Ruta circular desde Valluerca hasta la Risca de San Pedro (979 m)

Longitud: 8 km Tiempo total: 2h 15 min Dificultad: fácil Desnivel: 216 m

El límite entre los pueblos de Valdegovía y el valle de Losa está marcado por la sierra de La Risca, y todos los pueblos situados en su ladera norte tienen caminos agradables que conducen a sus modestas cimas.

Paisaje con el pueblo de Valluerca y el cielo azul
Valluerca

Además, los numerosos caminos forestales que existen permiten hacer conexiones entre ellos con múltiples combinaciones senderistas (ayuda mucho también que dichas pistas sean muy visibles en Google Maps u otras app similares).

Esta vez ascenderemos desde Valluerca hasta el pico La Risca de San Pedro, para lo que dejamos el vehículo en la fuente y lavadero del pueblo, ubicadas en la parte baja del mismo. Entre el muro de una huerta y el lavadero, una pista parte hacia la sierra; tras atravesar una barrera metalica, giramos a la izquierda, pasamos por encima de un arroyo y comenzamos a ascender.

En las laderas clareadas muchas plantas aprovechan la luz de mayo para florecer, como la espinosa aulaga (Genista scoparius), Coronilla minima, Spiraea hypericifolia de la familia de las rosas, Thalictrum tuberosum y la globularia (Globularia vulgaris) que aparecerá en abundancia en varios tramos de la ruta.

Varias flores blancas de la especie Thalictrum tuberosum
Thalictrum tuberosum y sus esbeltas flores
Spiraea hypericifolia con sus flores blancas
El durillo negro en flor (Spiraea hypericifolia)

La senda discurre entre pinos y encinas, con quejigos y enebros acompañantes. En algunas zonas del camino jóvenes pinos crecen en la mitad de la senda mostrando así su capacidad colonizadora.

Más arriba el bosque se aclara y vemos ya a nuestra espalda la Sierra de Bóveda con el monte Recuenco (1.217 m) a la derecha.

Flores de la globularia de color morado
Globularias en flor

Caminando ya junto a los pastizales podemos ver una buena población del tablero de damas (Fritillaria pyrenaica), que sólo crece en la región cantábrico-pirenaica ( es decir, es un endemismo). También podemos ver una orquídea con tonos vainilla, Dactylorhiza insularis, no del todo habitual (si queréis ver flora, hay que dejar los caminos y curiosear por las campas!).

Varias flores del tablero de damas contra el cielo azul
Flores del tablero de damas. Es un endemismo de la región cantábrica-pirenaica
Dactylorhiza insularis, una orquídea de color amarillo contra el cielo azul
La delicada orquídea Dactylorhiza insularis

Poco después llegamos al monte Corona (965 m), una loma señalada con un montículo de piedras y me quedo pasmado con la increíble cantidad de una orquídea silvestre, Orchis champagneuxii. Como creo que lo merece, le hago un pequeño vídeo y continúo pendiente abajo hasta dar con una zona donde confluyen varias pistas, llamada por la gente del lugar El Jugadero, con una alambrada que me imagino separa las tierras de Quintanilla y Valluerca.

Abundante población de la orquídea Orchis champagneuxii en el monte Corona

Seguimos rectos por la pista que va hacia el norte y paralelos a la alambrada. Poco después, junto al corte con el valle de Losa, el camino gira 90º y continuamos hasta encontrar una bifurcación (el camino de la derecha será el de descenso). Es el momento de dejar la pista y dirigirnos campo a través a la cercana cumbre de La Risca de San Pedro donde hay un buzón del grupo Baskonia Mendi Taldea y un vértice geodésico.

Vistas del Valle de Losa desde la Risca de San Pedro

Las vistas son agradables: campos verdes y de colza junto con pequeños pueblos como Fresno de Losa y Villalambrús.

Tras disfrutar del descanso, retrocedemos hasta la bifurcación anterior y ahora elegimos el camino de nuestra derecha que en claro descenso nos llevará a la parte baja de la ladera.

Allí confluimos con el riachuelo del inicio, llamado arroyo del Valle, que tiene el típico cauce calcáreo con pequeños saltos de agua muy limpia.

Y así, con esa calma que invade el lugar, llegamos de nuevo al lavadero y su bonita fuente anexa, donde podemos hidratarnos con fundamento.

Dos fuentes con forma de animal en el pueblo de Valluerca
Fuente de Valluerca
Mapa de la ruta

Nota: hice esta ruta hace 15 días y es posible que en este tiempo algunas plantas aquí descritas hayan perdido la flor. Por otra parte, he decidido omitir un buen número de especies floridas (¡es increíble la variedad floral en el mes de mayo!) para no recargar en exceso el texto.

La necrópolis de Santa Olalla en Corro

Si una ruta montañera con su flora, fauna y geología fuera un menú completo, lo que os propongo hoy sería un postre, una incursión (que no llega a excursión) a un recogido lugar rodeado de encinas y pinos que no deja indiferente a nadie que lo haya visitado, incluidos, por supuesto, los niños y niñas que intentaran obtener muchas respuestas a sus interminables “¿y por qué?”.

Tumbas excavadas en la roca con la forma humana
Tumbas antropomorfas en la necrópolis de Santa Olalla. Corro

Se trata de la necrópolis medieval de Santa Olalla que fue construida y utilizada como lugar de enterramiento entre los siglos IX-XI. En esta planicie rocosa hay 30 tumbas repartidas en dos conjuntos. Están excavadas en la caliza y talladas algunas con la forma de una persona adulta y otras más pequeñas para niños.

Además, y con el fin de proteger los cuerpos de las alimañas, cada tumba tiene un rebaje en el que se colocaba una cubierta formada por una o varias losas de piedra.

Dicen los entendidos que las necrópolis se construían junto a iglesias o monasterios, por lo que deducen que en este lugar debió de existir un edificio religioso, la ermita de Santa Lucía, hoy desaparecida.

También parece que no hay una conexión con las cercanas cuevas eremíticas de Corro, llamadas Cuevas de los Moros, pues estas son de una época anterior (siglo VII).

Para acceder a este enclave hay que dirigirse por la carretera A-222 de Villanueva a Bóveda. Al llegar al cruce con el pueblo de Corro, un espacio junto a unos contenedores de residuos permite aparcar el vehículo. Desde ahí se camina 150 m en dirección a Villanueva por la carretera, hasta dar con un cartel que indica el corto sendero que nos lleva a la necrópolis.

Flores de la orquídea del hombre ahorcado por el aspecto de las flores
La orquídea del hombre ahorcado siempre llama la atención

Y ya que vamos de paseo pues aprovechamos para degustar visualmente algunas plantas silvestres, como Orchis anthropophora, la orquídea del hombre ahorcado, que aparece en la mitad del camino (¿pensarían aquellas temerosas gentes que eran flores del diablo debido a su aspecto? ¿O tal vez veían en ellas a unos penitentes agrupados mientras rezan?).

También veremos (si no ha llegado el verano…) a una orquídea abeja o avispa, Ophrys sphegodes, que además de parecerse a esos insectos emite olores sexuales que atraen a los incautos machos con mayor intensidad. Lo que ocurre entre la planta y el animal se llama pseudocópula y me imagino que ese engaño tiene que producirle al pobre macho una mezcla de bochorno y frustación. ¡No me diréis que los caminos de la evolución no son fascinantes!.

Flores de una orquídea-abeja llamada así por el aspecto de sus flores
Ophrys sphegodes, del grupo de las orquídeas abeja

Y como última golosina botánica, junto a las tumbas veo al tablero de damas (Fritillaria pyrenaica), con su flor rojiza con forma de campana y su interior ajedrezado, motivo del nombre popular (¡saludos a mi amigo Félix, entusiasta de esta planta!).

Flor de la planta llamada tablero de damas, con forma de campana y color rojizo
SFlor del tablero de damas

Hay otra necrópolis en el valle, la de San Martín de Valparaiso, pero dejo para otra ocasión ese postre arqueo-botánico.

Para finalizar podemos visitar también la cercana cascada y poza de Corro, que en verano se utiliza por la chavalería como zona de baño.

Cascada de Corro en el río Omecillo
Cascada de Corro en el río Omecillo

Sin mover el vehículo, cogemos una pista que cruza el río Omecillo por un puente. Antes de llegar a él, una senda a la derecha nos conduce a la poza de aguas verdes, un entorno pequeño pero ideal para refrescarnos del calor del verano.

Mapa de la necrópolis
Mapa de la necrópolis de Santa Olalla en Corro

Pequeña ruta circular de Bóveda a Quintanilla entre orquídeas y espinos en flor

Longitud: 5,8 km Tiempo: 1 h 30 min Dificultad: fácil


Paisaje con el pueblo de Quintanilla
Quintanilla. En el centro la iglesia de S. Julián y Santa Basilia; a la derecha, la ermita de N. S. del Olmo.

La primavera en el valle está que se sale y aprovecho para realizar esta corta pero agradable ruta que comienza la altura del número 46 de la Calle Real de Bóveda.

Ascendiendo entre casas por la calle de la Estrada, tal como indico en la fotografía de Google Maps al final, pronto encontramos un camino labrado en roca, uno más de los que se dirigen hacia los pastizales de La Granja.

En los bordes abunda el apio caballar (Smyrnium olusatrum) cuyas semillas huelen parecido a la mirra, de donde procede el genérico Smyrnium. Antaño se consumía como verdura pero cayó en desuso al ser sustituido por el apio.

La planta apio caballar con sus flores verde amarillentas
Apio caballar en flor

Los espinos (Crataegus monogyna), cuya flor es muy apreciada y vendida para fortalecer la circulación sanguínea, están floridos y las abejas aprovechan la ocasión para zumbar sin descanso.

Espino albar en flor

A nuestra izquierda vemos un barranco poblado por quejigos, encinas, varios tipos de arces y otros arbustos que le dan un aspecto asalvajado. Por su fondo discurre el arroyo del Vallejo, aunque debido a la frondosidad del bosque, no se ve.

Flores azules de la aguileña
Flores de la aguileña

Tras atravesar una barrera metálica, y sin apenas pendiente, seguimos sin esfuerzo acompañados de las elegantes aguileñas (Aquilegia vulgaris). También llama la atención que la orquídea del chivo (Himantoglossum hircinum) sea tan habitual. Sólo por ver sus exuberantes flores acintadas ya merece la pena la caminata.

Flores acintadas de una orquídea
La bella orquídea Hymantoglossum hircinum
Flores blancas de la familia de las jaras en un prado
Prado cubierto por Helianthemum apenninum

Ya en terreno más abierto con los pastos cubiertos de Helianthemum apenninum (una flor de la familia de las jaras) un muro de piedra a nuestra derecha nos sirve de referencia. Cuando termina, allí donde el camino se bifurca, no seguimos ninguna de la dos pistas sino que giramos a la derecha por un sendero que discurre paralelo a una alambrada.

Caminamos por un encinar clareado donde abunda una florecilla elegante, Anthericum liliago, a la que se le conoce como flor de lis (por su parecido con la flor de los lirios) o flor de la araña, cuyo significado no he conseguido descubrir.

Flores blancas de Anthericum liliago
Anthericum liliago

Poco después confluimos con una buena pista que seguimos por la derecha, en sentido descendente hacia Quintanilla.

Aparecen dos plantas que llaman la atención, la orobanche (Orobanche gracilis), con sus corolas de color vino tinto, que es parásita de la aulaga (Genista scorpius) e Iberis carnosa, propia de suelos rocosos en los que forma unos bonitos conjuntos con sus apretadas flores lilas o blancas.

Tres plantas parásitas de color algo marrón del grupo de las orobanches
La parásita Orobanche gracilis
Conjunto de flores lilas de Iberis carnosa en el suelo
Iberis carnosa creciendo en un suelo rocoso

Seguimos descendiendo, atravesamos un arroyo y continuamos por el camino de la derecha que nos conduce a las inmediaciones de Quintanilla.

Atravesamos otra cancela metálica y a pocos metros, ¡atención!: en unas campas no cultivadas a nuestra derecha (se puede acceder a ellas por la parte derruida de un muro) hay dos orquídeas silvestres muy bellas, Orchis militaris y Anacamptis pyramidalis. Además, cantidad de pequeñas flores tiñen el prado de color, teniendo como fondo la iglesia y la ermita de Quintanilla. Una bonita postal, vamos.

Orquídea de color rosa llamada Orchis militaris
La orquídea Orchis militaris. Sus flores parecen una persona con un casco, como si fueran soldados; de ahí su nombre
Orquídea de color rosa llamada Anacamptis pyramidalis
La orquídea Anacamptis pyramidalis
Quintanilla en primavera

Volvemos al camino y atravesamos el pueblo. A su salida un cartel indica que quedan 1,6 km hasta Bóveda, todo cuesta abajo por una carretera sin apenas tráfico y con buenas vistas de la sierra de Bóveda.

Caminamos tranquilamente mientras contemplamos el mosaico que forman los diversos cultivos de cereal (trigo, cebada y avena) y las fincas de veza (una legumbre forrajera cuya vaina se ve a la izquierda), cada uno con su matiz de verde.

Antes de confluir con la carretera general, un desvío balizado a la derecha nos conduce por una pista agraria al centro de Bóveda, finalizando así esta cómoda excursión.

Plano de la ruta
Detalle del inicio de la ruta

Nombres en euskera de las especies mencionadas (en el caso de que exista):

Aguileña : kukupraka / Espino albar: elorri zuria

Fascinación por las orquídeas silvestres de Valdegovía

Hoy, como cada 18 de mayo desde el año 2012, se celebra el Día Internacional de la Fascinación por las Plantas, un evento anual promovido por universidades, equipos de investigación, jardines botánicos, agricultores y demás entidades que pretenden reivindicar la importancia de los vegetales en nuestra vida cotidiana y el papel fundamental que tienen en la naturaleza.

Cephalanthera rubra vive en claros forestales. Cueva de Los Moros. Corro.

Para los humanos son fuente de alimento, de medicamentos (como la morfina que se extrae de las plantaciones de la adormidera en el valle), de materia prima para obtener biocombustibles (¡cómo disfrutamos de los campos de colza y de girasol!), sustancias de interés industrial como las resinas, fibras textiles como el lino (que también se cultivó aquí) y por supuesto, el placer que nos ofrecen cuando caminamos por bosques, orillas de ríos o pastizales, que es inmenso.

En esta entrada reivindico mi fascinación por las orquídeas silvestres de Gaubea -Valdegovía (sé que no soy el único). Consideradas como uno de los grupos más evolucionado de entre las plantas, sus diseños florales, extraordinarios reclamos de insectos, me dejan perplejo.

Según la bibliografía que he consultado, en Gaubea -Valdegovía existen unas 50 especies de orquídeas silvestres, algunas muy difíciles de ver. Yo os muestro algunas de las habituales por si las encontráis en vuestras rutas. Si es así, deteneros un poco, agacharos y observar la exuberancia de sus pequeñas flores.

Y feliz día vegetófilo!

Orchis anthropophora u orquídea del hombre ahorcado habita en prados y matorrales soleados. Puerto de la Horca.
Anacamptis pyramidalis es abundante en cunetas y prados. Es polinizada por mariposas. Valderejo.
Limodorum abortivum es una especie que no tiene clorofila y se alimenta gracias a hongos. Salinas de Añana.
Ophrys apifera o flor de abeja, especialista en atraer a abejorros para su polinización. Villanañe.
Ophrys tenthredinifera u orquídea avispa. Sus llamativas flores pueden verse en zonas soleadas. Corro.
Orchis mascula es una orquídea habitual en pastos y zonas clareadas. Valderejo.

La extraña belleza del helecho común

Compartiréis conmigo que cuando toca salir con la mochila hay días de monte y cumbre, en los que el cerebro nos pide cuesta y esfuerzo, y días en los que deseamos deambular con calma y en plan errabundo para poder satisfacer la curiosidad que sentimos por todo bicho viviente y mineral.

Nuevas hojas del helecho común con formas onduladas y espirales
Helecho común con las nuevas hojas en desarrollo

El otro día fue uno de estos y aproveché un claro del bosque colonizado por el helecho común o iratzea en euskera (Pteridium aquilininum). En esta época están creciendo y muestran en sus extremos las nuevas frondes u hojas todavía replegadas antes de desenrollarse y hacerse adultas.

Y me fascinaron sus formas curvas, onduladas y espirales, semejantes unas a orugas, otras a embriones animales, o incluso a puños y manos, cubiertas de finos pelos y con una mezcla de verdes y dorados que hacían de cada una de ellas un objeto único, irrepetible. En un claro del bosque decenas de diseños vegetales parecían competir, no sé si por un premio a la elegancia o por causar incertidumbre a los humanos por esas extrañas y a la vez delicadas formas.

Comencé a fotografiar para capturar esa belleza efímera antes de que desapareciera con la madurez. El resultado de esa sesión es esta galería.

Si Karl Blossfeldt (del que ya escribí aquí) hubiera estado en este helechal creo que habría tomado multitud de bocetos para sus trabajos artísticos de forja, sin duda.

Nuevas hojas del helecho común con formas onduladas y espirales
Nuevas hojas del helecho común con formas onduladas y espirales
Nuevas hojas del helecho común con formas onduladas y espirales
Nuevas hojas del helecho común con formas onduladas y espirales
Nuevas hojas del helecho común con formas onduladas y espirales
Nuevas hojas del helecho común con formas onduladas y espirales

Ruta circular desde Salinas de Añana al lago Caicedo-Yuso y la Peña de la Uña (812 m)

Longitud: 12 km Tiempo: 2h 50 min Dificultad: media Desnivel: 240 m (datos para ida y vuelta)

El texto de esta ruta, con ligeras modificaciones, es el que utilicé en mi libro “Rutas botánicas por parajes de ensueño”, Ed. Sua 2017

Paisaje florido de Salinas de Añana
Salinas de Añana con la aulaga florecida en primer plano

Las tierras de Salinas de Añana son un territorio geobotánico excepcional, surgido de movimientos geológicos lentos pero tozudamente persistentes que impulsaron hacia la superficie una mezcla de rocas volcánicas y sal. Este fenómeno, llamado diapirismo, originó una enorme hondonada donde se formaron las conocidas salinas y el lago de Caicedo-Yuso. En esta ruta caminaremos por esos parajes singulares, también incluidos en la red mundial de humedales Ramsar, indicativo del excepcional valor ecológico que poseen.

La marcha comienza en la parte trasera de la Iglesia de Santa María de Añana, donde un cartel indica la Senda del Lago y Peña de la Uña (SL-A 35), balizada con marcas blancas y verdes. Desciendo al arroyo salado de La Muera y me fijo en unas algas verdes con costras de sal capaces de vivir en ese hábitat salino.

Continúo por una pista hormigonada en cuya ladera se ven yesos y ofitas, unas rocas volcánicas de color oscuro testigos de una erupción de hace más de 200 millones de años.

Es época de tomillos (Thymus vulgaris) y de aulagas (Genista scorpius), que crecen a placer en las laderas soleadas. A la par voy viendo las salinas que ya se van cubriendo de sal.

Flores rosáceas del tomillo en un prado
Tomillo en flor

Más adelante la senda se hace herbosa y me depara una sorpresa: la flor de abeja amarilla (Ophrys lutea), de cuyo fascinante grupo escribiré dentro de poco.

Detalle de la flor de la orquídea llamada flor de abeja amarilla
La orquídea silvestre Ophrys lutea

Tras un giro a la derecha bien balizado confluyo con una pista agrícola que utilizaré también a la vuelta pero en sentido descendente. Yo prosigo hacia la derecha entre arbustos florecidos de la morrionera (Viburnum lantana) y multitud de flores que no puedo describir por falta de espacio.

La morrionera con sus flores blancas
Morrionera en flor, un arbusto abundante de Valdegovía
El lago de Arreo rodeado de girasoles
Lago de Caicedo-Yuso o Arreo

Medio kilómetro más allá dejo la pista para tomar un sendero que surge a la izquierda y que me conduce casi a la altura de un panel informativo de la fauna del lago Caicedo-Yuso e inicio del sendero que lo rodea. Siguiendo las marcas, penetro en el quejigal-carrascal y pronto veo la laguna; disfruto de su visión y prosigo la marcha. Y de nuevo otra sorpresa en el camino: Limodorum abortivum, una orquídea de tonos azulados que carece de clorofila y que por lo visto se asocia con hongos para alimentarse, una estrategia poco habitual, hay que reconocer.

La orquídea de color azulado llamada Limodorum abortivum
La orquídea Limodorum abortivum

Termino de bordear el lago y me acerco a su orilla a curiosear. Ahí, sobre un junco, una ranita de San Antonio (Hyla molleri) toma el sol plácidamente. Cómo no, le dedico una buena sesión fotográfica y sigo mi camino hasta la carretera que une los pueblos de Arreo y Caicedo de Yuso.

La ranita de San Antonio de color verde en un junco
Ranita de San Antonio

La sigo en dirección izquierda y al de pocos metros una señal me indica el ascenso a La Peña de La Uña (812 m), que alcanzo en 25 minutos. La vista se extiende por decenas de kilómetros de paisaje repleto de cultivos verdes de cereal y parcelas amarillas de colza.

Paisaje de cultivos vistos desde la Peña de la Uña
Vistasá desde La Peña de La Uña

Desciendo por el mismo camino hasta la carretera y continúo dirección al pueblo de Arreo hasta dar con la ermita de Nuestra Señora del Lago, agradable lugar de descanso y que además cuenta con una bonita leyenda que puedes leer aquí.

Veo también que en la parte inferior hay una excavación arqueológica de una antigua aldea medieval llamada Lagus o Lagos. Unos paneles explican su origen y estructura que puedes ver en el enlace anterior.

Tras el descanso vuelvo a la carretera y tomo de frente la pista, que me devuelve al sendero que he utilizado en el ascenso. Lo sigo pero al llegar al primer cruce de la subida, ahora continúo por la pista agraria que me ofrece una excelente vista de las salinas.

La orquídea silvestre Orchis purpurea
La orquídea silvestre Orchis purpurea

En suave descenso con los bordes del camino adornados con la exuberante orquídea Orchis purpurea voy llegando a Salinas de Añana pero antes de volver al punto de inicio, giro a la izquierda para visitar el monasterio de San Juan de Acre y su patio donde lucen varias cruces de Malta. Sus monjas de clausura venden velas olorosas, miel y galletas de 8 puntas que hacen referencia a su origen, la cruz de la orden de Malta.

Tras finalizar la ruta visito el Centro de Interpretación de la Sal y me llevo un paquete de escamas para condimentar la comida familiar que me espera.

Mapa de la ruta
Libro sobre rutas botánicas que publiqué en 2017

Nombres en euskera de las especies mencionadas:

Tomillo: ezkaia / Aulaga: elorri-triska / Morrionera: andura / Ranita de San Antonio: zuhaitz-igel arrunta.

La hiedra que todo lo cura (hasta el desamor)

Hay tres plantas trepadoras habituales en nuestro valle: la clemátide o brigaza (Clematis vitalba) de la que ya hablé aquí, la zarzaparrilla (Smilax aspera) que dejo para otra ocasión, y la hiedra, omnipresente en bosques, riberas y muros si la humedad es la adecuada.

Tallos de hiedra
Formas caprichosas del tronco de una hiedra sobre un árbol abatido. ¿Dos cuerpos abrazados?¿un extraño reptil?

Llamada huntza en euskera y con el nombre científico de Hedera helix (por su capacidad de enroscarse en los troncos), es una planta trepadora y siempre verde que si se lo ponen fácil puede ascender hasta 30 m con el objetivo de conseguir luz suficiente.

Pequeño bosque con troncos cubiertos de hiedra
Bosquete cubierto de hiedra incluso en el suelo

Su tallo, leñoso, emite una especie de “raíces” llamadas adventicias que sólo le sirven para adherirse al árbol o a un muro. Por tanto, no pueden robar alimento a la planta sobre la que trepa (sus verdaderas raíces son subterráneas).

Raíces adventicias de la hiedra en un tronco
Raíces adventicias de la hiedra para adherirse a troncos y muros

Las hojas son de color verde lustroso. Las situadas en ramas que no dan flor y fruto son palmeadas, con 3-5 lóbulos, mientras que las de las ramas que dan flores son elípticas u ovadas (forma de huevo).

Hoja estéril y hoja fértil de la hiedra
Izquierda, hoja de rama estéril; derecha, hoja de rama florífera

Las flores, de color verde pálido, son poco llamativas y surgen a finales de verano y otoño. Son melíferas, algo muy importante para las abejas (y apicultores), que en esa época comienzan a quedarse sin alimento.

Los frutos son unas bayas de color negro y del tamaño de un guisante; aparecen en otoño y perduran durante el invierno. Son un importante alimento para muchas aves (mirlos, zorzales, arrendajos, petirrojos…) que además se encargan de la dispersión de las 2-5 semillas que contiene cada uno.

La planta entera es tóxica, especialmente los frutos. Posee una sustancia, la hederina, que puede causar una importante bajada de la tensión arterial e incluso pérdida de visión si se consume (no así en uso externo), aunque el mayor problema radica en los niños, que por curiosidad puedan comer sus frutos. Incluso su savia puede producir dermatitis a personas sensibles, pero no es lo habitual.

Rama de hiedra con hojas
Ramita de hiedra

A pesar de ello, ha sido muy utilizada como medicinal en forma de infusiones, tisanas o cataplasmas, con un listado casi interminable de usos para combatir o curar, entre otras muchas afecciones, la tos, el dolor de muelas, las verrugas, el reuma, el dolor de cabeza, los gusanos intestinales o como abortiva. No sé si hay alguna zona de nuestro cuerpo que no se haya tratado de curar con la hiedra, aunque en la actualidad apenas se utiliza.

Hiedra reptando por una roca
Hiedra creciendo en un lapiaz kárstico

Otra cuestión que suscita debate es el posible daño que causa a los árboles. Parece ser que el perjuicio es nulo o inapreciable excepto que cubra las ramas de los frutales o que produzca un sobrepeso que facilite su caída por el viento, pero desde luego, no “ahoga” al tronco sobre el que trepa. Respecto a los muros, su tronco puede ensanchar una grieta ya existente, pero no crearla.

Por último, no puedo dejar sin mencionar algunos usos curiosos de nuestra trepadora perenne. Por ejemplo, que con sus hojas cocidas se obtenía un tinte para teñir de un negro brillante la ropa de luto e incluso el bigote. O que de ella se obtenía una resina, la gomorresina de hiedra, que se aplicaba como crema depilatoria. Incluso en La Celestina se relata que con sus flores se elaboraba un filtro amoroso, una utilidad muy sugerente!

Trozos de tallo de hiedra para absorber la humedad
La madera de la hiedra se ha utilizado para absorber la humedad en el interior de muebles debido a su gran porosidad

También sus tallos, muy porosos, se han usado para absorber la humedad en el interior de los armarios. Pero el premio etnobotánico se lo lleva Catón el Viejo, escritor y militar romano (siglos III-II a.e.c ) que afirmaba que para detectar si un vino estaba aguado era suficiente hacerlo pasar por un vaso de madera de hiedra: el vino pasaba y el agua, limpia y cristalina, quedaba retenida en el vaso, haciendo evidente el fraude.

Ante hechos imposibles nuestra ingenuidad nos lleva a decir: “¿y si fuera cierto?”. Yo por si acaso tal vez me construya una vaso mágico de hiedra. ¡Nunca se sabe!

Hoja de hiedra en una piedra en un arroyo
Hoja de hiedra en un arroyo