Caminando por la Metrópoli Verde: ruta botánica circular por Villafría y El Ampo

Tiempo: 2h 15 min. Distancia: 8 km Dificultad: fácil. Pendiente acumulada: 180 m

De nuevo en la Metrópoli Verde para realizar esta vez una sencilla ruta otoñal que pasa junto a diversos tipos de árboles que los responsables del espacio natural han indicado con paneles y textos literarios por algún aspecto singular de los mismos.

La Sierra de Artzena con su ladera cubierta de un hayedo con colores verdes y amarillos del otoño
Otoño en la Sierra de Artzena vista desde Villafría

Partimos de Villafría de San Zadornil con las hayas de la cercana Sierra de Artzena ya coloreadas por el otoño. Junto al aparcamiento habilitado para visitantes y senderistas un cartel verde indica el sendero que realizaremos, el de El Ampo, que entre frutos de endrinos, escaramujos y diversas especies arbóreas desciende hasta una barrera metálica, la Puerta de Valderejo, límite de Burgos con el Parque Natural de Valderejo (este camino lo describí a la inversa en la ruta de Santa Ana y Ribera).

Hojas con colores rojo y amarillo del arce de Montpellier caídas en el suelo
Hojarasca del arce de Montpellier

Sin cruzar la barrera, el camino se curva a la derecha y lo continuamos en ascenso, con arces campestres, de Montpellier, pinos y hayas como acompañantes. A nuestra derecha circula,oculto por el follaje, el arroyo del Ampo, que da nombre a la primera parada que realizamos, la de la fuente del Ampo, con mesas para el descanso y un panel que señala la abundancia de acebos (Ilex aquifolium) en ese lugar. El texto del panel alude a la tristeza que siente un acebo macho que se enamora de una hembra y es que, efectivamente, esta especie tiene sexos separados y cada ejemplar desarrolla solo un tipo de flor, femenina o masculina, lo que dificulta su reproducción. Pero una vez conseguida, la hembra formará esos frutos rojos tan conocidos como tóxicos para nosotros aunque golosinas para las aves, que se encargarán de que la especie perdure.

Frutos de color rojo y hojas verdes espinosas del acebo
Frutos del acebo

Continuamos la pista y en un cercano cruce de caminos seguimos recto descartando el de a la izquierda que nos llevaría al pueblo de Arroyo. Después, en un nuevo cruce en un claro, hemos de tomar la senda de la derecha, balizada con un cartel que indica a Los Enebros.

Pinar con el suelo cubierto de helechos verdes y amarillos por el otoño
Pinar de pino silvestre con helechal y numerosos acebos

Toca ahora descender por un pinar bien conservado con helechos verdes y amarillos donde abundan de nuevo los acebos. Poco después llegamos al claro de Los Enebros (Juniperus communis) con bastantes ejemplares cargados de sus frutos que sirven para aromatizar la ginebra. El panel nos indica que cuando el ser humano abandona los pastos arrebatados al encinar, los enebros son de los primeros en recuperar el espacio perdido por el bosque.

El ambiente de la pista ahora cambia, pues la orientación sur hace de las encinas las reinas del lugar. Estamos en el “Barrio de las Encinas” y al de poco llegamos al Madroño Solitario (Arbutus unedo). Protegido por un vallado, el panel que lo acompaña nos recuerda que los madroños fueron habituales en épocas más cálidas anteriores a las glaciaciones y que en la actualidad es una especie escasa en Valdegovía y San Zadornil (hablé sobre el madroño en esta entrada).

Seguimos el descenso hasta confluir con otra pista y giramos a la derecha, dirección a Villafría. A pocos metros otro panel nos ilustra sobre La Vieja Encina (Quercus ilex), un bonito ejemplar que junto con el resto de sus congéneres ya está cargado de bellotas, me imagino que para deleite de torcaces, jabalíes, corzos y demás fauna.

Seguimos caminando y confluimos con la carretera BU-V-5531 que nos devuelve a Villafría (1,4 km). A la entrada de este apacible pueblo hay dos señales curiosas, como podéis ver en las imágenes (especialmente entrañable la de los niños).

Para finalizar con esta cómoda ruta os muestro los frutos otoñales de algunas plantas del recorrido.

Y aquí algunas de las hojas otoñales de diversos árboles de la ruta.

Mapa de la web de la Metrópoli Verde. En rosa, la ruta descrita
Mapa de la ruta

Nombres en euskera de las especies mencionadas:

Endrino: elorri beltza / escaramujo: arkakaratsa / arce campestre: astigarra / arce de Montpellier: ihar frantsesa / haya: pagoa / acebo: gorostia / enebro: ipurua / madroño: gurbitza / encina: artea / castaño: gaztainondoa / muérdago: mihura / espino albar: elorri zuria / roble marojo: ametsa

Nota: en los próximos días voy a añadir más mapas a las rutas de la Metrópoli Verde y variar el etiquetado de varias entradas. Si os llega un mensaje de WordPress advirtiendo de las modificaciones podéis obviarlo pues se refiere a esos cambios.

Paseos de color entre azafranes silvestres y quitameriendas

Mi amigo Félix, cuya curiosidad por la naturaleza no parece tener límites, me propone que dado que el otoño ya está aquí, ayude a distinguir (sin entrar en demasiados detalles botánicos) dos bonitas flores que ya están en prados y bosques: las quitameriendas y los azafranes silvestres.

Flores de la quitameriendas
Flores del azafrán silvestre

Colchicum montanum (antes Merendera montana) es la habitualmente llamada quitameriendas y Crocus nudiflorus, el llamado azafrán silvestre. Las dos especies florecen desde finales de verano y durante el otoño y podemos verlas juntas o en zonas diferentes de una misma ruta. Se distinguen bien si nos fijamos en los siguientes detalles:

  • La quitameriendas (Colchicum montanum) florece en pastos pedregosos desde agosto hasta noviembre. Tiene 6 tépalos * abiertos de color rosáceo que dan a la flor una forma de estrella. Están unidos por un tubo blanco muy corto, casi a ras de suelo, de tal manera que si cogemos una, los tépalos se sueltan y la flor se deshace. Además tiene 6 estambres amarillos y tres estilos* blanquecinos.
  • El azafrán silvestre (Crocus nudiflorus) crece en suelos frescos de los bosques o bordes de los mismos desde septiembre hasta diciembre. Sus 6 tépalos, de bonitos colores entre violeta y púrpura, tienen forma de campanilla (no abierta en estrella) y alcanzan 10-20 cm de altura gracias a su largo tubo blanco. Si cogemos una, la flor se mantiene, no se deshace. Además tiene 3 estambres con anteras amarillas y un solo estilo con estigmas ramificados de color amarillo o naranja intenso.
Quitameriendas con 3 estilos blancos y 6 estambres amarillos
Azafrán silvestre con 1 estilo y estigmas ramificados (centro) y 3 estambres (izquierda)

A Colchicum montanum se le llama merendera, quitameriendas o zampameriendas pues su aparacion coincide con el acortamiento de los días, por lo que al adelantarse la cena se prescindía de la merienda. Ya lo dice un refrán rural: “Ya salen las merenderas, ya nos echan de las eras”, queriendo decir que para esa época del final del verano las labores de siega y recolección del cereal debían estar terminadas. También se le llama “espantapastores”, pues por el motivo anterior, sus flores anunciaban que llegaba el momento de la trashumancia en el que los pastores conducían (conducen) sus rebaños a tierras más bajas para pasar el invierno. Por lo demás, aunque en algunas zonas se han comido sus bulbos, la planta contiene un tóxico, la colchicina, por lo que su uso alimentario ha sido marginal y limitado a los bulbos como pasatiempo.

Izquierda, azafrán silvestre; derecha, quitameriendas

Crocus nudiflorus es conocida como el azafrán silvestre, azafrán loco o azafrán bastardo por su parecido con la especie cultivada, Crocus sativus, el conocido y cotizado azafrán. En algunos lugares han utilizado de forma esporádica los estigmas amarillos del silvestre para condimentar y colorear alimentos. Localmente también le llaman quitameriendas por lo que ya he explicado antes.

Para finalizar, hay otra especie, el cólquico (Colchicum autumnale), muy escasa** en nuestro valle, y cuyo aspecto exterior (color y forma acampanada de la flor) se parece al del azafrán silvestre PERO tiene 6 estambres y 3 estilos por lo que para identificarlo deberéis analizar cada flor que encontréis (¡ánimo!). Si lo encontráis os agradecería que me indicarais el lugar.

Colchicum autumnale. © Luc Viatour, from Wikimedia Commons

*Glosario:

Tépalos: partes de la flor equivalentes a pétalos y sépalos cuando no hay distinción entre ellos / Estilo: prolongación en forma de tubo que sale del ovario de una flor. En su punta se ubica el estigma, encargado de recibir el polen / Antera: parte superior del estambre donde se produce el polen

Nombres en euskera:

Colchicum montanum: askari-lorea (flor de la merienda) / Crocus nudiflorus: basa-azafrana (azafrán silvestre).

** En un estudio realizado en 2002 sobre la flora de Valdegovía, sólo encontraron esta especie en la ribera del río Tumecillo a la altura de Karanka.

Ruta otoñal al monte Santa Ana (1.039 m) y Valderejo

Tiempo: 2h 45 min Distancia: 9 km Dificultad: fácil Desnivel acumulado: 263 m

Si el otoño fuera una obra de teatro diría que los actores del primer acto ya están en el escenario; me refiero a los arces, chopos, fresnos, espinos y demás que pintan el paisaje con sus tonos amarillos y naranjas, para deleite del naturalista andarín. El segundo acto comenzará en breve y, cómo no, tendrán como prima donna a las hayas, que protagonizarán una entrada del blog dentro de poco.

Monte Santa Ana

Bueno, menos poesía y más caminata, aunque con un aviso: si puedes realizar esta ruta en estos días, ¡no te la pierdas!

Dejo el vehículo en el aparcamiento de Villafría de San Zadornil, habilitado también para autocaravanas. Tomo la senda balizada de Los Barrerones, de la Metrópoli Verde (ver al final la fotografía del inicio de la ruta). La amplia pista está bordeada por avellanos, hayas y pinos bajo los farallones de las cumbres del Revillallanos y del Valdelamediana, de la Sierra de Artzena.

Panorámica desde Santa Ana: izquierda mar de nubes sobre el valle de Losa. Derecha, Vallegrull y Valderejo

Llego a una bifurcación; a la izquierda iría a Los Barrerones pero yo continúo recto para, tras un ligero descenso, llegar al collado de Santa Ana. Allí, unos carteles de metal cromado indican que para acceder a la cumbre del Santa Ana hay que tomar un sendero que penetra en la espesura, cosa que hago.

Rodeado de boj, confluyo con una pista de mantenimiento de unas torres del tendido eléctrico, que sigo hacia la derecha. Tras sobrepasar una primera torre, llego a una segunda donde un punto amarillo y un hito de piedras me introducen en el zig-zag que me conduce hasta la cumbre, a la que llego tras 55 minutos.

Panorámica desde Santa Ana: Monte Vallegrull, Valderejo y pueblo de Ribera

No se puede pedir más a la vista: el valle de Losa bajo un mar de nubes mientras que Valderejo y su monte estrella, el Vallegrull, están totalmente soleados; y allí abajo, entre pastos y colores otoñales, el río Purón y la iglesia de Ribera, que visitaré a continuación.

Tras un empacho de fotografías, desciendo al collado y orientado por el cartel que señala a Ribera (el de la izquierda), penetro en la Senda Santa Ana, bien balizada con puntos amarillos y que transcurre por un pinar donde crecen en abundancia los mostajos (Sorbus aria), uno de mis arbolillos favoritos por sus hojas plateadas cuando se refleja en ellas el sol.

Poco después estoy en los pastizales de Valderejo, con la iglesia de S. Esteban a la vista. Confluyo con una ancha pista que sigo hacia la izquierda (luego será la que me devuelva a Villafría) y llego al ruinoso pueblo de Ribera, abandonado en los 70, y a su iglesia.

Entrada al pueblo de Ribera y su iglesia

De estilo románico (siglo XIII), me fijo en los capiteles de su pórtico y en las pinturas góticas del interior de sus muros, protegidas por verjas metálicas. Esperemos que algún día se restaure en su totalidad…

Comienzo la vuelta pero antes una recomendación: si queréis disfrutar de la mejor vista de esta iglesia montana, tenéis que acceder al otro lado del pequeño barranco excavado por el río Purón rodeando las ruinas de las casas y acercaros al borde.

Iglesia de S. Esteban en Ribera bajo las estribaciones del monte Vallegrull

Es como estar delante de un cuadro: la iglesia, solitaria y enrocada bajo los farallones del Vallegrull, está ahora rodeada de arces campestres, avellanos, fresnos… una sinfonía de color en la que el primer violín es sin duda el arce de Montpellier (Acer monspessulanum). ¡Qué capacidad la de este árbol para asombrarme con sus colores! ¡Amarillo vivo, naranja, rojo fuego!.

Me quedaría en trance en ese lugar pero he de continuar, para lo que tomo la pista que me ha conducido a Ribera y la sigo en el otro sentido, camino de Villafría.

Hojas otoñales del arce de Montpellier

A la par que colecciono mentalmente las múltiples tonalidades de los Montpellier, llego a una barrera metálica, la Puerta de Valderejo, que me devuelve a la Metrópoli Verde. Prosigo recto (la ruta de la izquierda la comentaré en otra ocasión ) y poco después ya estoy en el praderío de Villafría.

Ganado en Villafría. A la izquierda, el monte Valdelamediana, en el centro, el Santa Ana y a la derecha, el Vallegrull

Para terminar visito su iglesia románica de Santa Eulalia, tambíen parcialmente en ruinas aunque por su ubicación posee un cierto “sabor”, aumentado éste por las manzanitas o maguillos que caen al camino desde un manzano silvestre (Malus sylvestris) cercano. Conocidas como sagarmina en euskera, con ellas se elabora en Nafarroa un licor anisado llamado patxaka, de virtudes digestivas, que bien podría ser el colofón de esta ruta tras una reparadora comida.

Iglesia de Santa Eulalia en Villafría
Manzanitas silvestres o maguillos
Detalle del inicio de la ruta
Mapa de la ruta

Nombres en euskera:

Arce: astigarra /chopo: makala / fresno: lizarra / espino: elorri zuria / haya: pagoa /mostajo: hostazuria / arce de Montpellier: eihar frantsesa / manzano silvestre: sagarmina

La magia de las plantas y la teoría de los signos

En entradas anteriores ya he mencionado la llamada Teoría de las signaturas, signos o señales, teoría que propone que los animales y las plantas nos señalan con sus formas y colores la utilidad que tienen para curar enfermedades.

Interior de una nuez
El fruto de la nuez recuerda a la forma del cerebro

Ese pensamiento mágico surgió seguramente ya en la prehistoria y posiblemente todas las culturas lo han desarrollado de forma independiente puesto que en aquellos tiempos la explicación de los sucesos naturales (enfermedades, catástrofes…) no estaba apoyada por la ciencia que hoy lo explica casi todo.

La teoría de los signos referida a las plantas se hizo muy popular en la Edad Media europea y en épocas posteriores, porque sus propulsores, entre los que destacó el médico y botánico español Andrés Laguna (1510-1559, médico personal de Carlos I y de Felipe II, ahí es nada), propusieron que fue Dios quien, para cuidar de sus criaturas, marcó a los vegetales con marcas externas que nos advertían de sus virtudes sanadoras. Naturalmente, la iglesia católica asumió con placer esa teoría y le dio un impulso notable.

Pero no creamos que esa forma de pensamiento no racional es cosa de un pasado lejano. En las zonas donde el conocimiento científico no ha penetrado lo suficiente todavía se sigue pensando así e incluso en nuestra moderna sociedad hay vestigios de ello. Un buen ejemplo son las nueces, cuya cáscara “señala” al cráneo y su interior al cerebro. ¿Quién no ha oído decir que son buenas para la memoria y para evitar enfermedades mentales?. Por supuesto, las nueces son saludables en general, pero son especialmente beneficiosas para el sistema circulatorio y para el corazón. Su forma, obviamente, no indica nada.

Naturalmente, puede ocurrir que por casualidad una planta “señalada” posea sustancias medicinales para la enfermedad correspondiente, pero ese azar es posible por la enorme cantidad de moléculas que poseen los vegetales. Tarde o temprano la coincidencia ocurrirá.

Os presento a continuación varios ejemplos de plantas silvestres que fueron usadas para curar enfermedades debido a la “marca” o “señal” que contienen, todas ellas presentes en Gaubea – Valdegovía.

Comienzo con las orquídeas, nombre derivado del griego orchis y que significa testículo. Esto se debe a que poseen dos tubérculos cuya forma recordaría a esos genitales y que por tanto se relacionaron con la virilidad y con la procreación. Uno de los tubérculos suele estar más desarrollado que el otro lo que conlleva consecuencias curiosas: si un hombre ingiere el tubérculo grande tendrá un hijo y si una mujer come el pequeño, tendrá una hija. Además, debían de ser afrodisíacos pues tal como afirmaba el famoso botánico griego Dioscórides (años 40-90 de nuestra era): “(toma esta planta) si quieres satisfacer a la dama, porque segun dicen, despierta y aguijoneea la virtud genital”.

El trébol común (Trifolium pratense), al que en Cataluña llaman herba de la desfeta (hierba de las cataratas), curaría esa degeneración ocular pues sus hojas tienen una mancha blanquecina que recuerda al aspecto de las cataratas.

Flor del trébol de color rosa y hojas verdes con una banda balnquecina
Hojas del trébol con su característica banda blanquecina semejante a las cataratas oculares

Los frutos de los rosales silvestres, llamados escaramujos, evitan o curan las piedras que se acumulan en la vejiga urinaria, pues su forma es semejante a ese órgano y sus semillas “señalarían” a las molestas piedrecillas.

Varios escaramujos de color rojo uno de los cuales está partido mostrando sus semillas blanquecinas
Escaramujo mostrando en su interior las semillas que recordarían a las piedras vesicales

De la misma manera, las espinas de la Rosa canina, un rosal silvestre muy común, que parecen colmillos de perro (de ahí su nombre latino) valdrían para prevenir tanto la mordedura de los perros como la rabia que pueden transmitir. Para ello, debía tomarse una infusión de sus raíces.

Tallo y espinas de color vino del rosal silvestre
Espinas del rosal semejantes a los dientes de un perro

La viborera (Echium vulgare) debe su nombre (del griego Ekios, víbora) a sus semillas, que parecen la cabeza de una víbora. Se pensaba que sus raíces y semillas, tomadas con vino, podían prevenir la picadura de esos reptiles e incluso ahuyentarlos.

La ya mencionada nuez sería buena para el cerebro si atendemos a la curiosa forma de su parte comestible, dividida en “hemisferios” y con curvas que recuerdan a las circunvoluciones o repliegues cerebrales.

El escaso liquen pulmonaria (Lobaria pulmonaria), del que podemos disfrutar en nuestros hayedos, sería útil para combatir las enfermedades del pulmón debido a su aspecto, que recuerda al interior de esos órganos (todavía se publicita en internet semejante absurda utilidad).

El liquen de color verde Lobaria pulmonaria con aspecto de hojas creciendo sobre un tronco
El liquen pulmonaria en el tronco de una haya

La consuelda menor (Symphytum tuberosum), que florece en primavera, toma su nombre vulgar de la forma que tienen sus hojas de unirse (“soldarse”) al tallo, algo que indicaría su capacidad para restaurar fracturas óseas o curar esguinces.

Tallo, hojas verdes y flores amarillas de la consuelda menor
Las hojas de la consuelda menor se unen al tallo como si estuvieran soldadas a él

Y para terminar, varias plantas ya mencionadas en entradas anteriores (con sus links) por si os da pereza navegar por el blog:

La hierba hepática (Anemone hepatica) curaría las enfermedades del hígado tal como “señalan” sus hojas lobuladas de color vino por el envés.

Flores moradas y hojas verdes de la hierba hepática
Hojas trilobuladas de la hepática

Los helechos polipodios (Polypodium spp.) se utilizaban contra la viruela, pues la forma de sus esporangios, similar a las marcas que deja en la piel esa infección, “indicaban” esa virtud.

Un helecho polipodio mostrando sus soros de color marrón y el cielo azul en el fondo
Los círculos marrones de los polipodios, que producen esporas, recordarían a las marcas que deja la viruela

Otro helecho, el culantrillo de pozo (Adiantum capillus-veneris) posee raíces y finos tallos de color negro brillante, lo que indicaba a aquellas buenas gentes su utilidad para mantener un cabello lustroso y estupendo.

El helecho de color verde culantrillo de pozo
Un culantrillo de pozo junto a un arroyo

La celidonia menor (Ficaria verna), habitual en zonas húmedas durante la primavera, tiene en sus raíces unos pequeños abultamientos que recordarían a las hemorroides; pues está claro el uso que se le podía dar (de nuevo algunas webs insisten en esa inexistente virtud).

Abultamientos en las raíces de la celidonia menor
Engrosamientos “antihemorroidales” en las raíces de la celidonia menor

Como podéis ver, cada ser vivo (en esta caso cada planta) tiene una curiosa historia en su currículum, una mezcla de pensamientos ancestrales, mágicos y entrañables, y otros actuales y empíricos, que nunca dejan de sorprendernos.

Nombres en euskera:

Nuez: intxaurra / orquídea: orkidea / trébol: hirusta / escaramujo: arkakaratsa / rosal silvestre: basarrosa/ viborera: sugegorri-belarra / consuelda menor: zolda-belar txikia / hepática: gibel-belarra / polipodio: haritz-iratzea / culantrillo de pozo: iturri-belarra / celidonia menor: korradu-belarra