, la planta contiene un tóxico, la colchicina, por lo que su uso alimentario ha sido marginal y limitado a los bulbos como pasatiempo.

Izquierda, azafrán silvestre; derecha, quitameriendas

Crocus nudiflorus es conocida como el azafrán silvestre, azafrán loco o azafrán bastardo por su parecido con la especie cultivada, Crocus sativus, el conocido y cotizado azafrán. En algunos lugares han utilizado de forma esporádica los estigmas amarillos del silvestre para condimentar y colorear alimentos. Localmente también le llaman quitameriendas por lo que ya he explicado antes.

Para finalizar, hay otra especie, el cólquico (Colchicum autumnale), muy escasa** en nuestro valle, y cuyo aspecto exterior (color y forma acampanada de la flor) se parece al del azafrán silvestre PERO tiene 6 estambres y 3 estilos por lo que para identificarlo deberéis analizar cada flor que encontréis (¡ánimo!). Si lo encontráis os agradecería que me indicarais el lugar.

Colchicum autumnale. © Luc Viatour, from Wikimedia Commons

*Glosario:

Tépalos: partes de la flor equivalentes a pétalos y sépalos cuando no hay distinción entre ellos / Estilo: prolongación en forma de tubo que sale del ovario de una flor. En su punta se ubica el estigma, encargado de recibir el polen / Antera: parte superior del estambre donde se produce el polen

Nombres en euskera:

Colchicum montanum: askari-lorea (flor de la merienda) / Crocus nudiflorus: basa-azafrana (azafrán silvestre).

** En un estudio realizado en 2002 sobre la flora de Valdegovía, sólo encontraron esta especie en la ribera del río Tumecillo a la altura de Karanka.

La magia de las plantas y la teoría de los signos

En entradas anteriores ya he mencionado la llamada Teoría de las signaturas, signos o señales, teoría que propone que los animales y las plantas nos señalan con sus formas y colores la utilidad que tienen para curar enfermedades.

Interior de una nuez
El fruto de la nuez recuerda a la forma del cerebro

Ese pensamiento mágico surgió seguramente ya en la prehistoria y posiblemente todas las culturas lo han desarrollado de forma independiente puesto que en aquellos tiempos la explicación de los sucesos naturales (enfermedades, catástrofes…) no estaba apoyada por la ciencia que hoy lo explica casi todo.

La teoría de los signos referida a las plantas se hizo muy popular en la Edad Media europea y en épocas posteriores, porque sus propulsores, entre los que destacó el médico y botánico español Andrés Laguna (1510-1559, médico personal de Carlos I y de Felipe II, ahí es nada), propusieron que fue Dios quien, para cuidar de sus criaturas, marcó a los vegetales con marcas externas que nos advertían de sus virtudes sanadoras. Naturalmente, la iglesia católica asumió con placer esa teoría y le dio un impulso notable.

Pero no creamos que esa forma de pensamiento no racional es cosa de un pasado lejano. En las zonas donde el conocimiento científico no ha penetrado lo suficiente todavía se sigue pensando así e incluso en nuestra moderna sociedad hay vestigios de ello. Un buen ejemplo son las nueces, cuya cáscara “señala” al cráneo y su interior al cerebro. ¿Quién no ha oído decir que son buenas para la memoria y para evitar enfermedades mentales?. Por supuesto, las nueces son saludables en general, pero son especialmente beneficiosas para el sistema circulatorio y para el corazón. Su forma, obviamente, no indica nada.

Naturalmente, puede ocurrir que por casualidad una planta “señalada” posea sustancias medicinales para la enfermedad correspondiente, pero ese azar es posible por la enorme cantidad de moléculas que poseen los vegetales. Tarde o temprano la coincidencia ocurrirá.

Os presento a continuación varios ejemplos de plantas silvestres que fueron usadas para curar enfermedades debido a la “marca” o “señal” que contienen, todas ellas presentes en Gaubea – Valdegovía.

Comienzo con las orquídeas, nombre derivado del griego orchis y que significa testículo. Esto se debe a que poseen dos tubérculos cuya forma recordaría a esos genitales y que por tanto se relacionaron con la virilidad y con la procreación. Uno de los tubérculos suele estar más desarrollado que el otro lo que conlleva consecuencias curiosas: si un hombre ingiere el tubérculo grande tendrá un hijo y si una mujer come el pequeño, tendrá una hija. Además, debían de ser afrodisíacos pues tal como afirmaba el famoso botánico griego Dioscórides (años 40-90 de nuestra era): “(toma esta planta) si quieres satisfacer a la dama, porque segun dicen, despierta y aguijoneea la virtud genital”.

El trébol común (Trifolium pratense), al que en Cataluña llaman herba de la desfeta (hierba de las cataratas), curaría esa degeneración ocular pues sus hojas tienen una mancha blanquecina que recuerda al aspecto de las cataratas.

Flor del trébol de color rosa y hojas verdes con una banda balnquecina
Hojas del trébol con su característica banda blanquecina semejante a las cataratas oculares

Los frutos de los rosales silvestres, llamados escaramujos, evitan o curan las piedras que se acumulan en la vejiga urinaria, pues su forma es semejante a ese órgano y sus semillas “señalarían” a las molestas piedrecillas.

Varios escaramujos de color rojo uno de los cuales está partido mostrando sus semillas blanquecinas
Escaramujo mostrando en su interior las semillas que recordarían a las piedras vesicales

De la misma manera, las espinas de la Rosa canina, un rosal silvestre muy común, que parecen colmillos de perro (de ahí su nombre latino) valdrían para prevenir tanto la mordedura de los perros como la rabia que pueden transmitir. Para ello, debía tomarse una infusión de sus raíces.

Tallo y espinas de color vino del rosal silvestre
Espinas del rosal semejantes a los dientes de un perro

La viborera (Echium vulgare) debe su nombre (del griego Ekios, víbora) a sus semillas, que parecen la cabeza de una víbora. Se pensaba que sus raíces y semillas, tomadas con vino, podían prevenir la picadura de esos reptiles e incluso ahuyentarlos.

La ya mencionada nuez sería buena para el cerebro si atendemos a la curiosa forma de su parte comestible, dividida en “hemisferios” y con curvas que recuerdan a las circunvoluciones o repliegues cerebrales.

El escaso liquen pulmonaria (Lobaria pulmonaria), del que podemos disfrutar en nuestros hayedos, sería útil para combatir las enfermedades del pulmón debido a su aspecto, que recuerda al interior de esos órganos (todavía se publicita en internet semejante absurda utilidad).

El liquen de color verde Lobaria pulmonaria con aspecto de hojas creciendo sobre un tronco
El liquen pulmonaria en el tronco de una haya

La consuelda menor (Symphytum tuberosum), que florece en primavera, toma su nombre vulgar de la forma que tienen sus hojas de unirse (“soldarse”) al tallo, algo que indicaría su capacidad para restaurar fracturas óseas o curar esguinces.

Tallo, hojas verdes y flores amarillas de la consuelda menor
Las hojas de la consuelda menor se unen al tallo como si estuvieran soldadas a él

Y para terminar, varias plantas ya mencionadas en entradas anteriores (con sus links) por si os da pereza navegar por el blog:

La hierba hepática (Anemone hepatica) curaría las enfermedades del hígado tal como “señalan” sus hojas lobuladas de color vino por el envés.

Flores moradas y hojas verdes de la hierba hepática
Hojas trilobuladas de la hepática

Los helechos polipodios (Polypodium spp.) se utilizaban contra la viruela, pues la forma de sus esporangios, similar a las marcas que deja en la piel esa infección, “indicaban” esa virtud.

Un helecho polipodio mostrando sus soros de color marrón y el cielo azul en el fondo
Los círculos marrones de los polipodios, que producen esporas, recordarían a las marcas que deja la viruela

Otro helecho, el culantrillo de pozo (Adiantum capillus-veneris) posee raíces y finos tallos de color negro brillante, lo que indicaba a aquellas buenas gentes su utilidad para mantener un cabello lustroso y estupendo.

El helecho de color verde culantrillo de pozo
Un culantrillo de pozo junto a un arroyo

La celidonia menor (Ficaria verna), habitual en zonas húmedas durante la primavera, tiene en sus raíces unos pequeños abultamientos que recordarían a las hemorroides; pues está claro el uso que se le podía dar (de nuevo algunas webs insisten en esa inexistente virtud).

Abultamientos en las raíces de la celidonia menor
Engrosamientos “antihemorroidales” en las raíces de la celidonia menor

Como podéis ver, cada ser vivo (en esta caso cada planta) tiene una curiosa historia en su currículum, una mezcla de pensamientos ancestrales, mágicos y entrañables, y otros actuales y empíricos, que nunca dejan de sorprendernos.

Nombres en euskera:

Nuez: intxaurra / orquídea: orkidea / trébol: hirusta / escaramujo: arkakaratsa / rosal silvestre: basarrosa/ viborera: sugegorri-belarra / consuelda menor: zolda-belar txikia / hepática: gibel-belarra / polipodio: haritz-iratzea / culantrillo de pozo: iturri-belarra / celidonia menor: korradu-belarra

Madroños, te embriagarán por su color y algo más…

Sigo con la descripción y curiosidades sobre los arbustos de Gaubea – Valdegovía y esta vez le toca al siempre verde madroño (Arbutus unedo) que en euskera se denomina gurbitza y que ya comienza a ofrecer sus coloridos frutos.

Es un arbolillo que puede alcanzar los 8 m de altura, con un tronco de madera dura y corteza rojiza de aspecto agrietado.

Varios frutos del madroño de color rojo en una rama
Frutos maduros del madroño

Sus hojas, perennes y duras, son verde brillantes por el haz y mates por el envés, con el borde aserrado.

Las flores, de color blanco o rosado, son pequeñas, con forma de campana cerrada y forman bonitos grupos colgantes. Surgen a finales de otoño e inicios de invierno. Los frutos, que aparecen en otoño, son redondos, de unos 2-3 cm de diámetro, granulados y carnosos, con bellos tonos que van del amarillo al rojo intenso pasando por el naranja según su madurez. Curiosamente, como tardan un año en madurar pueden coincidir con las flores del siguiente año; o sea que en invierno podemos ver a ambos en la misma planta.

Ramas con hojas verdes del madroño con flores blanquecinas y frutos rojizos
Madroño con frutos y flores

Es una especie de tipo mediterráneo que de vez en cuando forma bosquetes llamados madroñales, como el que se ve en la última fotografía, tomada en el karst de Peñas Blancas (Barakaldo, Bizkaia). En Valdeovía no abunda y lo podemos ver principalmente en la foz de Angosto y en Sobrón, pues en ambos casos el madroño encuentra un entorno algo húmedo y soleado que le protege de las heladas, su mayor enemigo.

Flores de madroño de color rosáceo y forma de campana en una rama
Flores del madroño

Es bien conocido en toda la península ibérica por lo que sus usos etnobotánicos han sido extensos.

Su madera, por ejemplo, que es muy dura, se ha utilizado para obtener un buen carbón vegetal y para fabricar utensilios (cucharas, cuencos, aperos…). Sus hojas y corteza han servido para curtir pieles debido a que son ricas en taninos, unas sustancias vegetales que además de ese uso curtiente proporcionan un sabor amargo y seco a los alimentos (y sí, también al vino, pues se encuentran en la piel y pepitas de la uva). Dado que son astringentes, se han usado en medicina popular para combatir diarreas y también como diuréticas.

Varios frutos de madroño de color rojizo caídos en el suelo
Madroños caídos en el suelo

Pero el mayor uso se ha obtenido de sus frutos, comestibles y dulces en la madurez (si puedes, pruébalos sin miedo). Con ellos se siguen haciendo mermeladas y vinagres, y cómo no, el conocido licor de madroños por maceración de sus frutos. También se obtiene por destilación un recio aguardiente e incluso en Asturias siguen comercializando un anís de madroños.

Y si has oído alguna vez que comerlos en exceso produce dolor de cabeza o una ligera borrachera, pues es cierto. Los azúcares del fruto comienzan a fermentar en el propio árbol produciendo alcohol. Es por ese motivo que en algunos lugares les llaman borrachines y que su apellido latino “unedo” significa “de uno en uno“, un recordatorio para la prudencia a la hora de degustarlos.

Un ejemplar de madroño aislado
Ejemplar de madroño en Peñas Blancas
Pequeño bosque de madroños
Madroñal en Peñas Blancas