Espino albar, paisaje blanco con aroma de miel

De los pequeños árboles silvestres del valle y de toda Euskal Herria, tal vez sea el espino albar (Crataegus monogyna), junto con el laurel, el más venerado de la etnobotánica (el uso popular de las plantas).

Espino albar en primavera

Se le conoce con los nombres de espino albar, espino blanco y majuelo, y en euskera, elorri zuria o arantzazuria.

Mide entre 4-6 m de altura; sus ramas tienen unas duras espinas, origen de su nombre; las hojas son pequeñas y con 3-7 lóbulos irregulares.

Pero lo más llamativo son sus flores, que tienen un ligero olor a miel (es una especie melífera); son blancas, tan abundantes que recubren del todo el árbol. Todo un espectáculo primaveral especialmente cuando se encuentra en terreno clareado, lo que le permite desarrollar una copa semi redonda muy estética.

Flores del majuelo

Habita en los claros forestales y bordes de caminos; también forma, junto con endrinos y rosales silvestres, setos vivos, unos refugios importantes para la fauna.

A sus frutos se les llaman majuelas, guindas de pastor… y en euskera, abilurriak. Son del tamaño de un guisante y parecen manzanitas de color rojo, de carne harinosa (son comestibles) y con un huesecillo en su interior (como otras rosáceas tales como la ciruela, cereza, melocotón…). Surgen en otoño y su abundancia es vital para las aves y demás especies silvestres.

Majuelas o abilurriak (frutos del espino albar)

Como ya he comentado al inicio, es una especie muy valorada que tiene una variedad de usos enorme.

Como medicinal, sus flores se siguen usando (y vendiendo) en infusión para regular el sistema circulatorio (hipertensión, ritmo cardíaco, colesterol).

También ha valido para rebajar la ansiedad y calmar los nervios; y si queréis quitar un dolor de muelas, deberíais utilizar un remedio cordobés: cocer una rama de 9 nudos y aplicar la cocción en la zona dolorida.

Majuelas junto con otras plantas medicinales

Sus frutos han paliado el hambre en épocas de escasez y tanto los pastores como los niños las han consumido como entretenimiento. También han valido para hacer mermeladas y aguardientes o incluso como café después de tostarlos.

Espino albar en flor y Salinas de Añana

Sin embargo, en algunas zonas los consideran peligrosos, pues afirman que “producen locura” o “apendicitis”. Esto es porque su hueso, al igual que las almendras amargas, contiene cianuro de hidrógeno, muy tóxico según la dosis.

Es también, junto con el laurel, una especie protectora de la casa y de las huertas frente al rayo y todavía es habitual ver ramos o cruces hechas con espino en las puertas de muchos pueblos. Se suelen colocar el día de San Juan.

Y hablando de proteger, en algunas regiones las madres solían poner ramos de majuelo en las habitaciones de sus hijas adolescentes para asegurar su castidad. Intuyo que el método no era eficaz pero el efecto placebo también es tranquilizador.

No terminan aquí sus usos, pues su madera, densa y dura, sigue siendo cotizada para hacer mangos de herramientas y cachabas. La Inquisición, conocedora de esa cualidad, la usó para construir sus inhumanos aparatos de tortura.

Termino con una utilidad curiosa: no hace muchos años, en algunas zonas rurales los niños lanzaban sus frutos con una cerbatana hecha con una ramita de saúco (que se ahueca bien). Al grito de ¡majuelas con canuto se disparan al minuto!, jugaban y corrían por el pueblo libres de las ataduras que hoy día impone el teléfono móvil.

Fue tal el éxito del juguete que había gente que los vendía gritando ¡majuelas con canuto!. Creo que la gente de cierta edad visualizará perfectamente ese ambiente callejero y feliz en nuestros pueblos y barrios urbanos, hoy en vías de extinción.

Paisaje de montaña con espinos en flor

Posdata: este año he de hacer una cerbatana de saúco y probarla con majuelas. Seguro que sonrío.

El ombligo de Venus, una planta que lo cura todo

No hay persona en el mundo rural que no conozca el ombligo de Venus (Umbilicus rupestris), una de las plantas más habituales en los muros y los tejados de pueblos y aldeas.

Hojas y flores en un muro

Gracias a esa ubicuidad los nombres populares para designarla son tan abundantes como curiosos: campanicas de los tejados, cucuruchos, orejas de monje, sombreritos, hierba callera, curalotodo o tabaco de pared, estos últimos aludiendo a su utilidad. En euskera se le llama belarri-belar (hierba de la oreja) y perretxiko-belar (hierba de las setas), que, al igual que en castellano, se refieren a la forma de sus hojas.

Y efectivamente, las hojas del ombligo de Venus son, además de carnosas, redondeadas y deprimidas por el centro, como nuestro ombligo, lo que explica su nombre latino Umbilicus y donde rupestris significa que vive en las rocas.

Detalle de las hojas

Sus flores, de pétalos amarillo-verdosos, forman una espiga alargada que surge desde abril hasta agosto y que cuando se seca se ha utilizado como sustituto del tabaco.

Una cuestión interesante es su capacidad para aguantar la sequía veraniega de los muros y que consigue de la siguiente manera: durante el día la parte inferior de las hojas (el envés) cierra unos diminutos agujeros (los estomas) que le permiten coger CO2 y oxígeno del aire pero que provocaría una pérdida importante de agua. Cuando llega la noche y la humedad ambiental aumenta, se abren de nuevo para continuar con su producción de alimento.

El ombligo de Venus acompañado de fumarias, cimbalarias y celidonias

En cuanto a sus aplicaciones en la medicina popular son numerosas tal como indica su nombre de “curalotodo”: contra el dolor de muelas, de oídos o contra las hemorroides, para lo que en algunzas zonas peninsulares se ponían sus flores en el bolsillo trasero del pantalón y según se iban marchitando las hemorroides desaparecían.

Espiga floral del ombligo de Venus

Incluso el afamado médico de la Antigua Grecia, Hipócrates, recomendaba a las mujeres embarazadas que comieran sus hojas si querían tener niños (varones), aunque no sabemos qué lógica utilizaba para semejante afirmación.

Pero sin duda la mayor de las aplicaciones ha sido (y lo sigue siendo) la de curar afecciones de la piel: contra el acné, las quemaduras, como cicatrizante, antiséptico, contra callos y verrugas, usando para ello emplastos, infusiones, pomadas, o la aplicación directa de sus hojas frescas o su jugo.

La ciencia ha descubierto que es una planta rica en ácidos grasos omega 3 y antioxidantes y que también tiene propiedades bactericidas e incluso antitumorales. Esperemos que ese potencial se traduzca en nuevas terapias.

Ombligo de Venus en un muro

Siguiendo con la etnobotánica de esta planta, los niños y niñas jugaban a “comiditas” con sus hojas e incluso hacían por medio de un palillo dibujitos en ellas que servían luego para vestir muñecas.

Las carnosas hojas también se han comido como ensalada y algunos chefs en la actualidad las han incorporado a sus recetas. Dicen que las grandes son un poco amargas pero que las pequeñas son muy apetecibles.

En cuanto al nombre de Venus, también utilizado en francés, italiano, portugués o aleman, parece que podría deberse a que la diosa del amor y de la belleza tenía un ombligo perfecto (divino, diríamos) y nada mejor que utilizar su nombre para nombrar a esta especie.

La belleza oculta de las hierbas marchitas

Invierno de febrero. El paisaje del bosque vira de los verdes oscuros de pinos y carrascas a los ocres de hayedos y quejigales, todavía dormidos.

Semillas secas del olmo

Deambulo por un sendero de hierbas secas, espinosas, grisáceas… Están arrugadas o contorsionadas por el frío y las heladas, sin vida ya, aunque bajo el suelo las raíces y los bulbos esperan latentes a la primavera.

Podría decir que camino entre feos hierbajos que no merecen mi atención, pero por instinto me acerco a un cardo reseco y ahí está de nuevo la magia de lo cercano: una flor marchita con una arquitectura asombrosa. Coloco la cámara en el trípode y comienzo la “caza” de los diseños vegetófilos de las hierbas marchitas, de las semillas olvidadas, de las hojas que perdieron su verdor, un contrapunto de belleza a la aridez del invierno y que os muestro en esta entrada.

Una umbelífera helada
Semillas de la acedera caídas en el suelo
Hojas secas de un cardo
Flor marchita de la cardencha
Espinas de la rosa canina
Frutos espinosos vacíos de semillas
Tallo muerto de la zarzamora

Walt Whitman escribió en Hojas de hierba: “Vago e invito a vagar a mi alma. Vago y me tumbo a mi antojo para ver cómo crece la hierba en el estío “.

Creo que, al igual que él, somos muchos los que disfrutamos vagando en el estío o en el invierno mientras contemplamos los pequeños e infinitos detalles de la Naturaleza.

Arce de Montpellier, el pintor de los roquedos

En breve la otoñada cambiará el paisaje del valle. Los protagonistas no serán las carrascas y los pinos silvestres, claro, sino los hayedos y un variopinto plantel de especies que tornarán el color de sus hojas hacia los amarillos, naranjas y rojos. Fresnos, avellanos, quejigos, arces campestres, serbales… pero de entre ellos, yo me descubro ante el arce de Montpellier, desapercibido cuando permanece verde pero exultante de color en octubre y noviembre.

Hojas otoñales con sus 3 lóbulos característicos

Y a él le dedico esta entrada del blog, pues en mis paseos otoñales siempre está ahí, solitario o en pequeños grupos, pincelando el paisaje con unos colores casi imposibles.

Mide hasta 10 m y sus hojas, con 3 lóbulos, son inconfundibles, lo que permite distinguirlo del habitual arce campestre, que tiene cinco.

Florece en primavera, aunque sus flores pasan desapercibidas (al contrario que las explosivas flores de los cerezos, por ejemplo, que pretenden atraer a los insectos, las de los arces delegan en el viento el transporte del polen). De ellas surgirán los dobles frutos alados, llamados samaras, que caen girando al suelo cual helicópteros.

A la izquierda, hoja del arce campestre con 5 lóbulos

Estos arces habitan en diversos bosques de la región mediterránea pero parecen gustarles las pedreras y zonas rocosas, lo que nos permite disfrutar de ellos a distancia.

Iglesia de Ribera entre arces de Montpellier y otras especies

Cuando llega la estación de los colores, abandona la humildad del verde y se viste de amarillo, naranja, rojo, granate y de todas las gamas intermedias, como si celebrara el cambio de estación acudiendo a la fiesta del paisaje con sus adornos más provocativos!

Su uso etnobotánico ha sido muy reducido por ser un arbolillo disperso y de pequeño porte, aunque con su madera se han tallado utensilios de cocina y otros objetos pequeños. En algunas zonas de Castilla los pastores hacían cruces con sus ramitas, que ponían sobre el zurrón, pues pensaban que les protegían del rayo y del trueno. También se utilizó para hacer las piezas del encaje de bolillos. El significado textil y alegórico de ese término lo dejo a la curiosidad del lector. Ambos tienen su interés, aviso.

Bien, paro aquí para cederle el protagonismo cromático que merece. Espero que disfrutéis de él tanto como yo, año tras año…

Arce de Montpellier en el otoño
Tonos amarillos y naranjas bajo la Sierra de Artzena
Arce de Montpellier adornado con líquenes
Arce e iglesia de Ribera en Valderejo
Hojas caídas sobre un arroyo
Tonalidades diversas

Nombres en euskera:

Arce de Montpellier: ehiar frantsesa/ Arce campestre: astigarra

La belladona, una hierba de brujas y frutos letales

Estaba realizando una ruta primaveral por un hayedo de la Sierra de Artzena cuando encontré unos cuantos ejemplares de belladona que me alegraron el día. Estaban sin flor y he tenido que volver tres veces más hasta conseguir fotografiar sus flores y sus frutos, unas 10 horas de caminata en total.

Flor y fruto maduro de la belladona

Y es que la belladona (Atropa belladonna en latín y belaikia en euskera) es para mi una de esas plantas rodeadas de misterio por su alta toxicidad y capacidad alucinógena, cualidades que comparte con sus compañeras estramonio ( Datura stramonium) y beleño negro (Hyoscyamus niger), las tres de la familia de las solanáceas (patata, tabaco, tomate…), las tres presentes en Valdegovía y las tres provistas de un arsenal mortífero rico en hiosciamina, escopolamina y atropina, cuyos efectos describí en este artículo sobre la burundanga.

Flor de la belladona

Mide unos 150 cm, sus hojas son ovaladas, de 15-20 cm de largo, con unas flores acampanadas de tonos amarillentos y púrpura. Sus frutos son como pequeñas cerezas negras, dulces pero mortales. Tienen un aspecto estrellado debido a los 5 sépalos verdes del cáliz situados en su base y son dispersados por mirlos y zorzales, inmunes a su toxicidad.

Habita junto a hayedos y otros bosques, en tierra húmeda, y florece desde mayo hasta septiembre. Encontrarla no es raro pero si difícil, lo que aumenta su interés.

Belladonas junto a un hayedo

Considerada como una de las plantas más tóxicas del Viejo Mundo, contiene abundante atropina, una molécula que le da el nombre y que los oftalmólogos utilizan para dilatar la pupila (midriasis) de los pacientes.

Al igual que todo veneno, también se le han encontrado aplicaciones muy interesantes en la medicina moderna: como antídoto en casos de intoxicación por insecticidas agrícolas, para aliviar los espasmos de los cólicos renales o para el tratamiento del colon irritable.

Fruto maduro y verde de la belladona

Sin embargo, si se toma sin control o accidentalmente, produce, además de alucinaciones desagradables, delirio, coma y muerte (unas pocas bayas negras son suficientes para matar a un niño, los más vulnerables debido a la atraccion que les supone su sabor dulzón).

Baya madura de la belladona

A pesar de que en pueblos y aldeas se conocía bien su toxicidad, en otros tiempos se utilizó para curar diversas enfermedades, como las paperas (un uso bastante extendido), contusiones, eliminar los callos o calmar los nervios de los niños, entre otras afecciones.

Pero su aura mágica proviene de tiempos pretéritos: en Siria y en las orgías griegas en honor al dios Dioniso se usaba como afrodisíaco y en la Edad Media era una de las llamadas “hierbas de las brujas” por sus propiedades enteógenas (alucinógenas).

También usaron como colirio el jugo de sus bayas las damas romanas y venecianas para dilatar sus pupilas, lo que aumentaba su belleza (“donnas bellas”). De ahí belladonna, que el botánico C. Linneo utilizó para darle a la planta su nombre específico.

Termino con el nombre genérico, Atropa, que Linneo eligió por este curioso motivo: Átropos era una divinidad griega, una de tres hilanderas llamadas Moiras (las Parcas son su equivalente romano) que decidían el destino de los humanos.

Las tres Moiras, o El triunfo de la Muerte. Tapiz flamenco 1520 d. C. aprox. Victoria and Albert Museum, Londres (tomado de Wikipedia)

La Moira Cloto hilaba con su uso y rueca el hilo de la vida de una persona; Láquesis medía con una vara la longitud del hilo, la duración de la vida; y Átropos, que se traduce por la “inmutable” o “inflexible”, decidía cuándo y cómo debía morir esa persona y, llegado el momento, cortaba con sus tijeras el hilo de la vida.

Linneo quiso resaltar así la naturaleza mortal de la belladona llamándola Atropa. No me digáis que la historia no es bella.

Si por un casual la encontráis en el valle, decídmelo, por favor.

Fascinación por las plantas insectívoras

De nuevo hoy, 18 de mayo, se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Fascinación por las Plantas. Y tal como hice hace un año (aquí tenéis la entrada), lo celebro hoy para poner en valor la importancia de los vegetales tanto para los humanos como para la existencia de la vida tal como la conocemos.

Saltamontes atrapado en Dionaea muscipula, una planta originaria de EEUU

En esta ocasión me centraré en las plantas insectívoras o carnívoras, fascinantes ellas por sus bellos diseños y por la forma de alimentarse que han conseguido tras miles y miles de años de evolución.

Como veréis en las imágenes, he recurrido de manera especial a especies de otros continentes que se cultivan por su belleza y exotismo en invernaderos, uno de los cuales es el de un joven emprendedor, Enrique Florit, que tiene su vivero, Bite Me!, en Asua-Erandio (Bizkaia) y al que agradezco las facilidades que me ha dado para fotografiar sus ejemplares (esta es su cuenta de Instagram https://instagram.com/bite_me_plants?igshid=NTc4MTIwNjQ2YQ==).

Las plantas insectívoras viven en suelos encharcados, pobres en nutrientes pues el agua arrastra muchos de ellos a zonas mas profundas o pendiente abajo. Entre los arrastrados destaca el nitrógeno, que es fundamental para formar proteínas. Sin esta sustancia, a las plantas les queda vedado ese suelo pero las insectívoras han conseguido medrar en ese erial nutritivo obteniendo el preciado nitrógeno de las proteínas de pequeños invertebrados (insectos, arácnidos…) a los que capturan.

En ese exótico proceso alimentario, la planta insectívora se prepara para una función que consta de tres actos: atraer, atrapar y digerir.

Hoja con forma de jarra de Sarracenia purpurea. El género habita en Norteamérica.

En general la atracción de los insectos a los que hay que capturar corre a cargo de las hojas, que poseen glándulas productoras de néctar o de gotitas azucaradas. Una vez que el animal se ha posado en la planta comienza el segundo acto mediante un mecanismo de trampa, de nuevo realizado por las hojas.

Hojas de Drosera filiformis (Norteamérica)

En el caso de las plantas jarro de los géneros Sarracenia y Nepenthes, las hojas tienen forma de vasija o jarra. En su interior se producen olores o néctar, ambos irresistibles para algunos invertebrados que acuden a posarse en el borde. Un resbalón accidental les hace caer al fondo, normalmente cubierto de agua de lluvia; con el cuerpo mojado, cuando pretenden trepar para escapar no lo consiguen por una capa de cera que recubre el interior de la hoja.

Drosera capensis, originaria de Sudáfrica

Las hojas de las llamadas rocíos de sol (género Drosera) ) tienen filamentos que segregan gotitas (como de rocío) dulces y pegajosas. El insecto acude a alimentarse de él pero el liquido pegajoso le atrapa; los movimientos por liberarse sólo consiguen que el animal roce contra más gotas hasta que la huída resulta imposible.

También las grasillas (género Pinguicula) producen gotitas atractivas y viscosas que resultan tan eficaces como las de las droseras.

Hoja de la venus atrapamoscas (Dionaea muscipula), mostrando sus pelos sensibles

Pero tal vez sea la Venus atrapamoscas (género Dionaea) la más espectacular por su rapidez de movimientos. Las hojas de estas plantitas, muy cotizadas en jardinería, están formadas por dos lóbulos unidos por una bisagra orgánica y parecen cepos debido a las prolongaciones afiladas como dientes de sus bordes. La hoja segrega néctar y además posee una serie de pelitos muy sensibles al tacto. Cuando un insecto se posa en ella y toca uno de los pelitos no ocurre nada (podría ser una gota de lluvia y no merece la pena gastar energía). Pero si el animal toca en pocos segundos un segundo pelo, las dos valvas de la hoja se cierran con rapidez atrapando a la presa.

Mosca atrapada en la venus atrapamoscas

El tercer acto de esta función tan vital para la planta como dramática para el insecto es la digestión y extracción del nitrógeno y otros nutrientes. Para ello las hojas segregan al exterior sustancias (enzimas) que digieren lentamente al animal. Tras absorber los alimentos necesarios, sobre las hojas quedan restos de alas, patas y carcasas, testigos del éxito de la carnívora.

Flor de Sarracenia x courtii. A menudo las flores están lejos de las hojas para evitar atrapar a los polinizadores.

En el mundo existen cerca de 700 especies de plantas insectívoras de las que 3 viven en Valdegovía/Gaubea y Añana: Drosera rotundifolia, Pinguicula grandiflora y Utricularia australis (esta última en el lago de Caicedo-Yuso). No son muchas y ademas son algo escurridizas a la vista, pero cuando las ves no dejan de sorprenderte.

Hoja de Drosera capensis
Hojas de Sarracenia x moorei
Drosera capensis

La primavera blanca de los guillomos

Seguro que conduciendo por el valle o recorriendo algún sendero, allí donde las rocas calizas sobresalen del suelo, habréis visto unos llamativos arbustos repletos de flores blancas, tan repletos de blancura que las hojas casi quedan ocultas. Son los guillomos, mellomos o durillos agrios (Amelanchier ovalis), que en euskera se conocen como arangurbea y que parecen haber decidido que la primavera hay que celebrarla por todo lo alto.

Guillomos en el puerto de La Horca

Los guillomos son arbustos de la familia de las rosáceas (la de las rosas, obviamente, pero también de los ciruelos, cerezos, perales, manzanos….) que miden 1-3 m de altura. Sus hojas son ovaladas de margen aserrado, cubiertas de una fina pelusilla. Las flores tienen 5 pétalos blancos alargados que surgen en grupos en abril y perduran hasta junio. Luego, a finales del verano, de ellas saldrán los frutos (las guillomas), dulces y parecidos a guisantes, que en la madurez se tornan de color negro azulado (el epíteto ovalis se refiere a ellos por su aspecto ovalado aunque otros opinan que se debe al aspecto de las hojas).

Flores del guillomo

Le gustan los terrenos duros y soleados, de roca calcárea, tanto en los claros de carrascales y quejigales como en las crestas montañosas, y aunque en la franja cantábrica no es habitual, sí lo es desde los Pirineos hasta Andalucía. Es por tanto un arbusto bien conocido por la gente, lo que explica sus variados usos etnobotánicos.

Las guillomas, frutos del guillomo, madurando

Sus frutos maduros, por ejemplo, se han comido directamente de la planta como golosinas. También se han usado sus flores, junto con nueces y otras hierbas para hacer licores en el Pirineo catalán.

Entre sus virtudes medicinales ha destacado, por extendida, la de ser útil para “rebajar la sangre” (bajar la tensión arterial), para lo que se cocían flores, tallos y corteza del tronco.

Guillomo creciendo entre rocas calizas

Pero también han sido apreciados para sanar otras partes del cuerpo: la infunsion de las flores, para curar “espantos” ( según los curanderos, enfermedades causadas por grandes sustos); la maceración de sus frutos en anís aliviaba las contusiones y el reuma mediante friegas; la decocción de sus flores, hojas y tallos era útil contra el cólera, como laxante o, en mayor concentración, como purgante y también para curar catarros.

Flores del guillomo

Con sus abundantes ramas se hacían las escobas guillomeras con las que se barrían las eras tras la trilla, y con los troncos, flexibles y fáciles de domar, garrotes o cachabas.

Termino con la relación del guillomo con las abejas pues ha estado bastante extendida la creencia de que las abejas rechazan sus flores. Un par de curiosidades al respecto. En la comarca catalana de El Pallars se ha utilizado para repeler abejas y avispas en la elaboración de las pasas. Para ello, se cocían las ramas en agua y ceniza y luego rociaban con ese líquido los frutos.

Por otra parte, en la Serranía de Cuenca explican el rechazo de las abejas al guillomo con una leyenda: “la abeja dijo a Dios: flor de guillomo comeré y a quien pique mataré; a lo que Dios respondió: flor de guillomo no comerás y a quien piques tu morirás”. Tras esa amenaza, parece que las abejas decidieron prescindir del guillomo.

Si estos días tenéis la oportunidad de caminar por sendas donde abunden las calizas (la ruta del río Purón en el Parque Natural de Valderejo, por ejemplo) disfrutaréis de lo lindo con el espectáculo de los guillomos, a los que se suma la floración de otras dos rosáceas de flores blancas, los endrinos y los espinos albares.

Senderos de prímulas, caminos de color

Ha llegado la primavera y nada mejor que hablar de las plantas tempraneras que anuncian el cambio de estación. Me refiero a las prímulas o primaveras cuyas flores salpican ya los claros de los bosques, bordes de caminos y márgenes de arroyos.

Primula veris, de amarillo intenso, en un talud

En nuestro valle cohabitan tres especies del género Primula (del latín “la primera”): Primula veris, P. elatior y P. acaulis, las tres de flores amarillas y que todos conocéis al menos de vista.

Para su identificación no entraré en detalles botánicos y me basaré en sus diferencias más visuales, las necesarias para ayudar al senderista curiosón.

Para empezar, las tres coinciden en varios aspectos:

  • Tienen flores amarillas con forma más o menos acampanada
  • sus hojas se extienden como una roseta algo pegadas al suelo
  • se les conoce popularmente como primaveras, flores de San José, pan y quesos…En euskera, San Jose-loreak o udaberri-loreak (flores de primavera).
  • han tenido o tienen usos etnobotánicos parecidos de los que adelanto uno: los niños solían chupar sus flores de sabor azucarado debido al néctar que contienen.

Comencemos con las que tienen sus flores agrupadas en el extremo de un tallo (escapo) largo lo que les da una altura de 10-30 cm:

Primula veris (del latín, primavera) tiene flores olorosas de color amarillo intenso. Florece desde marzo hasta junio y se hace notar en prados, taludes y bordes herbosos de caminos. En Valdegovía es la más notoria y fácil de ver. Conocida también como manguitos o flores de cuquillo (su floración coincide con el canto del cuco) sus hojas tiernas se han comido en ensalada o como verdura. Sus flores, maceradas en agua, se han utilizado para obtener agua perfumada y en el sur de Araba/Álava se usaban las hojas y flores (junto con otras muchas especies) para elaborar la pomada sanjuanera, remedio para contusiones e inflamaciones de la piel.

P. veris en un claro forestal

También se ha tomado en infusión para aliviar catarros y bronquitis y para conciliar el sueño, utilidades que comparte con las otras dos especies.

Primula elatior (del latín, la más alta) es muy parecida a la anterior pero se le distingue muy bien por sus flores de color amarillo pálido. Florece de marzo a junio y no es tan habitual como la anterior. Vive dispersa en lugares sombríos de hayedos, claros de bosque y junto a arroyos. En Euskadi se han utilizado sus raíces para curar contusiones y esguinces y macerada en agua junto con violetas (Viola sp.) se obtenía una suave colonia.

Primula elatior con sus flores de color amarillo pálido

La tercera especie es Primula acaulis (del latín, sin tallo), muy fácil de distinguir de las anteriores pues sus flores, de color amarillo pálido y más abiertas que las otras, nacen independientes casi a ras de suelo, cada una de ellas con su pedicelo (rabillo). Es la más temprana en florecer pues ya en enero se ven algunos ejemplares cuya flor perdurará hasta mayo. Vive de forma dispersa en zonas húmedas y sombrías del bosque o márgenes de ríos.

Primula acaulis con sus flores cerca del suelo

Entre los nombres populares que le han dado a esta prímula me llama la atención uno de Menorca: las parejas de enamorados hacían ramitos con ellas y les llamaban “suegras y nueras”, pues sus flores parecen darse la espalda. Y como las anteriores, también se ha usado para perfumar el agua de baño.

Finalizo con una curiosidad de las tres primaveras: en el interior de sus pétalos hay unas zonas teñidas de amarillo intenso o naranja. Se les conoce como guías de néctar y sirven para atraer y guiar hacia esa sustancia dulzona a los insectos que las polinizan, que en este caso son abejas, abejorros y diversas mariposas diurnas.

La poesía de los musgos

Esta no es una entrada sobre la botánica de los musgos (algún día la haré pues tienen una curiosa historia que contar); esta vez os ofrezco una mirada (la mía) a sus estilosos diseños acompañados de las palabras que algunas escritoras y escritores les han dedicado.

Esporófitos de un musgo con las cápsulas donde maduran las esporas

Los musgos son los hermanos pequeños de las plantas, de cuerpo sencillo y talla humilde. No tienen flores ni frutos ni semillas, pero cuando los veo sobre un muro o en el tronco de un árbol siempre me acerco por ver si de nuevo me sorprenden. Afortunadamente mi pronóstico se cumple casi siempre.

Esporófitos de un vistoso color rojo

He dicho que no hablaré de la botánica de estos liliputienses pero he de hacer una salvedad: en la mayoría de las fotografías veréis unos filamentos que terminan en una cabezuela alargada cerrada por una cápsula afilada o no. Se trata del esporófito, una fase del musgo que crece sobre el que podemos llamar musgo “normal” (el verde que todos conocemos) y que se encarga de producir y liberar esporas. Es decir, en el ciclo vital de un musgo se alternan dos individuos: el “normal”, verde, y otro, el esporófito, que da a estas plantitas la elegancia que quiero transmitir con las imágenes.

Rocas cubiertas de musgo junto a un salto de agua

Tal como he indicado antes, he seleccionado algunos textos que recurren a los musgos para expresar emociones (alegría, calma, nostalgia) o sencillamente la fascinación por la naturaleza. Comienzo con dos escritores vascos. Jon Gerediaga, en su poemario Uztaroak eta zeinuak, escribe: “Bailara zahar goroldioz betea zeharkatuz bagoaz bide-bazterretik erreka eta biok astiro-astiro hurrengo presarantz” (A través del viejo valle cubierto de musgos, el arroyo y yo, despacio por la orilla, vamos hacia la siguiente presa).

Musgos con gotas de lluvia

Por su parte Hasier Etxebarria le dedicó unas palabras al escultor Koldobika Jauregi, pidiéndole que observara con su mirada creativa la vida que bulle sobre un tronco caído y cubierto de musgo:

“Begiraiozu goroldioari, ihintzaren biltegi itzel horri. Ikusi nola dabilen belaki horretan milazangoa, eta apur bat ezkerrerago zizare txiki arre bat, armiarma sareko borrokan” (Observa el musgo, ese inmenso almacén de rocío. Mira cómo camina sobre esa esponja el milpiés, y un poco a la izquierda, un pequeño gusano pardo lucha con la tela de araña…)

Rocío sobre musgo

Si vamos a oriente, este poema anónimo japonés del siglo VII dice: “Eternas montañas verdes y a su pie el musgo eterno e inmutable, verde claro bajo la lluvia de primavera”.

A su vez, el poeta chino Li-Po (siglo VIII) le dedicó a su amada: “Te añoro, y de los árboles caen hojas amarillas. Lloro, y sobre el verde musgo brilla el rocío”.

Musgos sobre una rama en la ribera de un arroyo

El escritor estadounidense M.L. Kiser expresa : “En un amanecer temprano, mientras la niebla se eleva entre los árboles, el musgo divaga…”.

Musgo sobre un muro

Mientras que el británico William Barnes (siglo XIX) les dedicó todo un poema con frases como estas:

“¡Oh musgo criado por la lluvia que ahora ocultas la corteza de la madera y el costado de la roca mojada, brillando hacia el sol! … ¡Oh musgo de invierno, avanza, avanza, y adviérteme del tiempo que se ha ido!”.

Los esporófitos parecen observarnos…

También las letras castellanas aluden a los musgos para expresar emociones parecidas. Como Antonio Machado al hablar sobre la belleza de un paisaje: “Como esmeraldas lucen los musgos de las peñas”.

Rosalía de Castro a su vez dejó escrito: “Para el pájaro el aire, para el musgo la roca, los mares para el alga, mayo para las rosas”.

Musgos soportando la helada

Termino con Isabel F. Bernaldo de Quirós, que en La senda hacia lo diáfano escribe: “Un petirrojo canta sus abriles entre los incipientes frutos del cerezo. Le responde la lluvia sobre el camino y la nostalgia de unos rayos que intentan filtrarse entre las nubes. ¿Te has fijado como llora el musgo de la orilla del tejado?¿La vida se le va?”

Esporófitos maduros de un musgo

Como veréis he omitido los escritos pesimistas que asocian a los musgos con la tristeza o la desolación, un recurso también habitual por crecer en lugares oscuros y sobre ruinas; pero me niego, pues para mi los musgos siempre serán bellos y saludablemente bucólicos.

Un ramo de helechos para Oliver Sacks

De caminata invernal por el bosque veo que algunos helechos como el Blechnum spicant comienzan a desarrollar nuevas hojas que antes de desplegarse del todo toman el aspecto del báculo de un obispo, o si se quiere, el de un matasuegras festivo, una forma grácil que siempre me ha gustado contemplar.

Dos frondes u hojas jóvenes con aspecto de báculo de obispo del helecho Blechnum spicant
Frondes (hojas) en desarrollo de Blechnum spicant, llamado fenta o en euskera, orrazi-iratzea (helecho peine, por la forma de sus frondes adultas). En este caso se trata de frondes fértiles que producirán esporas.

Y me he acordado de Oliver Sacks, el neurólogo que sentía pasión por estos vegetales primitivos y cuyo libro Diario de Oaxaca he comentado recientemente en la sección de Mis libros.

Pues bien, ahora que los nuevos helechos de nuestros bosques comienzan a exhibirse con sus curiosas formas espirales o retorcidas como orugas que se contornean, algunas velludas, otras lampiñas, aprovecho esta entrada más visual que explicativa para reivindicar la belleza de estas plantas a pesar de que carecen de flores y de paso recordar al bonachón de O. Sacks.

Fronde u hoja del helecho común con aspecto espiral
El crecimiento en forma de báculo se denomina circinado y en él la nueva hoja se va desenrollando a la par que crece. En la imagen, parte de un fronde del helecho común (Pteridium aquilininum) o iratze arrunta o garoa en euskera.
Fronde u hoja del helecho hembra con aspecto espiral y cubierto de escamas
Athyrium filixfemina, llamado helecho hembra y en euskera iratze emea o sorgin-iratzea (helecho de brujas) desarrolla unos bonitos frondes en espiral cubiertos de escamas llamadas páleas. Se trata de un helecho muy común y llamativo, tanto por su tamaño (hasta 1,5 m) como por el aspecto de corona que tienen sus grupos.
Frondes u hojas jóvenes con aspecto espiral del helecho Blechnum spicant
Frondes jóvenes de Blechnum spicant, pero en este caso se trata de hojas estériles pues no producirán esporas.
Frondes u hojas jóvenes con forma espiral del helecho real
Frondes jóvenes de Osmunda regalis, el helecho real o en euskera S. Joan iratzea (helecho de S. Juan). Aunque en la franja cantábrica es localmente habitual, escasea en Valdegovía.
Hojas jóvenes del helecho común con formas espirales
El helecho común Pteridium aquilinium es, además de la más abundante, una especie muy tóxica para el ganado, que lo come en verano cuando el pasto escasea, pudiendo enfermar y morir, pues crea tumores. Eventualmente, la leche de las vacas que lo hayan comido puede intoxicar a las personas.