La celidonia menor, una flor tempranera que anuncia la primavera

La celidonia menor (Ficaria verna) es una pequeña planta de hasta 30 cm que crece formando grupos y florece en febrero y durante la primavera. Tanto las hojas como las flores tienen un peciolo o tallito largo; las primeras son verde lustrosas, de forma acorazonada. La flor tiene entre 7-13 pétalos alargados de un color amarillo brillante que le dan el aspecto del sol, motivo por el que ha recibido uno de sus nombres populares, botón de oro, que comparte con otros ranúnculos.

Conjunto de celidonias menores en flor
Celidonia menor o korradu-belarra (en euskera)

Vive en lugares húmedos, junto a zonas encharcadas y arroyos y puede formar grupos extensos en la zona cantábrica (en Norteamérica está considerada planta invasora pues no es originaria de allí).

Flores de celidonia menor a punto de abrirse
Flores de la celidonia menor a punto de abrirse

La cultura popular la ha conocido bien, tal como indica la cantidad de nombres que le han asignado, entre ellos hierba centella, verruguera y también hierba de las almorranas, nombre en el que me detengo.

Resulta que sus raíces tienen unos abultamientos o tuberosidades que le sirven como reserva alimenticia de almidón y que a la gente medieval les recordaban la forma de las hemorroides. Ya intuís lo que sigue: según la teoría de las señales o signaturas, esa planta debía ser útil para curar las molestas almorranas y lo curioso es que esa supuesta cualidad perdura hoy en día junto con la de ser eficaz contra el escorbuto por su alto contenido en vitamina C y también para detener hemorragias o para eliminar verrugas.

Raíces con abultamientos de la celidonia menor que recuerdan a las hemorroides
Raíces con tuberosidades que recuerdan a las hemorroides según la teoría de las señales

Independientemente de que posea sustancias de interés medicinal, hay que recordar que al igual que la hepática y demás ranunculáceas, es tóxica debido a la protoanemonina, una sustancia que produce dermatitis al contacto o lesiones más severas si se consume en fresco. Relacionado con esta cuestión, cabe indicar que en regiones de Francia se llegaron a utilizar sus pétalos para dar un color amarillo a la mantequilla, lo que además de ser un fraude causó más de una intoxicación (el color amarillo de la mantequilla depende de que la alimentación del ganado haya sido rica en flores y betacarotenos que pasan a la leche).

Detalle de tres flores de celidonia menor con pétalos amarillos y gotas de lluvia
Celidonia menor en flor

Pero volviendo a los nombres populares, los abultamientos de las raíces despertaron la imaginación de los paisanos europeos: en Holanda se le llamó “testículos de gallo”, en la antigua Yugoslavia, “testículos de gato”, en zonas de Francia, lo mismo pero de perro y también, no sin falta de sorna, “cojones de fraile”, aludiendo al efecto que tendría la abstinencia de los clérigos en el tamaño de sus genitales.

Detalle de un pétalo amarillo de celidonia menor con gotas de agua
Detalle de los pétalos
Detalle de una hoja de celidonia menor, de color verde y forma de corazón
Hoja de la celidonia menor

También me llama la atención que habiendo tenido un cierto prestigio medicinal en Europa el nombre en euskera, korradu-belarra o hierba del corrado indique que se le considera una planta poco útil. Corrado deriva de cornado (coronado, por llevar la imagen de un rey con corona en el anverso), una antigua moneda castellana de poco valor de la que surgió la locución “valer menos que un cornado”.

Más allá del valor que tenga, ver las flores de la celidonia junto a los arroyos nos indica que la primavera llega y que de nuevo volveremos a disfrutar de senderos repletos de vida y color.

Grupo de numerosas plantas de celidonia menor
Grupo de celidonias junto a un arroyo

La salamandra, caminante tranquila de nuestros bosques

Aunque la salamandra (Salamandra salamandra y en euskera arrabioa) sea un anfibio que uno puede ver sin dificultad en los lugares adecuados, encontrarme con una de ellas siempre me produce una gran satisfacción.

Una salamandra con colores amarillo y negro sobre musgo verde
Las salamandras viven en bosques húmedos y aunque son nocturnas pueden moverse durante el día si el tiempo es lluvioso

No sé si será su coloración, su mirada aparentemente ingenua, su lentitud caminando por la hojarasca de un hayedo como si estuviera abstraída en sus pensamientos, pero algo tiene este anfibio urodelo (los que tienen cola, como los tritones también) que me alegra la jornada cuando doy con ella.

Mide hasta 15 cm y lo más llamativo de su cuerpo es, por supuesto, su mezcla de colores, un entramado de líneas y manchas amarillas sobre un fondo negro. Esa combinación cromática se llama coloración aposemática, es decir, una advertencia de peligro para sus depredadores, coloración que también poseen las avispas, abejas y serpientes, entre otras especies.

Detalle de la cabeza y parte del cuerpo de una salamandra
Los colores amarillo y negro son una señal para advertir a los depredadores de que un animal posee sustancias tóxicas

Efectivamente, el cuerpo de la salamandra está recubierto de glándulas que ante una amenaza expulsan un líquido irritante que posee samandarina, una toxina que irrita la piel y es capaz de envenenar a un depredador si osa comérsela (entre sus enemigos están los zorros, tejones, aves…).

Desgraciadamente esa circunstancia le ha dado una mala fama inmerecida en la cultura popular, llegándose a afirmar que emponzoña las aguas en las que se encuentra o que mata a quién la toca.

Por ejemplo, en la comarca del Urumea (Gipuzkoa) circula una leyenda sobre unos jóvenes que estando trabajando en el bosque pusieron a cocer unas alubias al fuego. Cuando fueron a comerlas vieron en el interior una salamandra muerta, a pesar de lo cual algunos comieron el cocido, pero murieron (algo imposible científicamente ) y los que se abstuvieron, no.

O este dicho de León, donde les llaman sacaveras: “si te pica la sacavera reza y compra cera”, dando a entender que la persona morirá. (Si queréis más información al respecto os recomiendo este artículo del blog Miradas Cantábricas de David Álvarez).

Una salamandra de colores amarillo y negro sobre una piedra con musgo y un arroyo al fondo
Las salamandras acuden a pozas y arroyos a desovar

Nada que ver con la realidad de este bonachón nocturno que también se mueve de día cuando llueve, saliendo de sus escondrijos -como piedras, troncos caídos u hojarasca- para alimentarse de gusanos, caracoles e insectos. Eso sí, siempre cerca de arroyos, charcas o pozas en los que pueda desovar, pues aunque es terrestre precisa del agua para reproducirse. Bueno, no siempre. Veamos su llamativo ciclo reproductor:

En otoño los machos deambulan por el bosque rastreando olfativamente las feromonas que liberan las hembras. Pueden llegar a combatir por el apareamiento, tras lo que el vencedor se acercará a la hembra y si percibe que está receptiva, se situará por debajo de ella (si no es así, la hembra se aplasta contra el suelo y el encuentro amoroso quedará abortado). Entonces el macho expulsa un espermatóforo (un paquete de espermatozoides) desde su cloaca* que la hembra introduce en la suya y que guardará meses o incluso un año entero antes de que los utilice para fecundar sus óvulos.

Las hembras pueden aparearse con varios machos y en ese caso irán acumulando en su interior diversos paquetes de espermatozoides; es decir, son poliándricas, aunque parece que la mayoría de las crías serán del mismo padre.

Y ahora viene lo curioso. En general las salamandras son ovovivíparas, es decir, los huevos (hasta 30) se desarrollan en el útero de la madre (no como las ranas, que los ponen en el agua) y de ellos surgirán larvas con branquias que incluso pueden practicar el canibalismo para alimentarse; después, en primavera, ocurrirá el parto en una charca y las larvas comenzarán a comer invertebrados con voracidad. Les queda terminar la metamorfosis (desarrollo de pulmones, por ejemplo) antes de irse a vivir al bosque.

Arroyo y zona remansada con un remolino de hojas en otoño
Las zonas con remansos de arroyos limpios son parte del hábitat de la salamandra

Sin embargo en el norte peninsular (nuestra zona incluida), donde habita la subespecie S. salamandra fastuosa, ocurre a menudo que la madre da a luz pequeñas salamandras ya metamorfoseadas, ¡con sus pulmones terrestres! Por tanto, son vivíparas y no son dependientes del agua. Por qué surgió esta estrategia es un asunto no del todo conocido.

Si quieres descubrir a esta bella especie, cualquier época del año es buena excepto el verano, pues se esconden hasta que la humedad ambiental retorne (no hay que olvidar que todos los anfibios tienen una piel húmeda poco resistente a la sequedad). 

Acércate, pues, a los hayedos o a lugares sombríos en días húmedos y lluviosos, cerca de aguas limpias y tranquilas y curiosea sin prisa. Y si la encuentras en el valle, te agradecería que me lo comunicaras.

* Cloaca: en peces, anfibios, reptiles y aves, es la cavidad corporal abierta al exterior donde confluyen el tubo digestivo y los conductos urinario y reproductor, que además de expulsar desechos permite la introducción del esperma y la salida de los huevos.

Paseo botánico de Villanueva a Gurendes

Me han comentado que junto al río Omecillo han salido ya los narcisos y con esa disculpa me dispongo a realizar una cómoda ruta circular de unos 50 minutos que une los pueblos de Villanueva y Gurendes.

Presa de Villanueva en el río Omecillo con mucha agua cayendo
Imagen invernal de la Presa de la Sebe (año 1781) en el río Omecillo. Villanueva de Valdegovía

Pero antes de iniciarla me acerco a la presa del molino de la Sebe, en Villanueva, construída en 1781 con piedra y madera y declarada Bien de Interés Cultural. Además, es la única construcción de este tipo que persiste en Euskadi por lo que recomiendo su visita.

Su acceso es sencillo, pues se encuentra cerca de la explanada de las autocaravanas (frente a la escuela), junto a una pequeña casa. (aquí pongo un enlace que explica con dibujos su estructura).

Presa de la Sebe en Villanueva mostrando el entramado de madera y piedra
Presa de la Sebe con su entramado de madera y piedra. Fotografía de J. Luis Pina Jorge

Me dirijo ahora al centro de Villanueva y comienzo a caminar por la carretera dirección Nograro pero tras pasar la ultima casa giro a la derecha y tomo una pista agraria que me lleva a un pabellón ganadero; frente a él, un cartel de madera indica la senda de 2,5 km que conduce a Gurendes paralela al Omecillo. La sigo y al de poco veo enebros (Juniperus comunis) y madroños (Arbutus unedo) aunque el árbol dominante es el quejigo (Quercus faginea), que ahora se ve sin hojas; esa circunstancia facilita fijarse en unas esferas marrones del tamaño de una pelota de ping pong que parecen minas submarinas y que popularmente se llaman canicas.

Dos agallas de roble de color marrón y aspecto esférico
Agallas de avispa de roble quejigo (Quercus faginea)

Realmente son agallas o cecidias y fueron el nido de las larvas de un tipo de avispas solitarias, no peligrosas, de las que hablaré en el futuro. En el suelo las tempranas hepáticas (Anemone hepatica) y los eléboros fétidos (Helleborus foetidus), que son venenosos, ya están floridos.

La planta del eléboro fétido en flor, toda de color verde
Eléboro fétido en flor. Toda la planta, además de tener un olor desagradable, es tóxica
Hojas secas del roble quejigo en el suelo
Hojarasca del roble quejigo (Quercus faginea)

Llego a un banco de madera, justo por encima de la presa que he visitado antes. Al fondo se ve el inmenso encinar (Quercus ilex) en el que sobresalen las peñas de San Martín de Valparaíso (donde se encuentra una interesante necrópolis) y el monte Raso (1.051 m), junto al Peña Rubia con su antena repetidora.

Continúo el camino sin apenas cambios de nivel; la hiedra (Hedera helix) con sus frutos negruzcos, recubre multitud de troncos y también las lianas de la brigaza (Clematis vitalba) se hacen notar.

A la altura de una valla protectora de madera cubierta de líquenes se ven unas plantas marchitas de color marrón: son plantas parásitas de la hiedra, del género Orobanche, de las que hablaré cuando florezcan.

La planta clemátide mostrando sus frutos blanquecinos
Clemátide o brigaza todavía con los frutos de otoño

Continúo por encima del río y el paisaje se abre a tierras de cultivo con la Peña Karria (1.135 m) al fondo; poco después, con el pueblo de Gurendes a la vista, el sendero confluye con una pista agrícola que sigo hacia su izquierda para retornar. En el camino, unas lianas de clemátide o brigaza que tienen un tallo espectacularmente grueso aparecen teñidas de amarillo por el liquen Xanthoria parietina.

Tallos de la clemátide cubiertos de un liquen amarillo Xanthoria parietina
El liquen Xanthoria parietina cubriendo los tallos de la brigaza o clemátide
Imagen invernal del pueblo de Gurendes rodeado de campos
Gurendes (Valdegovía)

En una nueva bifurcación giro a la izquierda y poco después encuentro en los bordes del camino una población bien surtida de narcisos (Narcissus minor subsp. minor), que considero como la joya de la ruta. Con suerte podremos contemplarlos hasta abril o mayo.

Conjunto de narcisos silvestres de color amarillo sobre la hierba
Narcisos junto al río Omecillo cerca de Gurendes

También podemos acercarnos a un enorme tronco de árbol caído para observar otro liquen de interés, Ramalina farinacea; su presencia aquí indica que la calidad del aire es buena, pues es un liquen sensible a la contaminación atmosférica.

Un liquen de color verduzco sobre la corteza de un árbol caído
El liquen Ramalina farinacea crece en troncos y ramas de árboles en lugares de buena calidad del aire

Sigo por terreno despejado hacia Villanueva disfrutando del sol. Luego, en un nuevo cruce, de nuevo tuerzo a la izquierda por un camino que en claro descenso me devolverá al inicio pero sin dejar de observar las cunetas, atento a lo que pueda surgir. Así es como percibo que tras una alambrada crecen las tres especies del género Juniperus (enebro, oxicedro y sabina negra) presentes en nuestro valle, un buen lugar para conocerlas y diferenciarlas. Las describiré en una entrada posterior.

Mapa de satélite de la ruta realizada
Mapa de la ruta

Al cabo de unos minutos llego al pabellón ganadero y poco después a Villanueva, completando así esta tranquila ruta.

Nombres en euskera de las plantas mencionadas (no se incluyen las indicadas en entradas anteriores):

Madroño: gurbitza / Quejigo: erkametza / Eléboro fétido: otsababa arra/ Encina: artea / Narciso: lilipa / Oxicedro (Juniperus oxycedrus) : hego-ipurua

La hepática, una planta señalada por el dedo divino

Esta florecilla me trae buenos recuerdos, lo admito. Cuando de muy joven descendía de los montes de Gorbeia y de Urkiola en los inicios de la primavera, traía conmigo un ramillete de hepáticas, a ser posible de color azul (su color preferido) para dárselo a esa persona especial que todos tuvimos en aquella época tan convulsa como eufórica. Y ahora que comienza a florecer y que esos recuerdos perduran con nitidez, pues hablaré de ella, qué menos.

Tres flores de color azulado de la hepática y varias hojas verdes cada una con tres lóbulos
Hepática en flor mostrando sus hojas trilobuladas. Valderejo

La hepática (Anemone hepatica o Hepatica nobilis) llamada en euskera gibel-belarra (hierba del hígado) es una pequeña planta que florece en invierno y primavera en los bosques o zonas sombrías, sobre todo en terrenos calcáreos, tan abundantes en Gaubea-Valdegovía.

La floración temprana se debe a que los árboles están desnudos y eso le permite conseguir más luz; además, así evita competir con plantas más tardías que tienen flores más vistosas y se aprovecha de los primeros insectos polinizadores que ya van despertando. Esta estrategia la utilizan también otras plantas tempraneras como narcisos, eléboros y primaveras, aunque el riesgo de las heladas tardías puede perjudicarles seriamente. Pero parece que la selección natural ha aceptado la relación coste beneficio de ese comportamiento y que el resultado les va bien.

Detalle aumentado de un flor azul de hepática. En el centro se ven los pistilos y en el exterior los estmbres
Detalle de una flor de hepática. En el centro, los pistilos y en la periferia los estambres.

La hepática alcanza poco más de 10 cm; sus delicadas flores azules, blancas o rosadas son solitarias pero muy bellas como pude verse en la fotografía superior. Las hojas tienen tres lóbulos, con el haz verde y el envés verde o de color vino por lo que recuerdan a la forma y color del hígado. Por este motivo, cuando en la época medieval estaba vigente la Teoría de las Signaturas se pensaba que Dios la había señalado con esos distintivos para avisarnos de su capacidad para curar enfermedades hepáticas (ya hablé de esta teoría en la entrada de los helechos polipodios).

Naturalmente, nunca se demostró esa virtud, aunque en medicina popular se sigue considerando útil para ese uso además de como cicatrizante ( los pastores de Aragón la freían y utilizaban ese aceite para sanar heridas). Pero como muchas otras ranunculáceas (su familia), es tóxica debido a la protoanemonina, una sustancia que la planta libera cuando sufre un ataque y que puede irritar la piel; si se ingiere fresca los efectos empeoran con vómitos, espasmos e incluso parálisis. Hay que reconocer que en lo que se refiere a la guerra química, la hepática y sus compañeras de familia han conseguido hacer frente a los herbívoros, humanos incluidos.

Y bien visto, mejor que sea así y que florezca con tranquilidad sin tener que soportar nuestro afán recolector.

Un paseo botánico a las cuevas de Pinedo

Nota: los nombres de las plantas en euskera van al final del texto

En estos inicios de marzo me he acercado a las cuevas artificiales de Pinedo en un paseo corto de 15 minutos pero que me ha permitido tantear el despertar de la naturaleza en el valle (en próximas entradas hablaré con detalle de estas y otras grutas artificiales de Valdegovía).

Cuevas artificiales en Pinedo. Valdegovía
Cuevas artificiales de Pinedo. Valdegovía

Aparco el automóvil en el pueblo de Pinedo y desciendo tranquilamente por la carretera hasta el inicio de una pista forestal donde una señal indica la ubicación de las cuevas. Contemplo el paisaje algo reverdecido por los campos de cereal y con la Peña Karria al fondo.

Paisaje en el que se ven un campo verde y una montaña rocosa al fondo. Peña Karria
Paisaje invernal con Peña Karria al fondo

También se intuyen las hileras de avellanos ( Corylus avellana) junto al río; no tienen hojas pero si un color pardo dorado que indica que han florecido. Efectivamente, en el camino se ven sus flores masculinas, amarillentas y colgantes, dispuestas a ser balanceadas por el viento para así liberar el polen (el avellano no se vale de los insectos para ese menester y por eso sus flores son poco atractivas para ellos).

Flores masculinas del avellano, con aspecto colgante y de color amarillo
Flores masculinas del avellano

Pronto aparecen los acebos (Ilex aquifolium) que se harán abundantes junto a la cueva. Algunos todavía mantienen los frutos rojos del otoño, muy tóxicos para los humanos pero fundamentales para zorzales y mirlos como dieta de invierno. Tóxicos son tambien los frutos negros de la hiedra (Hedera helix) que se ven constantemente en el paseo.

Frutos rojos del acebo
Frutos del acebo
Frutos negros de la hiedra y sus hojas verdes
Frutos de la hiedra

Llego a la explanada bajo la que se excavó el eremitorio y me encuentro con la sabina negra (Juniperus phoenicea) con sus frutos oliváceos algo más grandes que guisantes (de nuevo advierto que estos también son tóxicos). Es una de las tres especies de “enebros” del valle de las que hablaré en otra ocasión, pero baste decir que este arbusto se reconoce muy bien por sus pequeñas hojitas que parecen escamas superpuestas.

Rama de la sabina negra con sus hojitas verdes parecidas a escamas y con frutos esféricos de color verde rojizo
Sabina negra con frutos

Desciendo por los escalones hacia la entrada de las cuevas y veo que las hepáticas (Anemone hepatica) han florecido en abundancia. Su hoja tiene tres lóbulos y recuerda a la de un hígado, lo que le ha dado el nombre y también propiedades cuasi mágicas que comentaré pronto.

Flores azules de la planta hepática
Hepática en flor con sus hojas trilobuladas

Curioseo por las oquedades, ventanas y tumbas de esa arquitectura cincelada en la caliza y trato de imaginar a aquellos ermitaños de los siglos VI-VII que las excavaron y que vivieron con una austeridad y devoción religiosa tan radicales. ¿Qué comían? ¿Cómo soportaban los duros inviernos?¿Cómo hacían frente a la soledad sin enloquecer?.

Me centro de nuevo y comienzo a fotografiar, tomo apuntes sobre líquenes y plantas, observo las acrobacias del agateador, un pajarillo que sube y baja por troncos y ramas como si fuera un reptil, curioseo entre las tumbas antropomorfas excavadas en la piedra y siguiendo el sendero circular vuelvo a la explanada superior.

Me siento cerca del saliente rocoso con la intención de disfrutar del sol y del paisaje (cuidado con los niños, pues hay un orificio que hacía de respiradero), pero unas manchas de color naranja vivo llaman mi atención; es el liquen Xanthoria parietina, que pinta la roca con formas caprichosas. ¿De qué pasta están hechos estos organismos para poder vivir sobre una roca que en verano puede calentarse hasta 60ºC y enfriarse varios grados bajo cero en invierno?. ¿No hay una semejanza entre estos seres y los ermitaños en cuanto a su sorprendente resistencia se refiere?.

El liquen Xanthoria parietina de color amarillo sobre una roca
El liquen Xanthoria parietina

Dejo estas cuestiones mentales para otra ocasión y me preparo para regresar con calma. Las lavandas mantienen sus hojas aromáticas (cojo algunas para ambientar el coche), en el cielo dos cornejas ahuyentan a un busardo y en Pinedo la gente trastea en las huertas.Todo en orden.

Mapa de Google Maps indicando la ruta
Mapa de la ruta

Nombres en euskera de las plantas mencionadas:

Avellano: hurritza / Acebo: gorostia / Hiedra: huntza / Sabina negra: miter fenitziarra / Hepática: gibel-belarra