Frutos tóxicos de Valdegovía (I): la dulcamara y la hierba mora

Con la llegada del otoño los frutos de muchas plantas maduran y a menudo adquieren colores llamativos para atraer a los animales e incitarles a que los coman, pues así será como las semillas, resistentes a la digestión, caerán en diferentes lugares para que la planta se expanda, una aspiración de todas las especies.

Frutos de color rojo y verde de la dulcamara formando un racimo colgante
Frutos maduros (rojos) e inmaduros (verdes) de la dulcamara

Entre los frutos que maduran en esta época algunos son venenosos para los humanos y en esta primera entrada hablaré de dos especies hermanas: la dulcamara (Solanum dulcamara) y la hierba mora (Solanum nigrum), ambas habituales en el valle.

Las dos pertenecen a la familia de las solanáceas, que incluye a la patata (Solanum tuberosum), el tomate (S. lycopersicum) y la berenjena (S. melongena), todas ellas provistas de solanina, un potente tóxico presente especialmente en los tubérculos y frutos todavía verdes ( la solanina se descubrió en 1820 precisamente en las bayas de la hierba mora). Por este motivo, la intoxicación por comer las bayas de ambas especies es muy similar como luego explicaré.

La dulcamara, cuya conocida toxicidad le ha valido también los nombres de tomatera del diablo, matagallinas o uvas del diablo, es una planta trepadora que alcanza los 2 m y que vive en setos y bordes frescos del bosque.

Frutos rojos de la dulcamara formando un racimo colgante
Frutos de la tomatera del diablo o dulcamara

Florece desde marzo hasta septiembre. De sus flores de color violeta surgirán en otoño los frutos, unas bayas ovoides de unos 5 mm, que crecen en racimos colgantes; son primero verdes y luego de color rojo, muy cotizadas por los zorzales.

En la imagen, flor de la dulcamara con el típico aspecto estrellado de todo el género Solanum

A pesar de su toxicidad se ha usado mucho en medicina popular, eso si, por vía externa, sin ingerirla. En zonas de Lleida, por ejemplo, los frutos se maceraban en aceite que luego se utilizaba para aliviar las hemorroides. En Cantabria se maceraban en alcohol y luego ese líquido se friccionaba contra las extremidades para combatir el reuma. Incluso la medicina moderna está investigando sus aplicaciones contra algunos tipos de cáncer, lo que nos recuerda la doble cara de todas las sustancias por muy peligrosas que sean.

Es nativa del Viejo Mundo pero se ha extendido por todo el planeta. En Norteamérica se le considera especie invasora.

La hierba mora es una herbácea cosmopolita muy común en cunetas, huertas y escombreras de ambiente fresco, también en las ciudades.

Frutos negros de la hierba mora
Bayas maduras de la hierba mora

La gente de las aldeas la ha utilizado mucho para aliviar el dolor de muelas mediante vahos o para el dolor de huesos, exprimiendo los frutos sobre la zona dolorida. En Gistaín (Huesca) se partían y se frotaban contra las verrugas y en otras zonas se ha cocido la planta entera para utilizar la cocción como insecticida en las huertas, debido precisamente a que contiene solanina y otras sustancias tóxicas para insectos y otros invertebrados.

Alcanza los 40 cm de altura y tanto sus flores blancas estrelladas como sus frutos surgen durante todo el año. Estos últimos también forman racimos colgantes de bayas del tamaño de guisantes, primero verdes y negras cuando maduran; debido al veneno que poseen le han dado nombres tan sugerentes como tomatitos del diablo o uvas locas.

En la imagen, flores de la hierba mora

También en este caso la industria farmacéutica investiga alguna de sus sustancias para tratar lesiones del hígado por consumo de alcohol.

Frutos verdes de la hierba mora
Frutos verdes de la hierba mora semejantes a pequeños tomates

En cuanto a la toxicidad de las bayas de ambas especies hay que decir que son peligrosas sobre todo para los niños que las pueden consumir por curiosidad. También son venenosas para las mascotas (gatos y perros) y para todo tipo de ganado, algo bien sabido por los ganaderos.

Por fortuna hacen falta unas 200 bayas de cualquiera de las dos especies para que una persona se intoxique gravemente, en cuyo caso se producen convulsiones, alucinaciones, parálisis y eventualmente parada cardiorrespiratoria (en 1948 una niña británica de 13 años falleció por haber consumido frutos de la dulcamara). Sin embargo, en la mayoría de las veces el consumo es mínimo lo que produce diarrea, náuseas y vómitos que se superan con una adecuada hidratación.

En la actualidad el uso medicinal de estas dos plantas es marginal pero en todo caso su venta en mercados ambulantes y herboristerías está prohibida desde 2004 por una Orden Ministerial.

Nombres en euskera:

Dulcamara: azeri-mahatsa o uva del zorro / Hierba mora: mairu-belarra o hierba del moro

Ruta otoñal por el desfiladero del río Purón

Tiempo ida y vuelta: 4 h 30 min Distancia: 16 km Dificultad: fácil Desnivel: 320 m

Esta ruta, que en este caso conecta los pueblos de Lalastra y Herrán, probablemente sea la más conocida de Gaubea – Valdegovía y no es de extrañar: se encuentra en el Parque Natural de Valderejo, es cómoda, posee un atractivo desfiladero con saltos y pozas, una fotogénica cascada y diversos de elementos culturales (iglesias, ermitas…) que sirven para pasar toda una jornada agradable.

Paisaje con hayas amarillentas y otoñales bajo el cielo azul
Estribaciones del monte Vallegrull en Valderejo

Dejamos el vehículo en el aparcamiento de Lalastra y tras cruzar la plaza pasamos junto a la iglesia de Santa Elena y su curioso reloj de una sola aguja, la horaria, sin minutero. Anexo a ella hay un potro de herrar.

Continuamos y llegamos a la Casa del Parque Natural de Valderejo (este año el parque cumple 25 años), donde podemos obtener información sobre rutas, flora y fauna.

Justo en frente una señal indica el inicio de la Senda del río Purón y comenzamos a caminar, primero entre arbolado y después por una planicie de pastos desde donde vemos un soberbio paisaje: bajo el cielo, los farallones del monte Vallegrull y la ermita de S. Lorenzo; en la ladera, las hayas con colores otoñales y en la base, los pastos verdes y las ruinas del pueblo de Villamardones.

Seguimos la senda ahora por un pinar, siempre atentos en las bifurcaciones pues debemos seguir los postes con un círculo amarillo, y poco a poco, ahora también entre hayas y bojes, descendemos hasta el arroyo Polledo que después se unirá al Purón.

Un arroyo circula entre hayas de colores rojizos
El río Purón atravesando un hayedo

Tras cruzar un estrecho rocoso con el Purón cruzando un hayedo llegamos al pueblo abandonado de Ribera, cuya iglesia románica y pinturas murales se pueden visitar ahora o la vuelta (la describí aquí).

Siguiendo las señales de las Senda Purón y tras pasar un área de descanso con mesas, atravesamos una amplia campa y nos dirigimos ya al famoso desfiladero de 500 m de longitud que nos recibe con los saltos del Purón en un ambiente fresco, musgoso, con hayas, bojes y arces.

Una persona camina junto al río en un desfilader
Desfiladero del río Purón en verano

A la par que disfrutamos de esta garganta llegamos a unas escaleras que nos permiten bajar a una bonita poza y un pequeño salto de agua donde las fotografías salen solas.

Un salto de agua, una poza y hayas otoñales
Poza del río Purón

De vuelta a la senda proseguimos por el desfiladero por tramos de pasarelas y puentes hasta salir a la luz, camino ya de Herrán, bajo las estribaciones calcáreas de Vallegrull y de la Sierra de Artzena.

Un desfiladero rocoso con árboles y un cielo azul
Desfiladero del río Purón

Al de unos minutos vemos ya la famosa cascada de El Chorro del río Purón, que inmortalizamos con el móvil.

Una cascada de agua entre árboles de colores otoñales
Cascada de El Chorro

Proseguimos en descenso camino de Herrán por una senda luminosa que nos lleva hasta una desviación a la cercana ermita de San Felices y San Roque (siglo IX), protegida bajo un peñasco y ubicada ya en el burgalés Parque Natural de los Montes Obarenes.

Ermita de San Felices y San Roque. Falta la techumbre que debió de incendiarse en tiempos lejanos.

Tras visitarla volvemos al camino y llegamos rápidamente al pueblo de Herrán (Burgos), bien cuidado y coronado por la iglesia de Santa Águeda.

Después de curiosear por sus calles, iniciamos la vuelta por la misma ruta y de nuevo en la Lalastra aprovechamos para visitar el Centro de Interpretación Rural, que mediante paneles y expositores nos explican antiguas labores y formas de vida de las gentes del lugar.

Centro de Interpretación Rural en Lalastra

Para concluir esta gozosa caminata, podéis reponer fuerzas y líquidos en Valderejoko Etxea, ubicado en la plaza. ¡On egin!

Mapa de la ruta

Rutas por la Metrópoli Verde: la senda de los castaños centenarios

Tiempo: 2 h 30 min Distancia: 10 km Dificultad: fácil Desnivel acumulado: 150 m

Realicé esta ruta circular en verano pero me quedó claro que debía volver en noviembre y he acertado, pues la otoñada ya ha llegado y el cromatismo de los castaños y hayas hace de esta sencilla caminata un verdadero placer.

Pista forestal rodeada de castañas y hayas con colores de otoño
Castaños y hayas en la ruta

Arranco desde Arroyo de San Zadornil sobrepasando la fuente de Los Leones y la bolera (ver la foto de detalle al final). Veo los carteles verdes de la Metrópoli que señalan, entre otros destinos, a los castaños centenarios y penetro en la pista rodeado de avellanos, arces y saucos con sus hojas coloreadas

Llegado a un cruce y siguiendo las indicaciones, dejo la ancha pista y tuerzo a la derecha por un sendero (atajo) que tras llanear unos metros gira a la izquierda y asciende por una buena cuesta hasta confluir con la pista que he abandonado antes (si no tenéis ganas de cuestas, seguid por la pista).

Los carteles indican que hacia la derecha llegaré a los dos objetivos del día: los Castaños Centenarios y el Mirador del Valle.

Un senderista camina por un bosque otoñal
Senda entre castaños y hayas

El camino forestal, casi horizontal, discurre por un castañar con ejemplares centenarios, de gruesos e incluso vaciados troncos, y multitud de ejemplares más jóvenes. Entre todos han dejado el camino cubierto de erizos (la cubierta espinosa de las castañas) y castañas desperdigadas.

Continúo plácidamente y las hayas se suman al festival de color. Además, en las cunetas frescas veo el azafrán silvestre (Crocus nudiflorus) y algún Coprinus comatus o chipirón de monte o urbeltza (agua negra) en euskera, llamado así por el líquido oscuro que desprende cuando comienza a envejecer (algunos pintores utilizan su tinta oscura para dibujar).

Poco después llego a un panel que anuncia la presencia de los castaños centenarios con un nostálgico texto que muestro en la fotografía. Y atención, a muy poca distancia veréis a la izquierda unos peldaños; seguidlos y os toparéis con un enorme castaño de tronco vaciado que os impresionará (especialmente a los niños y niñas).

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Tras la fotografía de rigor sigo caminando a la par que las torcaces se espantan por el sonido de mis pasos en la hojarasca. Llego a otro cruce de caminos y la baliza verde me indica que sólo quedan 200 m para llegar al Mirador del Valle, al que llego en poco tiempo.

Un senderista posa junto a un gran castaño cuyo tronco está vaciado
Castaño centenario

Disfruto con la vista: frente a mí la mole de Peña Karria y en el fondo del valle, San Zadornil.

Panorámica con el monte Peña Karria y un cielo azul
Mirador del Valle con vistas a Peña Karria

Retrocedo hasta la anterior bifurcación y giro a la derecha dirección a El Ampo por otra cuesta. Finalizada ésta, el camino gira a la izquierda hasta otro cruce con indicaciones hacia El Ampo y Villafría.

Por un ambiente de pinar clareado que me permite ver ya la sierra de Artzena llego a la siguiente bifurcación y sigo las indicaciones hacia La Resilla y Arroyo (4,8 km).

Rápidamente alcanzo el cruce con la ruta de los Enebros (que descarto y que ya describí aquí) y antes de continuar recto, me fijo en varios acebos repletos de frutos rojos, un bonito espectáculo otoñal. Parece ser que la tradición de usar sus ramas de hojas espinosas como decoración navideña es una alegoría a la corona de espinas de Jesucristo en la que los frutos rojos indicarían las gotas de sangre. ¡Pero recordad! ¡Es una especie protegida que no se puede recolectar!.

Un acebo cargado de frutos rojos
Acebo cargado de frutos

Prosigo hasta dar con el paraje de La Resilla y una indicación hacia las secuoyas (aquí describí esa ruta) pero sigo recto por la cómoda pista hasta otro cruce que indica que tan sólo quedan 2,3 km a Arroyo.

Y así, entre castaños, hayas y pinos llego a Arroyo tras una jornada típicamente otoñal, con su viento sur moviendo la hojarasca y empujando a las castañas al suelo.

Castaños con hojas de colores otoñales verdes y amarillas
Castaños con el follaje otoñal
Mapa de la ruta. Flechas amarillas, ida; flechas rojas, vuelta
Inicio de la ruta desde Arroyo de San Zadornil
En verde, ruta sobre el mapa de la Metrópoli Verde. Flechas rojas, camino de ida; amarillas, de vuelta.