Espino albar, paisaje blanco con aroma de miel

De los pequeños árboles silvestres del valle y de toda Euskal Herria, tal vez sea el espino albar (Crataegus monogyna), junto con el laurel, el más venerado de la etnobotánica (el uso popular de las plantas).

Espino albar en primavera

Se le conoce con los nombres de espino albar, espino blanco y majuelo, y en euskera, elorri zuria o arantzazuria.

Mide entre 4-6 m de altura; sus ramas tienen unas duras espinas, origen de su nombre; las hojas son pequeñas y con 3-7 lóbulos irregulares.

Pero lo más llamativo son sus flores, que tienen un ligero olor a miel (es una especie melífera); son blancas, tan abundantes que recubren del todo el árbol. Todo un espectáculo primaveral especialmente cuando se encuentra en terreno clareado, lo que le permite desarrollar una copa semi redonda muy estética.

Flores del majuelo

Habita en los claros forestales y bordes de caminos; también forma, junto con endrinos y rosales silvestres, setos vivos, unos refugios importantes para la fauna.

A sus frutos se les llaman majuelas, guindas de pastor… y en euskera, abilurriak. Son del tamaño de un guisante y parecen manzanitas de color rojo, de carne harinosa (son comestibles) y con un huesecillo en su interior (como otras rosáceas tales como la ciruela, cereza, melocotón…). Surgen en otoño y su abundancia es vital para las aves y demás especies silvestres.

Majuelas o abilurriak (frutos del espino albar)

Como ya he comentado al inicio, es una especie muy valorada que tiene una variedad de usos enorme.

Como medicinal, sus flores se siguen usando (y vendiendo) en infusión para regular el sistema circulatorio (hipertensión, ritmo cardíaco, colesterol).

También ha valido para rebajar la ansiedad y calmar los nervios; y si queréis quitar un dolor de muelas, deberíais utilizar un remedio cordobés: cocer una rama de 9 nudos y aplicar la cocción en la zona dolorida.

Majuelas junto con otras plantas medicinales

Sus frutos han paliado el hambre en épocas de escasez y tanto los pastores como los niños las han consumido como entretenimiento. También han valido para hacer mermeladas y aguardientes o incluso como café después de tostarlos.

Espino albar en flor y Salinas de Añana

Sin embargo, en algunas zonas los consideran peligrosos, pues afirman que “producen locura” o “apendicitis”. Esto es porque su hueso, al igual que las almendras amargas, contiene cianuro de hidrógeno, muy tóxico según la dosis.

Es también, junto con el laurel, una especie protectora de la casa y de las huertas frente al rayo y todavía es habitual ver ramos o cruces hechas con espino en las puertas de muchos pueblos. Se suelen colocar el día de San Juan.

Y hablando de proteger, en algunas regiones las madres solían poner ramos de majuelo en las habitaciones de sus hijas adolescentes para asegurar su castidad. Intuyo que el método no era eficaz pero el efecto placebo también es tranquilizador.

No terminan aquí sus usos, pues su madera, densa y dura, sigue siendo cotizada para hacer mangos de herramientas y cachabas. La Inquisición, conocedora de esa cualidad, la usó para construir sus inhumanos aparatos de tortura.

Termino con una utilidad curiosa: no hace muchos años, en algunas zonas rurales los niños lanzaban sus frutos con una cerbatana hecha con una ramita de saúco (que se ahueca bien). Al grito de ¡majuelas con canuto se disparan al minuto!, jugaban y corrían por el pueblo libres de las ataduras que hoy día impone el teléfono móvil.

Fue tal el éxito del juguete que había gente que los vendía gritando ¡majuelas con canuto!. Creo que la gente de cierta edad visualizará perfectamente ese ambiente callejero y feliz en nuestros pueblos y barrios urbanos, hoy en vías de extinción.

Paisaje de montaña con espinos en flor

Posdata: este año he de hacer una cerbatana de saúco y probarla con majuelas. Seguro que sonrío.

El ombligo de Venus, una planta que lo cura todo

No hay persona en el mundo rural que no conozca el ombligo de Venus (Umbilicus rupestris), una de las plantas más habituales en los muros y los tejados de pueblos y aldeas.

Hojas y flores en un muro

Gracias a esa ubicuidad los nombres populares para designarla son tan abundantes como curiosos: campanicas de los tejados, cucuruchos, orejas de monje, sombreritos, hierba callera, curalotodo o tabaco de pared, estos últimos aludiendo a su utilidad. En euskera se le llama belarri-belar (hierba de la oreja) y perretxiko-belar (hierba de las setas), que, al igual que en castellano, se refieren a la forma de sus hojas.

Y efectivamente, las hojas del ombligo de Venus son, además de carnosas, redondeadas y deprimidas por el centro, como nuestro ombligo, lo que explica su nombre latino Umbilicus y donde rupestris significa que vive en las rocas.

Detalle de las hojas

Sus flores, de pétalos amarillo-verdosos, forman una espiga alargada que surge desde abril hasta agosto y que cuando se seca se ha utilizado como sustituto del tabaco.

Una cuestión interesante es su capacidad para aguantar la sequía veraniega de los muros y que consigue de la siguiente manera: durante el día la parte inferior de las hojas (el envés) cierra unos diminutos agujeros (los estomas) que le permiten coger CO2 y oxígeno del aire pero que provocaría una pérdida importante de agua. Cuando llega la noche y la humedad ambiental aumenta, se abren de nuevo para continuar con su producción de alimento.

El ombligo de Venus acompañado de fumarias, cimbalarias y celidonias

En cuanto a sus aplicaciones en la medicina popular son numerosas tal como indica su nombre de “curalotodo”: contra el dolor de muelas, de oídos o contra las hemorroides, para lo que en algunzas zonas peninsulares se ponían sus flores en el bolsillo trasero del pantalón y según se iban marchitando las hemorroides desaparecían.

Espiga floral del ombligo de Venus

Incluso el afamado médico de la Antigua Grecia, Hipócrates, recomendaba a las mujeres embarazadas que comieran sus hojas si querían tener niños (varones), aunque no sabemos qué lógica utilizaba para semejante afirmación.

Pero sin duda la mayor de las aplicaciones ha sido (y lo sigue siendo) la de curar afecciones de la piel: contra el acné, las quemaduras, como cicatrizante, antiséptico, contra callos y verrugas, usando para ello emplastos, infusiones, pomadas, o la aplicación directa de sus hojas frescas o su jugo.

La ciencia ha descubierto que es una planta rica en ácidos grasos omega 3 y antioxidantes y que también tiene propiedades bactericidas e incluso antitumorales. Esperemos que ese potencial se traduzca en nuevas terapias.

Ombligo de Venus en un muro

Siguiendo con la etnobotánica de esta planta, los niños y niñas jugaban a “comiditas” con sus hojas e incluso hacían por medio de un palillo dibujitos en ellas que servían luego para vestir muñecas.

Las carnosas hojas también se han comido como ensalada y algunos chefs en la actualidad las han incorporado a sus recetas. Dicen que las grandes son un poco amargas pero que las pequeñas son muy apetecibles.

En cuanto al nombre de Venus, también utilizado en francés, italiano, portugués o aleman, parece que podría deberse a que la diosa del amor y de la belleza tenía un ombligo perfecto (divino, diríamos) y nada mejor que utilizar su nombre para nombrar a esta especie.

La belladona, una hierba de brujas y frutos letales

Estaba realizando una ruta primaveral por un hayedo de la Sierra de Artzena cuando encontré unos cuantos ejemplares de belladona que me alegraron el día. Estaban sin flor y he tenido que volver tres veces más hasta conseguir fotografiar sus flores y sus frutos, unas 10 horas de caminata en total.

Flor y fruto maduro de la belladona

Y es que la belladona (Atropa belladonna en latín y belaikia en euskera) es para mi una de esas plantas rodeadas de misterio por su alta toxicidad y capacidad alucinógena, cualidades que comparte con sus compañeras estramonio ( Datura stramonium) y beleño negro (Hyoscyamus niger), las tres de la familia de las solanáceas (patata, tabaco, tomate…), las tres presentes en Valdegovía y las tres provistas de un arsenal mortífero rico en hiosciamina, escopolamina y atropina, cuyos efectos describí en este artículo sobre la burundanga.

Flor de la belladona

Mide unos 150 cm, sus hojas son ovaladas, de 15-20 cm de largo, con unas flores acampanadas de tonos amarillentos y púrpura. Sus frutos son como pequeñas cerezas negras, dulces pero mortales. Tienen un aspecto estrellado debido a los 5 sépalos verdes del cáliz situados en su base y son dispersados por mirlos y zorzales, inmunes a su toxicidad.

Habita junto a hayedos y otros bosques, en tierra húmeda, y florece desde mayo hasta septiembre. Encontrarla no es raro pero si difícil, lo que aumenta su interés.

Belladonas junto a un hayedo

Considerada como una de las plantas más tóxicas del Viejo Mundo, contiene abundante atropina, una molécula que le da el nombre y que los oftalmólogos utilizan para dilatar la pupila (midriasis) de los pacientes.

Al igual que todo veneno, también se le han encontrado aplicaciones muy interesantes en la medicina moderna: como antídoto en casos de intoxicación por insecticidas agrícolas, para aliviar los espasmos de los cólicos renales o para el tratamiento del colon irritable.

Fruto maduro y verde de la belladona

Sin embargo, si se toma sin control o accidentalmente, produce, además de alucinaciones desagradables, delirio, coma y muerte (unas pocas bayas negras son suficientes para matar a un niño, los más vulnerables debido a la atraccion que les supone su sabor dulzón).

Baya madura de la belladona

A pesar de que en pueblos y aldeas se conocía bien su toxicidad, en otros tiempos se utilizó para curar diversas enfermedades, como las paperas (un uso bastante extendido), contusiones, eliminar los callos o calmar los nervios de los niños, entre otras afecciones.

Pero su aura mágica proviene de tiempos pretéritos: en Siria y en las orgías griegas en honor al dios Dioniso se usaba como afrodisíaco y en la Edad Media era una de las llamadas “hierbas de las brujas” por sus propiedades enteógenas (alucinógenas).

También usaron como colirio el jugo de sus bayas las damas romanas y venecianas para dilatar sus pupilas, lo que aumentaba su belleza (“donnas bellas”). De ahí belladonna, que el botánico C. Linneo utilizó para darle a la planta su nombre específico.

Termino con el nombre genérico, Atropa, que Linneo eligió por este curioso motivo: Átropos era una divinidad griega, una de tres hilanderas llamadas Moiras (las Parcas son su equivalente romano) que decidían el destino de los humanos.

Las tres Moiras, o El triunfo de la Muerte. Tapiz flamenco 1520 d. C. aprox. Victoria and Albert Museum, Londres (tomado de Wikipedia)

La Moira Cloto hilaba con su uso y rueca el hilo de la vida de una persona; Láquesis medía con una vara la longitud del hilo, la duración de la vida; y Átropos, que se traduce por la “inmutable” o “inflexible”, decidía cuándo y cómo debía morir esa persona y, llegado el momento, cortaba con sus tijeras el hilo de la vida.

Linneo quiso resaltar así la naturaleza mortal de la belladona llamándola Atropa. No me digáis que la historia no es bella.

Si por un casual la encontráis en el valle, decídmelo, por favor.

La primavera blanca de los guillomos

Seguro que conduciendo por el valle o recorriendo algún sendero, allí donde las rocas calizas sobresalen del suelo, habréis visto unos llamativos arbustos repletos de flores blancas, tan repletos de blancura que las hojas casi quedan ocultas. Son los guillomos, mellomos o durillos agrios (Amelanchier ovalis), que en euskera se conocen como arangurbea y que parecen haber decidido que la primavera hay que celebrarla por todo lo alto.

Guillomos en el puerto de La Horca

Los guillomos son arbustos de la familia de las rosáceas (la de las rosas, obviamente, pero también de los ciruelos, cerezos, perales, manzanos….) que miden 1-3 m de altura. Sus hojas son ovaladas de margen aserrado, cubiertas de una fina pelusilla. Las flores tienen 5 pétalos blancos alargados que surgen en grupos en abril y perduran hasta junio. Luego, a finales del verano, de ellas saldrán los frutos (las guillomas), dulces y parecidos a guisantes, que en la madurez se tornan de color negro azulado (el epíteto ovalis se refiere a ellos por su aspecto ovalado aunque otros opinan que se debe al aspecto de las hojas).

Flores del guillomo

Le gustan los terrenos duros y soleados, de roca calcárea, tanto en los claros de carrascales y quejigales como en las crestas montañosas, y aunque en la franja cantábrica no es habitual, sí lo es desde los Pirineos hasta Andalucía. Es por tanto un arbusto bien conocido por la gente, lo que explica sus variados usos etnobotánicos.

Las guillomas, frutos del guillomo, madurando

Sus frutos maduros, por ejemplo, se han comido directamente de la planta como golosinas. También se han usado sus flores, junto con nueces y otras hierbas para hacer licores en el Pirineo catalán.

Entre sus virtudes medicinales ha destacado, por extendida, la de ser útil para “rebajar la sangre” (bajar la tensión arterial), para lo que se cocían flores, tallos y corteza del tronco.

Guillomo creciendo entre rocas calizas

Pero también han sido apreciados para sanar otras partes del cuerpo: la infunsion de las flores, para curar “espantos” ( según los curanderos, enfermedades causadas por grandes sustos); la maceración de sus frutos en anís aliviaba las contusiones y el reuma mediante friegas; la decocción de sus flores, hojas y tallos era útil contra el cólera, como laxante o, en mayor concentración, como purgante y también para curar catarros.

Flores del guillomo

Con sus abundantes ramas se hacían las escobas guillomeras con las que se barrían las eras tras la trilla, y con los troncos, flexibles y fáciles de domar, garrotes o cachabas.

Termino con la relación del guillomo con las abejas pues ha estado bastante extendida la creencia de que las abejas rechazan sus flores. Un par de curiosidades al respecto. En la comarca catalana de El Pallars se ha utilizado para repeler abejas y avispas en la elaboración de las pasas. Para ello, se cocían las ramas en agua y ceniza y luego rociaban con ese líquido los frutos.

Por otra parte, en la Serranía de Cuenca explican el rechazo de las abejas al guillomo con una leyenda: “la abeja dijo a Dios: flor de guillomo comeré y a quien pique mataré; a lo que Dios respondió: flor de guillomo no comerás y a quien piques tu morirás”. Tras esa amenaza, parece que las abejas decidieron prescindir del guillomo.

Si estos días tenéis la oportunidad de caminar por sendas donde abunden las calizas (la ruta del río Purón en el Parque Natural de Valderejo, por ejemplo) disfrutaréis de lo lindo con el espectáculo de los guillomos, a los que se suma la floración de otras dos rosáceas de flores blancas, los endrinos y los espinos albares.

Frutos tóxicos de Valdegovía (I): la dulcamara y la hierba mora

Con la llegada del otoño los frutos de muchas plantas maduran y a menudo adquieren colores llamativos para atraer a los animales e incitarles a que los coman, pues así será como las semillas, resistentes a la digestión, caerán en diferentes lugares para que la planta se expanda, una aspiración de todas las especies.

Frutos de color rojo y verde de la dulcamara formando un racimo colgante
Frutos maduros (rojos) e inmaduros (verdes) de la dulcamara

Entre los frutos que maduran en esta época algunos son venenosos para los humanos y en esta primera entrada hablaré de dos especies hermanas: la dulcamara (Solanum dulcamara) y la hierba mora (Solanum nigrum), ambas habituales en el valle.

Las dos pertenecen a la familia de las solanáceas, que incluye a la patata (Solanum tuberosum), el tomate (S. lycopersicum) y la berenjena (S. melongena), todas ellas provistas de solanina, un potente tóxico presente especialmente en los tubérculos y frutos todavía verdes ( la solanina se descubrió en 1820 precisamente en las bayas de la hierba mora). Por este motivo, la intoxicación por comer las bayas de ambas especies es muy similar como luego explicaré.

La dulcamara, cuya conocida toxicidad le ha valido también los nombres de tomatera del diablo, matagallinas o uvas del diablo, es una planta trepadora que alcanza los 2 m y que vive en setos y bordes frescos del bosque.

Frutos rojos de la dulcamara formando un racimo colgante
Frutos de la tomatera del diablo o dulcamara

Florece desde marzo hasta septiembre. De sus flores de color violeta surgirán en otoño los frutos, unas bayas ovoides de unos 5 mm, que crecen en racimos colgantes; son primero verdes y luego de color rojo, muy cotizadas por los zorzales.

En la imagen, flor de la dulcamara con el típico aspecto estrellado de todo el género Solanum

A pesar de su toxicidad se ha usado mucho en medicina popular, eso si, por vía externa, sin ingerirla. En zonas de Lleida, por ejemplo, los frutos se maceraban en aceite que luego se utilizaba para aliviar las hemorroides. En Cantabria se maceraban en alcohol y luego ese líquido se friccionaba contra las extremidades para combatir el reuma. Incluso la medicina moderna está investigando sus aplicaciones contra algunos tipos de cáncer, lo que nos recuerda la doble cara de todas las sustancias por muy peligrosas que sean.

Es nativa del Viejo Mundo pero se ha extendido por todo el planeta. En Norteamérica se le considera especie invasora.

La hierba mora es una herbácea cosmopolita muy común en cunetas, huertas y escombreras de ambiente fresco, también en las ciudades.

Frutos negros de la hierba mora
Bayas maduras de la hierba mora

La gente de las aldeas la ha utilizado mucho para aliviar el dolor de muelas mediante vahos o para el dolor de huesos, exprimiendo los frutos sobre la zona dolorida. En Gistaín (Huesca) se partían y se frotaban contra las verrugas y en otras zonas se ha cocido la planta entera para utilizar la cocción como insecticida en las huertas, debido precisamente a que contiene solanina y otras sustancias tóxicas para insectos y otros invertebrados.

Alcanza los 40 cm de altura y tanto sus flores blancas estrelladas como sus frutos surgen durante todo el año. Estos últimos también forman racimos colgantes de bayas del tamaño de guisantes, primero verdes y negras cuando maduran; debido al veneno que poseen le han dado nombres tan sugerentes como tomatitos del diablo o uvas locas.

En la imagen, flores de la hierba mora

También en este caso la industria farmacéutica investiga alguna de sus sustancias para tratar lesiones del hígado por consumo de alcohol.

Frutos verdes de la hierba mora
Frutos verdes de la hierba mora semejantes a pequeños tomates

En cuanto a la toxicidad de las bayas de ambas especies hay que decir que son peligrosas sobre todo para los niños que las pueden consumir por curiosidad. También son venenosas para las mascotas (gatos y perros) y para todo tipo de ganado, algo bien sabido por los ganaderos.

Por fortuna hacen falta unas 200 bayas de cualquiera de las dos especies para que una persona se intoxique gravemente, en cuyo caso se producen convulsiones, alucinaciones, parálisis y eventualmente parada cardiorrespiratoria (en 1948 una niña británica de 13 años falleció por haber consumido frutos de la dulcamara). Sin embargo, en la mayoría de las veces el consumo es mínimo lo que produce diarrea, náuseas y vómitos que se superan con una adecuada hidratación.

En la actualidad el uso medicinal de estas dos plantas es marginal pero en todo caso su venta en mercados ambulantes y herboristerías está prohibida desde 2004 por una Orden Ministerial.

Nombres en euskera:

Dulcamara: azeri-mahatsa o uva del zorro / Hierba mora: mairu-belarra o hierba del moro

La magia de las plantas y la teoría de los signos

En entradas anteriores ya he mencionado la llamada Teoría de las signaturas, signos o señales, teoría que propone que los animales y las plantas nos señalan con sus formas y colores la utilidad que tienen para curar enfermedades.

Interior de una nuez
El fruto de la nuez recuerda a la forma del cerebro

Ese pensamiento mágico surgió seguramente ya en la prehistoria y posiblemente todas las culturas lo han desarrollado de forma independiente puesto que en aquellos tiempos la explicación de los sucesos naturales (enfermedades, catástrofes…) no estaba apoyada por la ciencia que hoy lo explica casi todo.

La teoría de los signos referida a las plantas se hizo muy popular en la Edad Media europea y en épocas posteriores, porque sus propulsores, entre los que destacó el médico y botánico español Andrés Laguna (1510-1559, médico personal de Carlos I y de Felipe II, ahí es nada), propusieron que fue Dios quien, para cuidar de sus criaturas, marcó a los vegetales con marcas externas que nos advertían de sus virtudes sanadoras. Naturalmente, la iglesia católica asumió con placer esa teoría y le dio un impulso notable.

Pero no creamos que esa forma de pensamiento no racional es cosa de un pasado lejano. En las zonas donde el conocimiento científico no ha penetrado lo suficiente todavía se sigue pensando así e incluso en nuestra moderna sociedad hay vestigios de ello. Un buen ejemplo son las nueces, cuya cáscara “señala” al cráneo y su interior al cerebro. ¿Quién no ha oído decir que son buenas para la memoria y para evitar enfermedades mentales?. Por supuesto, las nueces son saludables en general, pero son especialmente beneficiosas para el sistema circulatorio y para el corazón. Su forma, obviamente, no indica nada.

Naturalmente, puede ocurrir que por casualidad una planta “señalada” posea sustancias medicinales para la enfermedad correspondiente, pero ese azar es posible por la enorme cantidad de moléculas que poseen los vegetales. Tarde o temprano la coincidencia ocurrirá.

Os presento a continuación varios ejemplos de plantas silvestres que fueron usadas para curar enfermedades debido a la “marca” o “señal” que contienen, todas ellas presentes en Gaubea – Valdegovía.

Comienzo con las orquídeas, nombre derivado del griego orchis y que significa testículo. Esto se debe a que poseen dos tubérculos cuya forma recordaría a esos genitales y que por tanto se relacionaron con la virilidad y con la procreación. Uno de los tubérculos suele estar más desarrollado que el otro lo que conlleva consecuencias curiosas: si un hombre ingiere el tubérculo grande tendrá un hijo y si una mujer come el pequeño, tendrá una hija. Además, debían de ser afrodisíacos pues tal como afirmaba el famoso botánico griego Dioscórides (años 40-90 de nuestra era): “(toma esta planta) si quieres satisfacer a la dama, porque segun dicen, despierta y aguijoneea la virtud genital”.

El trébol común (Trifolium pratense), al que en Cataluña llaman herba de la desfeta (hierba de las cataratas), curaría esa degeneración ocular pues sus hojas tienen una mancha blanquecina que recuerda al aspecto de las cataratas.

Flor del trébol de color rosa y hojas verdes con una banda balnquecina
Hojas del trébol con su característica banda blanquecina semejante a las cataratas oculares

Los frutos de los rosales silvestres, llamados escaramujos, evitan o curan las piedras que se acumulan en la vejiga urinaria, pues su forma es semejante a ese órgano y sus semillas “señalarían” a las molestas piedrecillas.

Varios escaramujos de color rojo uno de los cuales está partido mostrando sus semillas blanquecinas
Escaramujo mostrando en su interior las semillas que recordarían a las piedras vesicales

De la misma manera, las espinas de la Rosa canina, un rosal silvestre muy común, que parecen colmillos de perro (de ahí su nombre latino) valdrían para prevenir tanto la mordedura de los perros como la rabia que pueden transmitir. Para ello, debía tomarse una infusión de sus raíces.

Tallo y espinas de color vino del rosal silvestre
Espinas del rosal semejantes a los dientes de un perro

La viborera (Echium vulgare) debe su nombre (del griego Ekios, víbora) a sus semillas, que parecen la cabeza de una víbora. Se pensaba que sus raíces y semillas, tomadas con vino, podían prevenir la picadura de esos reptiles e incluso ahuyentarlos.

La ya mencionada nuez sería buena para el cerebro si atendemos a la curiosa forma de su parte comestible, dividida en “hemisferios” y con curvas que recuerdan a las circunvoluciones o repliegues cerebrales.

El escaso liquen pulmonaria (Lobaria pulmonaria), del que podemos disfrutar en nuestros hayedos, sería útil para combatir las enfermedades del pulmón debido a su aspecto, que recuerda al interior de esos órganos (todavía se publicita en internet semejante absurda utilidad).

El liquen de color verde Lobaria pulmonaria con aspecto de hojas creciendo sobre un tronco
El liquen pulmonaria en el tronco de una haya

La consuelda menor (Symphytum tuberosum), que florece en primavera, toma su nombre vulgar de la forma que tienen sus hojas de unirse (“soldarse”) al tallo, algo que indicaría su capacidad para restaurar fracturas óseas o curar esguinces.

Tallo, hojas verdes y flores amarillas de la consuelda menor
Las hojas de la consuelda menor se unen al tallo como si estuvieran soldadas a él

Y para terminar, varias plantas ya mencionadas en entradas anteriores (con sus links) por si os da pereza navegar por el blog:

La hierba hepática (Anemone hepatica) curaría las enfermedades del hígado tal como “señalan” sus hojas lobuladas de color vino por el envés.

Flores moradas y hojas verdes de la hierba hepática
Hojas trilobuladas de la hepática

Los helechos polipodios (Polypodium spp.) se utilizaban contra la viruela, pues la forma de sus esporangios, similar a las marcas que deja en la piel esa infección, “indicaban” esa virtud.

Un helecho polipodio mostrando sus soros de color marrón y el cielo azul en el fondo
Los círculos marrones de los polipodios, que producen esporas, recordarían a las marcas que deja la viruela

Otro helecho, el culantrillo de pozo (Adiantum capillus-veneris) posee raíces y finos tallos de color negro brillante, lo que indicaba a aquellas buenas gentes su utilidad para mantener un cabello lustroso y estupendo.

El helecho de color verde culantrillo de pozo
Un culantrillo de pozo junto a un arroyo

La celidonia menor (Ficaria verna), habitual en zonas húmedas durante la primavera, tiene en sus raíces unos pequeños abultamientos que recordarían a las hemorroides; pues está claro el uso que se le podía dar (de nuevo algunas webs insisten en esa inexistente virtud).

Abultamientos en las raíces de la celidonia menor
Engrosamientos “antihemorroidales” en las raíces de la celidonia menor

Como podéis ver, cada ser vivo (en esta caso cada planta) tiene una curiosa historia en su currículum, una mezcla de pensamientos ancestrales, mágicos y entrañables, y otros actuales y empíricos, que nunca dejan de sorprendernos.

Nombres en euskera:

Nuez: intxaurra / orquídea: orkidea / trébol: hirusta / escaramujo: arkakaratsa / rosal silvestre: basarrosa/ viborera: sugegorri-belarra / consuelda menor: zolda-belar txikia / hepática: gibel-belarra / polipodio: haritz-iratzea / culantrillo de pozo: iturri-belarra / celidonia menor: korradu-belarra

El té de roca, una planta delicatessen de los peñascos

Deambulaba hace poco por las peñas calizas que se encuentran en el puerto de La Horca, frontera entre Araba y Burgos, cuando vi una pequeña mata de té de roca (o de monte) afianzada en una fisura. Conseguí acercarme para fotografiarla y decidí no recolectarla por el momento. Pero cambié de opinión al ver más ejemplares y me lleve un ramillete para probar su famosa infusión (afortunadamente, el tallo casca muy bien y la raíz no sufre, lo que posibilita que vuelva a crecer).

Planta de color verde con flores amarillas entre las rocas
Mata de té de roca en un roquedo

El té de roca (Chiliadenus glutinosus o hasta hace poco Jasonia glutinosa), que en euskera se llama harkaitzetako tea, es una planta que alcanza los 30 cm de longitud y pertenece a la familia de las asteráceas (margaritas, txiribitas, girasoles…).

Tiene multitud de glándulas que desprenden un líquido pegajoso (es el significado de glutinosa) que se nota cuando se toca. Sus pequeñas flores son amarillas y surgen entre julio y septiembre. Toda la planta desprende un aroma delicioso, motivo por el que se ha utilizado de numerosas maneras y variados motivos desde hace siglos.

Crece en los roquedos soleados de roca caliza a cierta altitud. En Euskal Herria se encuentra en la zona central del territorio, Valdegovía incluida, aunque siempre de manera dispersa.

Detalle de las flores amarillas del té de roca
Flores del té de roca

Respecto al nombre, si bien es cierto que el auténtico té (Camellia sinensis) es una planta originaria de China y del sudeste asiático, no es menos cierto que en la península ibérica se le ha dado esa denominación a unas 70 plantas silvestres diferentes por ser aromáticas y haberse consumido en tisanas. De todas ellas, una de las más populares es el té de roca.

Con ella se elaboran infusiones y licores digestivos y hasta helados. Sus usos medicinales atribuidos son múltiples: para curar la apendicitis, en algunas zonas para combatir la diarrea y en otras, paradójicamente, para evitar el estreñimiento, contra las piedras del riñón, para adelgazar, pues se dice que “deshace las grasas”, para sanar catarros y bronquitis, como relajante y antidepresiva…

Los emplastos y ungüentos hechos con esta hierba se consideran eficaces para las lesiones de la piel, pues cicatrizan las heridas y quemaduras y evitan infecciones posteriores. Incluso en alguna zona se han utilizado para blanquear los dientes frotándolos con ella.

Pequeño ramo de plantas de té de roca sobre una tabla para ser utilizadas en infusión
Ramillete del té de roca

Una planta multisuos, como podéis ver. Si aún no la conocéis, deberíais buscarla en los peñascos del valle aunque sólo sea para degustar su aroma. No os defraudará.

Historias curiosas sobre los cultivos de adormidera

Nota: las fotografías están tomadas hace unos años y a fecha de hoy esas fincas están ocupadas con cultivos convencionales.

No pensaba escribir sobre los cultivos alaveses de la adormidera o planta del opio (Papaver somniferum) que en euskera se llama lo-belarra (hierba del sueño) pero una reciente noticia en los periódicos me ha animado a hablar sobre el tema.

Adormideras con la cápsula desarrollada en un cultivo autorizado

La noticia habla de “los vampiros del opio” (un término exagerado en mi opinión), personas que viajan por diversas regiones en busca de plantaciones tanto legales como fincas en las que la planta crece de manera silvestre, sin tutela.

Se mueven en la época en la que la adormidera tiene ya su fruto, una llamativa cápsula verde que además de guardar en su interior las semillas, produce un latex que rezuma cuando se raja con un cuchillo. Es este latex u opio, rico en potentes sustancias con efectos narcóticos, lo que buscan estos “vampiros”, algo que por otra parte llevan haciendo los humanos desde hace al menos 5000 años a.e.c.

Adormideras en flor en un cultivo autorizado

Sin embargo esta forma de consumo plantea dos peligros: la adicción (algo que también ocurre con los fármacos opiáceos como la morfina) y la sobredosis accidental, pues en cada planta la composición del latex puede variar.

Más allá de esta curiosa noticia, la realidad es que los cultivos de adormidera son uno más de los que pueden realizarse en Álava y otras muchas zonas peninsulares. Eso si, cada uno de ellos cuenta con un permiso específico y estará vigilado por la policía para evitar lo comentado antes.

Fruto con forma de cápsula de la adormidera

Además cada año sólo se dan las licencias necesarias para cubrir la demanda anual de fármacos.

Florece en primavera y se recolecta en verano. Se desechan las raíces y las hojas, las semillas se apartan para su uso en panadería y bollería (su contenido en alcaloides es ínfimo) y el resto, llamado paja de adormidera, se envía a la empresa Alcaliber, única autorizada y que se dedica a la producción de fármacos opiáceos.

Adormideras con sus cápsulas

¿Cuáles son estos fármacos? Pues entre otros, medicamentos fundamentales en la medicina moderna: morfina para aliviar el dolor intenso, tebaína para obtener analgésicos como la oxicodona, codeína y noscapina contra la tos, y papaverina para mejorar la circulación sanguínea.

En nuestro valle los cultivos son muy llamativos en la época de la floración y cuando producen el fruto recuerdan a campos de países del SE asiático. Recuerdo mi primera sensación de estupefacción cuando vi uno de ellos!

Semillas de adormidera utilizadas en panadería y bollería

Más allá de que podamos ver estos exóticos cultivos de forma intermitente, siempre nos quedarán los campos de amapolas (Papaver rhoeas, su pariente), que esas si, cada año alegran el paisaje (aunque algún agricultor podría discrepar de esta afirmación, claro está).

La hiedra que todo lo cura (hasta el desamor)

Hay tres plantas trepadoras habituales en nuestro valle: la clemátide o brigaza (Clematis vitalba) de la que ya hablé aquí, la zarzaparrilla (Smilax aspera) que dejo para otra ocasión, y la hiedra, omnipresente en bosques, riberas y muros si la humedad es la adecuada.

Tallos de hiedra
Formas caprichosas del tronco de una hiedra sobre un árbol abatido. ¿Dos cuerpos abrazados?¿un extraño reptil?

Llamada huntza en euskera y con el nombre científico de Hedera helix (por su capacidad de enroscarse en los troncos), es una planta trepadora y siempre verde que si se lo ponen fácil puede ascender hasta 30 m con el objetivo de conseguir luz suficiente.

Pequeño bosque con troncos cubiertos de hiedra
Bosquete cubierto de hiedra incluso en el suelo

Su tallo, leñoso, emite una especie de “raíces” llamadas adventicias que sólo le sirven para adherirse al árbol o a un muro. Por tanto, no pueden robar alimento a la planta sobre la que trepa (sus verdaderas raíces son subterráneas).

Raíces adventicias de la hiedra en un tronco
Raíces adventicias de la hiedra para adherirse a troncos y muros

Las hojas son de color verde lustroso. Las situadas en ramas que no dan flor y fruto son palmeadas, con 3-5 lóbulos, mientras que las de las ramas que dan flores son elípticas u ovadas (forma de huevo).

Hoja estéril y hoja fértil de la hiedra
Izquierda, hoja de rama estéril; derecha, hoja de rama florífera

Las flores, de color verde pálido, son poco llamativas y surgen a finales de verano y otoño. Son melíferas, algo muy importante para las abejas (y apicultores), que en esa época comienzan a quedarse sin alimento.

Los frutos son unas bayas de color negro y del tamaño de un guisante; aparecen en otoño y perduran durante el invierno. Son un importante alimento para muchas aves (mirlos, zorzales, arrendajos, petirrojos…) que además se encargan de la dispersión de las 2-5 semillas que contiene cada uno.

La planta entera es tóxica, especialmente los frutos. Posee una sustancia, la hederina, que puede causar una importante bajada de la tensión arterial e incluso pérdida de visión si se consume (no así en uso externo), aunque el mayor problema radica en los niños, que por curiosidad puedan comer sus frutos. Incluso su savia puede producir dermatitis a personas sensibles, pero no es lo habitual.

Rama de hiedra con hojas
Ramita de hiedra

A pesar de ello, ha sido muy utilizada como medicinal en forma de infusiones, tisanas o cataplasmas, con un listado casi interminable de usos para combatir o curar, entre otras muchas afecciones, la tos, el dolor de muelas, las verrugas, el reuma, el dolor de cabeza, los gusanos intestinales o como abortiva. No sé si hay alguna zona de nuestro cuerpo que no se haya tratado de curar con la hiedra, aunque en la actualidad apenas se utiliza.

Hiedra reptando por una roca
Hiedra creciendo en un lapiaz kárstico

Otra cuestión que suscita debate es el posible daño que causa a los árboles. Parece ser que el perjuicio es nulo o inapreciable excepto que cubra las ramas de los frutales o que produzca un sobrepeso que facilite su caída por el viento, pero desde luego, no “ahoga” al tronco sobre el que trepa. Respecto a los muros, su tronco puede ensanchar una grieta ya existente, pero no crearla.

Por último, no puedo dejar sin mencionar algunos usos curiosos de nuestra trepadora perenne. Por ejemplo, que con sus hojas cocidas se obtenía un tinte para teñir de un negro brillante la ropa de luto e incluso el bigote. O que de ella se obtenía una resina, la gomorresina de hiedra, que se aplicaba como crema depilatoria. Incluso en La Celestina se relata que con sus flores se elaboraba un filtro amoroso, una utilidad muy sugerente!

Trozos de tallo de hiedra para absorber la humedad
La madera de la hiedra se ha utilizado para absorber la humedad en el interior de muebles debido a su gran porosidad

También sus tallos, muy porosos, se han usado para absorber la humedad en el interior de los armarios. Pero el premio etnobotánico se lo lleva Catón el Viejo, escritor y militar romano (siglos III-II a.e.c ) que afirmaba que para detectar si un vino estaba aguado era suficiente hacerlo pasar por un vaso de madera de hiedra: el vino pasaba y el agua, limpia y cristalina, quedaba retenida en el vaso, haciendo evidente el fraude.

Ante hechos imposibles nuestra ingenuidad nos lleva a decir: “¿y si fuera cierto?”. Yo por si acaso tal vez me construya una vaso mágico de hiedra. ¡Nunca se sabe!

Hoja de hiedra en una piedra en un arroyo
Hoja de hiedra en un arroyo

Eléboro fétido y eléboro verde, dos plantas hermanas que se reparten los bosques

En todas las rutas o paseos que estoy realizando esta primavera recién estrenada hay dos plantas omnipresentes en función del tipo de bosque: el eléboro fétido y el eléboro verde, por lo que escribiré sobre ambas.

Plantas del eléboro fétido en flor
Eléboro fétido en flor

El eléboro fétido (Helleborus foetidus) también llamado hierba ballestera o marihuana de tontos entre otros muchos nombres populares, es una planta de olor desagradable que alcanza 30-60 cm de altura. Sus hojas están divididas en lóbulos alargados que recuerdan a las de la marihuana; sus flores son verdes, acampanadas y compuestas por 5 sépalos verdes con el margen de color púrpura. En estas fechas ya han surgido los frutos, que en número de 2-4 tienen el aspecto de cuernecillos rematados por la punta del pistilo.

Detalle de una flor casi cerrada del eléboro fétido
Flor acampanada del eléboro fétido

Habita en los claros de carrascales o encinares (Quecus ilex) y quejigales (Q. faginea), bosques tan habituales en Gaubea – Valdegovia que explican la abundancia de esta planta.

Detalle de tres frutos del eléboro fétido
Frutos del eléboro fétido

El nombre de hierba ballestera parece que proviene de su antiguo uso para envenenar con su jugo la punta de las flechas, pues efectivamente esta especie es tóxica en su totalidad. ¡De nuevo las ranunculáceas mostrando su arsenal químico para defenderse del ganado y demás herbívoros!

El eléboro verde (Helleborus viridis) es algo más bajo pero de hojas similares, aunque sus flores, también formadas por 5 sépalos de color verde pálido o amarillento, son abiertas y no tienen el borde púrpura, lo que facilita su identificación. Tras ser fecundadas desarrollan 3 frutos similares a los del eléboro fétido.

Numerosas plantas del eléboro verde en un bosque
Espectacular población del eléboro verde en flor

Le gustan los ambientes sombríos y por eso es habitual en los hayedos y otros entornos húmedos en los que sobresale respecto al fétido. Dado que muchos senderos de nuestro valle atraviesan carrascales y hayedos es fácil observar la alternancia de estas dos especies, cada una bien situada en su hábitat ideal.

Eléboro verde en flor junto a un arroyo
Flores del eléboro verde junto a un arroyo

Al igual que su congénere también es tóxica pero esa circunstancia no ha sido obstáculo para que ambas especies se hayan usado popularmente para combatir un elevado número de enfermedades: contra el dolor de muelas, como abortivas, para eliminar verrugas, contra los piojos, para expulsar gusanos intestinales de los niños y un sinfín de cualidades, algo entendible pues son especies abundantes en toda Europa de las que se puede disponer con facilidad.

Sin embargo, dada su toxicidad, su venta en herbolarios y mercados ambulantes está prohibida tal como refleja una orden ministerial de 2004.

Detalle de los frutos del eléboro verde
Frutos del eléboro verde

Dejo para el final sus nombres en euskera, con una curiosidad añadida: al eléboro fétido le asignan el género masculino (otsababa arra o haba de lobo macho) y al verde, el femenino (otsababa emea o haba de lobo hembra), algo que no se corresponde con la realidad pues son especies diferentes además de hermafroditas.

Al verde también le denominan bisixo-belar y xixari-belar, ambos con el significado de “hierba contra los gusanos intestinales” lo que indica la importancia que pudo tener para tratar esa infestación en los niños, aunque me imagino que en esos casos cuidaban mucho de no excederse en la dosis a la hora de preparar la infusión curativa.